lunes, 15 de septiembre de 2014

CAPITULO 24



Lisa se veía absolutamente radiante en su vestido de novia.


 Era sin tirantes con un escote en forma de corazón y un corpiño tipo corsé hasta la cintura, caía delicadamente en sus caderas, y flotaba alrededor de sus piernas como una rosa floreciendo. Una fina capa de perlas había sido añadida a la delicada tela.


Un vestido hermoso para una mujer hermosa, y si Paula se casaba algún día, querría un vestido como ese: fresco, pero también clásico.


Paula enderezó la última perla en el cabello de Lisa y sonrió. — Te ves increíble.


—Gracias —Lisa la abrazó y luego echó una mirada cariñosa a sus madres. Ambas apretaban sus pañuelos con fuerza—. ¿Puedes creer que voy a hacer esto?


—Espero que sí —sonrió Paula, dando un paso atrás para que así Lisa tuviera unos momentos con una de las damas de honor.


Retirándose a la ventana en la habitación de la sala de recepción, observó a los invitados caminar. Afuera, Pablo y Patricio rondaban con un par de amigos de la universidad.


Pedro no estaba a la vista.


Desde que ella había dicho lo que tenía que decir, él se mantuvo alejado. Que era justo lo que quería, pero le dolía el pecho, y aún seguía muy hambrienta de su cercanía.


Cuando Pedro llegó después de que lo dejara en la terraza, él no le había dicho nada. Ni siquiera intentó acercársele ni una vez, y después de la cena de ensayo, desapareció con su hermano. Era evidente que había escuchado lo que quería y ahora ya no le importaba. Seguían siendo amigos. Todo era normal. La noche de pasión que compartieron ya era cosa del pasado. Se había terminado.


Bueno, todo terminaría cuando se encontrara con su
superintendente.  

Apartándose de esos pensamiento, se concentró en lo que ocurría a su alrededor. Gonzalo y Lisa merecían que ella estuviera allí con ellos, totalmente concentrada, y no sólo una cáscara de sí misma malhumorada por su vida amorosa.

Cuando llegó la hora de prepararse para la marcha nupcial, estaba nerviosa por Lisa y su hermano, ansiosa de ver a Pedro, y rezando por no tropezarse con el dobladillo de su vestido.


Afuera, en el pasillo, vio sus anchos hombros. Tomando una profunda y fortificante respiración, cuadró los hombros y fue a su lado, al igual que las otras damas de honor con sus escoltas.

A medida que la suave melodía sonaba desde la recepción decorada en blanco y rosa, ella le dio un golpecito en el hombro. Él se giró, su expresión impasible, sus ojos de un azul acerado.


¿Listo? —preguntó, sonriendo tanto que sus mejillas dolían. No haría nada para arruinar esta boda.


—Por supuesto —Le ofreció su brazo, y ella intentó no verse afectada por la forma en que le dolió la frialdad de su voz, envolvió su brazo alrededor del suyo. Pasó un momento y él dijo—: Te ves hermosa, Pau.


Un agradable rubor recorrió sus mejillas y bajó por su garganta, casi reflejando el carmesí de su vestido estilo griego. Su corazón se aceleró por sí solo. Lo miró y sus ojos se encontraron durante una fracción de segundo antes de que ella inclinara su cabeza, dejando que un mechón de cabello protegiera su rostro.


—Gracias —susurró—. Te ves muy bien, también.


Pedro tomó el cumplido en su manera usual, asintiendo. 


Un incómodo silencio se extendió entre ellos y parecía increíble que se comportaran de esta manera. Para ser honestos, Paula no estaba segura de por qué era tan frío con ella. Era él quien quería sexo de una sola noche. Fue él quien la dejo. Todo lo que ella hizo fue tratar de salvar un poco de su orgullo y decirle que estaba de acuerdo. ¿Qué diablos quería de ella?


Con el corazón pesado, levantó la barbilla al oír la señal de la música. Antes que ellos, cada pareja entraba a la sala, sonriendo. Y entonces llegó su turno. En lo profundo de su interior, encontró la alegría y cariño que sentía por su hermano y Lisa. La sonrisa que se extendió por su rostro era auténtica, a pesar de que su corazón se rompía por dentro.


Porque después de este fin de semana, no vería a Pedro en todos lados como antes. Una puerta se abriría este fin de semana para algunos, mientras que una puerta se cerraría para ella.


Cada fila estaba colmada de familiares y amigos. Al ver la habitación llena, se alegró de saber que tanta gente amaba a su hermano y Lisa. Eso la ayudo a vencer la melancolía que amenazaba con crecer y tragarla por completo.


El brazo alrededor de ella se tensó a medio camino por el pasillo, y miró a Pedro. Su mirada era cuestionadora y preocupada. 


Pero su sonrisa se mantuvo durante toda la ceremonia romántica.


Su hermano estaba increíblemente lindo, dejándola torpe y susceptible emocionalmente mientras sostenía la mano de Lisa y repetía las palabras que los unirían a través de la enfermedad y la salud. Y cuando las lágrimas llenaron sus ojos, amenazando con arruinar todo el trabajo duro de su rímel y delineador de ojos, era porque veía el verdadero amor entre Lisa y su hermano. Su corazón se hinchó y dolió al mismo tiempo.


La forma en que se miraban el uno al otro durante la ceremonia le robó el aliento, y cuando llego ese momento, cuando las palabras “Puedes besar a la novia” fueron dichas, noto que observaba lo que era el verdadero amor.


Agarrando el pequeño ramo de rosas blancas en su mano, sorbió las lágrimas.


Los invitados se pusieron de pie y vitorearon. Las lágrimas cayeron libremente, y Paula se atragantó con una pequeña risa cuando Gonzalo envolvió su brazo alrededor de la cintura de su nueva esposa, inclinó la cabeza, y la besó de una manera que una hermana no debería ver a su hermano besar. 

Cuando Lisa y Gonzalo se separaron, riendo y sonriéndose, los ojos de Paula se encontraron con los de Pedro. Había un mundo de secretos en su mirada, un mundo que siempre estaría cerrado para ella. Ella tuvo el más breve y dulce sabor de él, y lo saborearía.

CAPITULO 23



Pedro estaba frustrado, confundido, y bastante cabreado mientras miraba de nuevo la retirada de Pau. De vez en cuando a lo largo de los años, él y Pau habían tenido sus disputas. Por lo general acerca de algún tipo lame-culo con el que ella estaba saliendo, y después de la noche en su club, habían tenido momentos de incomodidad, ¿pero esto? Nunca había sido como esto.


Sus manos se abrían y cerraban a sus costados. Una parte de él−una gran parte−quería ir con ella, empujarla entre sus brazos y besarla hasta que el sentido común regresara en ella, pero la otra parte no se fiaba de todo esto, de Pau. 


Simplemente no podía entenderlo. ¿Qué demonios había hecho mal que la había enojado tanto con él?



Desde que descubrió que se fue esa mañana y se instaló en una cabaña nueva, no quería hacer nada más que ir con ella. Qué iba a hacer con ella una vez que la tuviera no estaba seguro, pero estaba desfasado y fuera de su elemento en este sentido.


Su corazón retumbó en su pecho mientras cruzaba la distancia entre ellos. Apoyando su cadera contra la barandilla, se cruz de brazos. ―¿Por qué te escondes de mí?


Esos hermosos ojos estaban cerrados para él, sus labios apretados.


Pedro, realmente... ¿realmente necesitamos hacer esto? 

―¿Qué te parece? ―Hizo una pausa―. Esto no se parece a ti.


Ella tomó aire y sonó fuerte para él. Sus pestañas volaron a abrirse y vio que tenía los ojos vidriosos. Ahí estaba esa sensación de gancho-a-su-estomago. ―Lamento haber sido tan perra ahí dentro, pero no he comido nada en todo el día, y creo que me pongo de mal humor cuando estoy baja en azúcar o algo así. 

―Pau, yo…


―Pero tenemos que hablar sobre lo que paso  anoche. ―Ella sonrio,pero parecía forzado y feo en sus labios―. Tenías razón.


Por un momento, la conmocion y la sorpresa le sostuvieron. ―¿La tengo?


―Sí. Lo de ayer por la noche tenía que suceder.


Bueno, tal vez esta conversación iba a ser mejor de lo que pensaba.


Pedro comenzó a relajarse, pero ella continuó, y maldita sea si no se sentía como si el mundo fuera empujado justo de debajo de sus pies.


―Teníamos que conseguir sacar esto−sea lo que sea que sea−de nuestros sistemas ―dijo, con la mirada a la deriva más allá de él hacia donde el sol poniente emitía un resplandor anaranjado sobre los árboles de uva―. Y lo hicimos. Las cosas son normales ahora, ¿no? Seguimos siendo amigos. Y podemos seguir adelante. Eso es lo que querías… lo que quiero. 

Desconcertado, desdobló sus brazos lentamente. Ese dicho antiguo llenó su cabeza. Ten cuidado con lo que deseas... 


Pero no era lo que él deseaba. No tenía ninguna intención de conseguir lo que quería y seguir adelante. Peor aún, ¿qué diablos estaba pasando? ¿Qué estaba pensando ella?

―¿Qué están haciendo aquí fuera? ―grito Gonzalo desde la puerta―. Todo el mundo está esperando por ustedes dos para empezar a comer, y saben cómo se pone papá. Está a punto de comerse el mantel.


Parpadeando rápidamente, Pau se rió mientras se giraba hacia su hermano. ―Estábamos viendo la puesta de sol, pero vamos en este momento.


Aturdido, Pedro la vio caminar hacia su hermano, abrazándolo con fuerza antes de desaparecer de nuevo en la portería. Se quedó allí, incapaz de moverse o incluso procesar lo que acababa de suceder. ¿Por qué estaba tan sorprendido? Era lo que había ofrecido inicialmente; lo que él había deseado inicialmente... siendo inicialmente la palabra clave.


Mierda. Eso era en todo lo que podía pensar.


―¿Estás bien, amigo? ―pregunto Gonzalo, alejándose de la puerta. Se detuvo delante de Pedro, con los ojos entrecerrados―. No te ves muy bien.


Pedro parpadeo. ―Sí, estoy... estoy bien.


―¿Estás seguro? ―La mirada de Gonzalo se torno  sagaz―. Te estás viendo muy parecido a como se ha estado viendo Paula.


Pedro, se puso rígido. Las negaciones se formaron en la punta de su lengua pero no salió nada.


Pasaron varios minutos y luego Gonzalo se las arregló para darle una media sonrisa. ―Mira, no me gusta verte así. Siempre has estado allí para mí al crecer. ¿Recuerdas cuando Jimmy Decker robó mi bicicleta?


Pedro se rio al recordar lo inesperado. ―Sí, lo hago. 

Gonzalo sonrio . ―La robaste de vuelta, pero la reemplazaste con una que tenía los frenos de mano cortados. Cuando Jimmy se fue cuesta abajo... ―Se interrumpió con una carcajada―. Eres el tipo de amigo que hasta…

―Ayudaría a enterrar el cuerpo, lo sé. ―Él se echó a reír―. Por cierto, cortar los frenos fue realmente idea de Pablo.


―No me sorprende, pero en serio, hombre, eres un buen tipo. No sé lo que realmente está pasando entre tú y mi hermana… y no me digas que no hay nada, porque tengo ojos y los conozco a ambos.


Bueno, maldita sea...


―Y no sé lo que estás pensando ―continuo Gonzalo―. No estoy seguro de que quiero saberlo, pero eres un buen tipo, Pedro. Y mi hermana siempre ha estado enamorada de ti.


Las entrañas de Pedro se apretaron.Mi hermana siempre ha estado enamorada de ti. Justo hasta hace unos segundos cuando ella acababa de explicar que lo de anoche no había significado nada más que rascarse una picazón. Justo como él había sugerido en primer lugar...  


Pensó en las rosas marchitas en el bote de basura. Mierda. 


Cómo él había planeado bautizar esa cabaña modernizada...


Se aclaró la garganta, sorprendido al encontrar su voz tan ronca.


―Nada... nada está pasando con nosotros.


―Tonterías ―dijo Gonzalo―. No tengo ningún problema con que vayas tras ella. Así que si estás esperando mi permiso, entonces lo tienes mientras hagas lo correcto por ella. ―Miro a los ojos de Pedro―. ¿Captas lo que estoy diciendo?


―Lo hago. ―La voz de Pedro se quebró.  


Gonzalo le apretó el hombro. ―Ahora, vamos. Es hora de comer, celebrar, estar alegre, y toda esa mierda.


Sintió que asintió, pero se había quedado entumecido,
completamente frío. Lo irónico de todo era una gigante MIERDA. Los obstáculos que siempre le habían detenido a reclamar lo que quería habían sido removidos ahora, y no significaban nada.


El dolor que sentía tan real lo rebanó en el pecho. Tomó aliento, pero se sentía como si no estuviera respirando en absoluto. Sus piernas se movían, pero no las estaba sintiendo.


Ten cuidado con lo que deseas...


Debería haberlo hecho, porque lo consiguió, y se instaló en su estómago como un peso de cinco kilos.