Pedro la miró pegar las tarjetas pequeñas en los titulares, preguntándose qué había causado la mirada de tristeza que cruzó por su rostro.
La sonrisa había regresado ahora, y ella le comentaba sobre el proyecto que hurgaba en el trabajo. Él la am… le gustaba más así.
Fácilmente podría verla con alguien, sólo estando alrededor, hablando de nada, y aún siendo increíblemente sexy. Pau tenía esta facilidad, un encanto natural que atraía a la gente. Algún tipo sería un afortunado hijo de puta un día.
La ola fría de aire que salió de la nada y subió por su nuca era difícil de ignorar.
Empujando esos pensamientos, le dijo acerca de la pareja que su director pilló la semana pasada en la sala de almacenamiento. —Stefan los pilló cuando volvió a buscar toallas frescas.
Paula echó la cabeza hacia atrás y se rió. —¿Y esto fue en Komodo? ¿No tienen que pasar por la sala de empleados para eso? ¿Cómo llegaron hasta allí?
—Una de las camareras dejó la puerta abierta. —Sonrió mientras su risa surgía de nuevo—. Stefan dijo que tenían sus iPhones fuera y filmaban todo el asunto.
—Guau —Rió por lo bajo—. Impresionantes habilidades de multitareas.
—¿Celosa?
Puso sus ojos en blanco. —Sí, no hay nada más romántico que tener sexo mientras alguien empuja una cámara de teléfono en tu cara.
Una imagen de Pau debajo de él, desnuda y retorciéndose, observándola con una cámara, y luego, sin la cámara, brilló en su cabeza. Sí, no es romántico, pero sexy como el infierno. De repente se sintió ahogándose en la pequeña habitación, y él tiró del cuello de su camisa.
Las cejas de Pau se fruncieron. —¿Qué estás pensando?
—No quieres saber.
Un rubor dulce y caliente invadió sus mejillas, y rápidamente volvió su atención a pegar las tarjetas en los titulares. No parecía posible, pero la hinchazón entre sus piernas aumentaba. Jesús. Cristo.
Pedro estiró las piernas. No ayudó. —Entonces...
Ella levantó la mirada. —¿Entonces, qué?
—Entonces, ¿Cuándo vamos a estar haciendo esto para tu boda?
Durante un momento largo, lo suficiente para notar en que agujero de mierda él acababa de meterse, ella no dijo nada mientras lo miraba fijamente. Pedro comenzó a reírse de ello, pero luego ella habló.
—No sé si voy a casarme.
Una parte realmente jodida de él gritó de alegría y eso estaba mal, porque ella no era suya, nunca lo sería, y quería que fuera feliz. Y Pau nunca podría ser feliz sola por siempre.
—Vas a casarte, Pau.
Manchas de color verde se agitaron en sus ojos. —No me trates de manera condescendiente, Pedro.
Echándose hacia atrás, levantó las manos. —No estoy siendo condescendiente. Sólo soy realista.
Ella sacó un titular de la caja y la cerró de golpe la tarjeta. — ¿Puedes leer el futuro? No. No lo creo.
—No sé por qué te pones tan malhumorada. —Alcanzó a una y robó el titular de la tarjeta de su mano antes de que ella la doblara.
—Simplemente no hay manera de que un hombre no vaya a caer perdidamente enamorado de ti. Vas a tener una boda grande como esta, una gran luna de miel, y tendrás dos hijos...
Maldita sea, esas palabras se sintieron como clavos en su garganta.
Y demonios, parecían enojarla más.
Poniéndose de rodillas, ella tomó la pila de las invitaciones y las puso en su caja. —Me casaré cuando te cases.
Pedro dejó escapar una risa sorprendida. —Mierda.
Ella le lanzó una mirada mientras comenzó a poner las tarjetas tituladas en la caja. —¿Qué? ¿Estás por encima del amor y el matrimonio?
—Simplemente no soy tan estúpido.
Su bufido indignado era una clara advertencia. —Eso es cierto. ¿Sólo meter tu polla donde quieras es lo suficientemente bueno para ti?
Funciono para su padre... Bueno, no realmente. Él la miró durante unos segundos, luego agarró la caja y la alejó.
De rodillas, ella se detuvo ante dos tarjetas tituladas en sus pequeños puños. Un déjàvu se apoderó de él. Excepto que Pau tenía seis años, y en lugar de aquellos soportes de plata, había estado sosteniendo dos Barbies masacradas a las que él y Gonzalo les habían cortado las cabezas.
Pedro rió.
Sus ojos de color verde brillaron. —¿Qué es tan gracioso?
—Nada —dijo, fingiendo rápidamente.
Los ojos Pau se estrecharon. —Devuélveme la caja.
—No.
—Devuélveme la caja, o voy a tirar esto en tu cara.
Dudaba que ella hiciera eso. Bueno, eso esperaba. —¿Cuál es tu problema? No veo por qué te exaltas tanto porque te digo que un hombre se va a enamorar de ti.
—¿Crees que tiene algo que ver con el hecho de que hace un par de horas me encontraba medio desnuda en tus brazos y estuvimos a unos segundos de hacerlo contra una pared? —De repente, sus ojos se ampliaron y sus mejillas se sonrojaron—. Olvídalo… olvida que incluso lo mencioné.
Algo en su pecho se hinchó, porque incluso con su cabeza dura, entendió por qué estaba enojada, pero entonces el sentimiento se desinfló, ya que no tenía importancia. —Oh, diablos, Pau...
—Dije que lo olvidaras. —Se puso de pie y relativamente con cuidado colocó la última tarjeta titulada en la caja—. Gracias por tu ayuda.
—Maldita sea. —Colocó la caja a un lado y se puso de pie, agarrándola antes de que ella llegara a la puerta. Los ojos de ella se posaron en su mano y luego hacia atrás, a su cara—. Lo que pasó entre nosotros…
—Obviamente no significo nada —interrumpió ella—, sólo buscabas un lugar para meter…
—No vuelvas a decir eso —gruñó él, ahora cabreado tanto como ella—. No eres alguien a quien buscaría sólo para eso. ¿Entiendes?
Pau parpadeó una vez y luego dos veces. Tirando su brazo libre, tragó. —Sí, creo que lo capto.
Antes de que él pudiera decir una palabra, ella salió de la habitación, cerrando la puerta en sus narices. Minutos pasaron, mientras miraba el espacio donde había estado de pie. Cuando finalmente comprendió por qué ella se enojo con esa última línea, cómo probablemente había percibido lo que él había dicho, Pedro maldijo de nuevo.
Pasó la mano por su pelo, miró los panfletos de la boda
cuidadosamente dobladas y luego a la puerta. Era mejor si ella creía que no la quería. Tal vez incluso era mejor si creía eso, ya que si estuviera con ella, él le partiría su corazón.
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