sábado, 6 de septiembre de 2014

CAPITULO 4



En el camino hacia el edificio principal, Paula hizo lo posible para no mirar a Pedro, no dejarse arrastrar por su contoneo y caer en una red que no tenía idea que él estaba tejiendo sólo por estar a su lado. Entonces, miró al frente y lo ignoró.


Una pareja de ancianos avanzaba por el sendero, sus manos unidas firmemente. Las miradas que compartían eran tan llenas de amor que Paula sintió una punzada de envidia. Esa era la clase de amor que había soñado cuando era una niña pequeña, amor que no se volviera aburrido después de las décadas, que sólo creciera más fuerte.


Los zapatos de suela gruesa de la mujer resbalaron en una de las piedras. Su marido la agarró del brazo con facilidad, pero su bolso se cayó, derramando su contenido a lo largo de las piedras blancas. 

Paula se adelantó, arrodillándose para recoger rápidamente las pertenencias de la dama.


—Oh, gracias, querida —canturreó la anciana—. Me estoy poniendo realmente torpe en mi vejez.


—No es problema —Paula sonrió, dándole su bolso—. Tenga un lindo día.


Volviendo al lado de Pedro, lo encontró sonriéndole. No una sonrisa que dejaba ver sus hoyuelos, sino una sonrisa pequeña y privada. —¿Qué? 

—Nada —dijo él con un ligero movimiento de su cabeza. 

En el momento en que Paula entró en la agradable habitación de Viñedos Belle, su familia la atacó. Abrazos rompe-huesos de sus primos hermanos, primos segundos, y algunas personas que no reconocía, y un tío. Abrazos que la levantaron y la dejaron un poco mareada.


Pero cuando vio a su hermano más allá, de pie ante varias mesas largas cubiertas de lino blanco, una amplia sonrisa estalló en su cara y corrió. 

Gonzalo era alto, como su padre, su cabello castaño estaba recortado cerca de su cráneo. Con su buen aspecto americano y su dulce disposición, por lo general tenía una legión de mujeres desmayadas a sus pies. Muchas de ellas incluso sus amigas. Sin duda las solteras estarían de luto este fin de semana, pero él sólo tenía ojos para Lisa.

La atrapó a mitad de camino y la hizo girar. —Comenzábamos pensar que estabas boicoteando la boda. 

—¡Nunca! —se rió ella, juntando sus brazos. Desde Navidad no había visto a su hermano. Él y Lisa se habían mudado al cercano Fairfax y con sus ocupadas carreras, quedaba muy poco tiempo para las reuniones familiares—. Te he extrañado.


—Vamos, no empieces a llorar sobre mí.


Ella parpadeó. —No estoy llorando.


—Bien —La envolvió en un enorme abrazo—. Creo que has crecido un par de centímetros.


Riéndose, ella se libero. —Dejé de crecer como hace diez años.


—Intenta hace veinte años —El vozarrón de su padre sonó desde la cabecera de la mesa. 


Por encima del hombro de Gonzalo, Lisa esperaba con una sonrisa de bienvenida. Apartándose de su hermano, Paula se acercó a la esbelta rubia y le dio un apretado abrazo.


—Estoy tan feliz de que estés aquí —dijo Lisa, al separarse.


Lágrimas llenaban sus ojos grises—. Todo es perfecto ahora. Ven, tu madre te está guardando postre.


Siguiéndola, Paula miró hacia atrás. Gonzalo tenía la mano en el hombro de Pedro y ambos se reían. Un latido de corazón pasó y Pedro levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los suyos.


Paula desvió la mirada y casi corrió directamente hacia Patricio.


El más grande y musculoso de los hermanos Alfonso, era sin duda el más intimidante. Los tres hermanos compartían los mismos rasgos fuertes y extraordinarios ojos azules, pero Patricio era el más grande de ellos por unos buenos ocho centímetros.


—Con cuidado, niñita —dijo él, dándole paso—. No quiero atropellar a una dama de honor.


¿Niñita? —Gracias, Godzilla. 

Luego, él tuvo el descaro de rizar su cabello como cuando ella tenía doce años.


Patricio rió mientras se unía a Gonzalo y su hermano. Hasta ahora, no había divisado al hermano del medio.Pablo era un bromista notorio y nadie estaba seguro cuando él rondaba cerca.


Alejandra Chaves se sentaba al lado del padre de Paula en la larga habitación abovedada, y era difícil de creer que su madre se acercaba a su cumpleaños número cincuenta y seis. No había ni un solo cabello gris en su masa de ondas castañas.


—Siéntate, cariño —dio unas palmaditas al asiento a su lado—. Te guardé un poco de pastel de queso.


Sin que se lo dijeran dos veces, Paula tomó su lugar, escuchando el flujo de la conversación a su alrededor mientras todos los demás se acomodaban entorno a las largas mesas. De vez en cuando, aparecía un primo o algún familiar de Lisa. Sus padres parecían agradables y Paula simpatizó con ellos.


El Sr. Grant, el padre de Lisa, incluso sonrió cuando el padre de Paula habló sobre la próxima ola de generadores que podían mantener el funcionamiento de un búnker de mil doscientos metros cuadrados.


Su madre rodó los ojos. —Sabes que a tu padre le gusta hablar de trabajo.


Sí, pero las conversaciones de trabajo de la mayoría de la gente que no giran alrededor del Apocalipsis.


Con todo el mundo ocupado, ella robó las últimas dos galletas de una fuente y prácticamente se las tragó enteras. Si esto se consideraba un “brunch”, Paula pensaba que solo podía tener una nueva comida favorita. 

—Fue muy amable de Pedro ofrecerse para recogerte, cariño —Los ojos de su madre brillaron—. Ni siquiera había estado aquí diez minutos, pero se fue de inmediato a por ti. 

Paula casi se atragantó con la galleta. —Sí, muy bonito de su parte.


Su madre se inclinó y bajó la voz—. Tú sabes, él sigue soltero. 

Aclarando su garganta, ella agradeció que Pedro no estuviera en ninguna parte cerca de la mesa. —Que bueno por él. 

—Y solías tener un flechazo con él. Fue muy lindo.

Paula abrió la boca para negarlo, pero el Sr. Grant respondió antes de que ella pudiera decir una palabra. —¿Enamorada de quién?


—Pedro—su madre asintió hacia el frente de la sala—. Ella seguía a Gonzalo y a él como un…


—Mamá —gimió Paula, con ganas de esconderse bajo la mesa—, no los seguí como un cachorrito. 

Su madre sólo sonrió.

—Eso es tan dulce —dijo el Sr. Grant, su mirada viajando hasta donde se encontraba Pedro y el resto de los hombres de pie—. Y él parece un hombre encantador. Gonzalo nos estuvo contando cuántos clubes nocturnos posee en la ciudad.


Mamá se lanzó a una detallada lista de los éxitos de Pedro, que eran bastante impresionantes. Durante los últimos siete años él había iniciado varios bares de lujo, eso lo colocaba como uno de los solteros más codiciados en el Distrito.


Pero su madre pasó por alto la bien conocida vida social de mujeriego de Pedro. Paula no había estado en ninguno de sus bares desde que tenía veintiún años, desde esa desastrosa noche cuando el alcohol y varios años de enamoramiento por un hombre subieron a su cabeza de una forma humillante.  


Después de tomar un sorbo de agua, ella se excusó para ver como estaba su reserva de habitación, se paseó entre las mesas y salió a un amplio vestíbulo de camino a la mesa de recepción. Una vez fuera de la zona de desayuno, se dio cuenta de que tenía compañía.


Pedro se puso a caminar a su lado, sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones. Él era una buena cabeza más alto que ella, y siempre se sentía como una enana estando de pie junto a él.


Ella le arqueó una ceja, tratando totalmente de parecer fría, aunque su corazón golpeteaba por estar caminando tan cerca de él. 


¿Siguiéndome?


—Se me ocurrió cambiar el patrón.


—Ja. Ja.


Él esbozó una sonrisa. —En realidad, iba a recoger la llave de mi cabaña.


—Yo también —Viñedos Belle tenía varías cabañas ubicadas a lo largo de la hacienda, y estaban reservadas para la mayoría de los asistentes a la boda programada para el sábado. Ella se mordió el labio, dándose cuenta de que no le había agradecido todavía—. Gracias por ir a buscarme. No hacía falta.


Pedro se encogió de hombros pero no dijo nada. Se abrieron paso a través de los pasillos de elegante diseño con paredes de madera y finalmente, llegaron a la recepción. 

Un hombre mayor que estaba detrás del mostrador con una etiqueta que decía “Bob” les sonrió. —¿En qué puedo ayudarles?

Pedro se apoyó en el mostrador. —Estamos aquí para recoger las llaves de nuestras habitaciones. 


 —Oh, ¿por la boda? —sus manos se detuvieron en el teclado, listo para teclear—. Felicitaciones. 


Paula ahogó una risa. —No somos nosotros. Quiero decir, no hay necesidad de felicitarnos. Él y yo no estamos juntos. Nosotros no… 


 —Lo que ella trata de decir es que no somos la novia y el novio — contestó Pedro, sonriendo. Dios no quiera que alguien pensara eso. Cielos. 


 —Estamos aquí para la fiesta nupcial. 


 Pedro dio sus nombres mientras Paula mentalmente se pateó a si misma por hablar como una torpe adolescente, pero estaba tan cerca de él que era una distracción. Su presencia, su olor picante que era en parte colonia y en parte hombre, tenía sus sentidos disparados de izquierda a derecha. Él siempre tenía que estar cerca. Como ahora, apenas había dos centímetros entre sus cuerpos. Podía sentir el calor natural que brotaba de él y si cerraba los ojos, estaba muy segura que podía recordar lo que se sentía tener su brazo a su alrededor, sosteniéndola contra su duro pecho mientras su mano rodaba bajo el dobladillo del vestido que había usado sólo para él, subiendo…. Paula se sacó a si misma del recuerdo. Mejor no ir en esa dirección.


 —Lo siento —dijo el recepcionista, atrayendo su atención nuevamente a lo que era importante—. Ha habido una lamentable confusión. De repente, ella recordó el mensaje de su padre. 


—¿Ocurrió algo? Las mejillas del recepcionista enrojecieron. 


—Tenemos otra fiesta de boda que termina el viernes, y, bueno, para decirlo directamente, uno de los empleados de tiempo parcial reservó más cabañas de las que había, lo que cancela las últimas dos reservaciones hechas. 


 Lo cual, por supuesto, serían las reservaciones de Pedro y Paula, porque si ellos tenían algo en común, era que siempre hacían las cosas a último minuto. Pedro frunció el ceño mientras se inclinaba más cerca. —Bueno, tiene que haber un arreglo. Tragando visiblemente, él miró el computador. 


—Tenía la impresión de que la Sra.Chaves ya les había comentado sobre este asunto. 


 Paula tenía un mal presentimiento. 


 —Le explicamos el problema cuando ella llegó. Sólo tenemos una cabaña disponible, la vieja suite de luna de miel a punto de ser remodelada.


 —¿Suite de luna de miel? —repitió lentamente Pedro, como si esas palabras no tuvieran sentido.


Mi estómago cayó. 

El recepcionista se veía visiblemente incómodo. —Dos personas pueden quedarse ahí. La Sra. Chaves dijo que no sería un problema.


Ella iba a matar a su madre. 

—Lo siento —Pedro enderezó su más de metro ochenta de altura, que era un montón para mirar. Su voz era firme—. Nosotros no podemos compartir una cabaña.


Ouch. Compartir una habitación con Pedro no estaba en su lista de cosas para hacer, pero maldita sea, ella no era la peor opción posible. 

—El dinero no es un problema —continuó él, sus ojos
oscureciéndose a un azul marino, un seguro de que signo su temperamento estaría a punto de aparecer—. Puedo pagar el doble o el triple para obtener dos habitaciones.


Bien, ahora esto era insultante. Lo miró. —Estoy de acuerdo. No hay manera de que pueda quedarme con él. 

Pedro la fulminó con la mirada. 

El recepcionista negó con la cabeza. —Lo siento, pero no hay más habitaciones disponibles. Es la vieja caba a de luna de miel… o nada.


Ambos miraron al empleado. Paula tenía la punzante sospecha de que Pedro estaba a punto de agarrar al hombre, voltearlo, y sacudirlo hasta que las llaves de la habitación cayeran. Ella podría estar detrás de eso.


—Las habitaciones deberían estar disponibles el viernes en la mañana, y nos aseguraremos que ustedes sean los primeros en la fila, pero desafortunadamente, no hay nada que pueda hacer.


Paula se pasó una mano por el pelo, aturdida. 


¿Alojarse con Pedro? De ninguna manera. Entre estar aturdida por su cercanía y querer golpearlo en la cabeza cuando abría la boca se volvería loca.


Los días previos a la boca se suponen que son divertidos y relajantes. No un viaje a Locolandia. Y su madre, su loca y casamentera madre, tenía una mano metida en esto. 


Enterraría a esa mujer en un refugio antibombas.


Paula miró la aún silenciosa forma de Pedro. Un músculo trabajaba en su mandíbula como si estuviera apretando los molares hacia la encía. Era horrible para ella, pero ¿para él? Dios, probable él ya estaba listo para hacer una oferta por la habitación del recepcionista. Sin duda,
esto pondría en un gran problema sus planes de seducir mujeres.


—Tienes que estar bromeando —Pedro se apartó,colocando sus manos en sus estrechas caderas. Maldijo por lo bajo—. Está bien, dame las malditas llaves.


Paula se sonrojó. —Mira, yo puedo… 

—¿Tú puedes qué? ¿Compartir habitación con tu madre, quién está en una segunda luna de miel con tu padre? ¿O tal vez prefieres estar con alguna otra pareja y arruinar su fin de semana romántico? —Una nota junto con dos llaves cayeron en su palma abierta—. ¿Incluso, dormir en tu auto? No tenemos opción —Sus ojos se encontraron con los muy abiertos ojos de ella—. Estamos atrapados hasta el viernes.



CAPITULO 3




Alrededor de un segundo después de que esas palabras salieron de su boca, Pedro se dio cuenta de su error, pero maldita sea, no lo lamentaba. Un intenso, caliente, y francamente pecaminoso rubor apareció sobre sus mejillas y bajó por su garganta. Había una parte de él, un despiadado fragmento, que rompería piernas y aplastaría manos para ver hasta dónde viajaba.


Pero como había aprendido antes, posiblemente en el último segundo, Paula Chaves era una línea que no pretendía cruzar. 


Sus labios carnosos se estrecharon y la ira brilló en sus ojos avellana, volviéndolos más verde que marrón. 


Cambiaban de color según sus emociones, y últimamente los había visto verdes más veces de las que debería.


—Eso fue un poco grosero, Pedro.


Se encogió de hombros. Cortesía no era su segundo nombre. —¿Te vas a quedar en el coche o vas a salir?


Paula lucía como que tendría que ser arrancada del coche. 


—¿Se supone que voy a dejarlo aquí, a lo largo del borde de la carretera? 


—Llamé a una grúa, y están de camino. Si abres el maletero, recogeré tus cosas.


Su mirada finalmente le abandonó, y sintió su pecho liberarse. — Bonito coche —dijo ella.


Pedro miró por encima del hombro al brillante Porsche negro bajo el sol. —Es un coche. —Uno de los tres que tenía. Deseó haber traído la camioneta en su lugar, pero la cosa consumía gasolina como nada más.


Volviendo al pequeño problema en mano, se hizo a un lado—.Pau, ¿vienes conmigo o no? 

Le miró fijamente, casi desafiante, lo que era de risa. Pau medía un metro sesenta y probablemente pesaba como un billete de diez. Se alzaba sobre ella y fácilmente podría echarla sobre su hombro con un brazo.


Sus ojos se encontraron.


Con cada segundo que pasaba, sacarla del coche y tirarla sobre su hombro parecía lo más probable. Quizás la daría unos azotes, él sabía muy bien que se los merecía.


La polla le decía que sí con la hinchazón casi dolorosa en sus vaqueros.


El sentido común le decía que no con el puñetazo en su estómago.


Si Pedro se parecía a alguien en esta vida, era a su padre —exitoso a temprana edad, decidido, rico, y portador del gen familiar que le permitía joder cualquier relación sería en menos de diez segundos.


Y todos, incluso Pau, sabían que era igual a su padre.


Así que definitivamente es hora de una mejor táctica, pensó, tomando una profunda respiración. —Hay un trozo de pastel de queso que tu madre apartó con tu nombre.


Los ojos de Pau se pusieron vidriosos. Había visto esa mirada un par de veces antes. El chocolate y los postres la daban ese aspecto de felicidad-post-sexo desde que tenía memoria, y eso no ayudaba con el problema en sus vaqueros.


La puerta del coche se abrió de golpe sin previo aviso, y apartándose de un salto evitó por poco una impotencia accidental. 

—Pastel de queso —repitió ella, sonriendo—. ¿Tiene acabado de fresa?


Luchó contra una sonrisa. —Con un lado de chocolate para mojar, justo como te gusta.


Situó las manos en sus curvilíneas caderas y ladeó la cabeza. — Entonces, ¿qué estás esperando? —Pulsó un botón de sus llaves, y el maletero se abrió—. Con cada segundo que pase entre ese pastel de queso y yo, más peligroso se pondrá este viaje.


Este viaje ya era peligroso. 

Se dirigió a la parte trasera de la camioneta mientras ella tomaba artículos del asiento trasero. Sólo una maleta descansaba en el maletero. 

Pau fue siempre una gran empacadora. Había salido con chicas que no podían pasar una noche fuera sin tres trajes y una docena de pares de zapatos. Pau era más práctica, probablemente a causa de crecer con un grupo de jóvenes alborotados.


Agarrando su equipaje, cerró el maletero, luego rodeó la parte lateral del coche y se detuvo en seco. Jesucristo…


Estaba inclinada, tirando de una gran bolsa de ropa del asiento trasero. La fina tela de sus pantalones se extendía sobre un culo redondo en el que había trabajado duramente. ¿Cuántas veces la había visto en la máquina elíptica del gimnasio? Demasiadas para contarlas.


Realmente necesitaba ejercitarse a una hora diferente.


Aún así, no conseguía despegar los ojos de ella ni por su vida. 

Pau podía ser pequeña, pero poseía algunas curvas infernales, y aunque no era del tipo de mujer por la que solía ir, era hermosa a su manera. Nariz alegre y labios regordetes, pómulos cubiertos de un moteado de pecas. El pelo largo, actualmente recogido, normalmente le llegaba a la mitad de su espalda.


El tipo de pelo, el tipo de cuerpo en el cual un hombre se podría perderse con facilidad. Oh, diablos, era más que eso. 


Pau algún día haría a algún hijo de puta el hombre más feliz. Era y siempre había sido el paquete completo: inteligente, divertida, obstinada y amable.


Y ese culo…


Pedro giró alrededor, inhalando por la nariz, tentado a medias de abandonar a Pau, conducir a la ciudad, y recoger a la primera polluela que le mirase. O agarrar el trasero de Pau. 

Ella pasó junto a él, dirigiéndole una mirada extraña sobre su hombro. —¿Estás tratando de aturdirme? Déjame adivinar. ¿Bambie o Susie te mantuvo despierto hasta tarde? Nunca pude distinguirlas. 

—¿Hablas de las gemelas Banks?


Pau inclinó la cabeza y esperó. 

—Sus nombres son Lucy y Lake —corrigió. 

Rodó los ojos. —¿Quién llama a su hija Lake? ¡Oh! Si tienen niños, los pueden llamar River y Stream (Lake, River, Stream: Lago, río y arroyo).—Negó con la cabeza, sus ojos entrecerrados. Una mirada de complicidad cruzó por su rostro—. ¿Así que todavía estás saliendo con ellas?


Sinceramente, saliendo no era el término que utilizaba para las altas y delgadas gemelas. —No quedo con ellas al mismo tiempo, Pau.


Tampoco lo haría.


—Eso no es lo que escuché.


—Entonces escuchaste mal. —Pero esa mirada suya se extendió.


Apretando la mandíbula, la siguió. No tenía sentido corregir su suposición porque su reputación ya estaría probablemente a la altura de la de su padre.


Abriendo el maletero, ella frunció el ceño. —¿No has estado en la habitación todavía?


Puso la maleta junto a las suyas. —No me he registrado. Sólo estuve cerca de quince minutos antes de que sonase tu llamada de rescate.


Se alisó las invisibles arrugas de sus pantalones, escondiendo la barbilla. —No necesitaba que me rescataran. 

Pedro arqueó una ceja burlonamente. —No me lo parece así.


—Solo porque exploté…


—Dilo de nuevo. 

Pau alzó la mirada a la suya de nuevo, y él sintió sus
conmovedoras profundidades en sus entrañas. Siempre podía robarle el aliento con una simple mirada. —¿Decir qué?


—Explotar.


Rodó los ojos. —Eso es realmente maduro.


—De todas formas, reventaste un neumático y tuve que venir hasta aquí a buscarte. ¿Cómo es que no te estoy rescatando?


Resoplando, se dio la vuelta y volvió a su coche. Bolso en mano, se dirigió hacia el lado del pasajero de su Porsche. 

Él sonrió. —Siempre hay que tener…


—Lo sé. Un repuesto —dijo, interrumpiéndolo y deslizándose en el coche.


Riéndose entre dientes, subió y le dio una mirada de soslayo. Ella miraba por la ventana tintada; su mano aferrada al móvil como si fuera un salvavidas. Se ajustó casualmente a sí mismo y rezó para mantenerse a raya hasta que su familia los rodeara de nuevo.


Los cinco primeros kilómetros de regreso a la viña en la cual se casaba su amigo fueron tranquilos, sin tensiones, pero definitivamente no una de las más cómodas experiencias.

Debería simplemente ignorar esto. —¿Por qué pones mala cara?


—No lo hago. —Le lanzó una mirada oscura.


—Podrías haberme engañado, Pau. 

—Deja de llamarme así. —Hurgó en su bolso y sacó un par de gafas de sol. Se las puso y se volvió hacia él. Linda—. Odio cuando lo haces. 

—¿Por qué? 

No contestó. 

Suspiró y fue a un tema seguro. —Tu hermano está realmente feliz. 

A su lado, Pau se relajó una fracción. —Lo sé. Estoy muy feliz por él. Se merece esto, ¿cierto? Es tan agradable que cualquier otra chica se aprovecharía de eso.


—Lo merece. —La mirada de Pedro parpadeó fuera del camino. Ella lo miraba inmóvil, y odiaba que las gafas bloquearan sus ojos. No tenía ni idea de lo que el pequeño terror maquinaba detrás de esas oscuras sombras—. Lisa es una buena chica. Se portará bien con Gonzalo.


Pau se chupó el labio inferior y luego dijo—: Gonzalo se portará bien con ella.


Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Eso es cierto. Aunque, ¿casándose? Nunca pensé que vería el día en que sentara cabeza.


—En serio, no quiero escuchar sobre sus aventuras. —Se pasó una mano por el pelo, alisando los pocos mechones sueltos que habían escapado de su coleta—. No he comido todavía.


—¿Un estómago lleno sería mejor?
Bufó.
—¿Recuerdas a esa chica con la que él salió en su segundo año de universidad?


Sus ojos se abrieron de par en par, y su sonrisa se extendió. 


—Oh, Dios, ¿la que comenzó a ponerles nombres a sus hijos en la primera cita? —dijo ella, riendo—. ¿Cómo se llamaba?


—Linda Bullock. 

—¡Sí! —Saltó en su asiento—. Tenía a Gonzalo muerto de miedo, llamándole a todas horas de la noche. Se puso tan loco cuando me contaste.


—Acampó fuera de nuestro dormitorio después de la primera cita. — Pedro negó con la cabeza—. Bonita muchacha, pero joder, estaba loca.


Iban subiendo los viñedos rápidamente. Antes de que se diese cuenta, Pau estaría rodeada por aquellos que la amaban y se preocupaban por ella, y él regresaría con sus hermanos, observándolos desde la lista de invitados para las damas
Como si leyera sus pensamientos, lo miró. —Apuesto a que tus hermanos y tú no podríais estar más felices.


—¿Por qué? 

Sus labios formaron una tensa sonrisa. —Es una boda, lo que significa presas fáciles.


—¿Estás diciendo que yo necesito presas fáciles?


—Quizás.


Se rió y dijo—: Creo que me conoces mejor que eso.


Un rubor rojo tiñó sus mejillas bajo las gafas de sol. Al ver su atractivo rostro en llamas casi vale la pena estar allí con ella, refrescando memorias que necesitaban quedarse en recuerdos.


—Vale —dijo—. No necesitas presas fáciles. No digo eso.

—¿Entonces qué estás diciendo, Pau?


Oleadas de frustración salieron de ella mientras corría la mano por el cuero mantecoso de los asientos del coche en largas y lánguidas pasadas que hicieron que su polla se tensara. —Lisa tiene muchas amigas bonitas. No tanto como las gemelas Banks, pero casi.


Pedro asintió y extendió la mano hacia el parasol, sacando sus propias gafas de sol. —Las tiene.


—Así que, como he dicho, tus hermanos y tú van a divertirse.


—Tal vez. —Se inclinó sobre el asiento, golpeteándole con los dedos el brazo para llamar su atención y señalar las largas hileras de vides a través del valle a su izquierda. Inmediatamente ella se echó hacia atrás, y él alzó las cejas, un poco ofendido—. ¿Delicada?


—No. Lo siento. Demasiada cafeína. 

Entonces le golpeó. A veces Pedro olvidaba que su relación no era como solía ser, y mierda si eso no apestaba.


Ella se aclaró la garganta. —Entonces, ¿cuándo se van a casar ustedes chicos?


Pedro ladró una rebuscada carcajada. —Buen Dios, Pau.

—¿Qué? —Su ceño puso las comisuras de su boca hacia abajo—. No es una pregunta loca. Están todos en la edad. 

Sacudiendo la cabeza, se echó a reír de nuevo. Tenía veintiocho, no era viejo. Pablo, su hermano mediano, tenía treinta, y su hermano mayor, Patricio, tenía treinta y uno. Ninguno de ellos se acercaba al matrimonio con los brazos abiertos. No tras ver lo que les hizo a sus padres. O, en realidad, lo que su padre le hizo a su madre. Ese era el por qué habían crecido prácticamente en el hogar de los Chaves.


Paula se inclinó sobre el asiento, dándole un puñetazo en el muslo con su pequeño puño. —Deja de reírte de mí, idiota. 

—No puedo evitarlo. Eres divertida.


—Lo que sea.


Sonriendo, tomó la siguiente salida hacia la carretera privada que conducía a la viña. —No sé nada del matrimonio, Pau. Ya sabes lo que dicen de nosotros.


—¿Quién se arriesgaría con los chicos Gamble? ¿O a jugar algún “juego de azar” con ellos? —Sacudió brevemente su cabeza—. Ya no estamos en el instituto o en la universidad, Pedro.

Su mirada se desvió desde la elegante línea de su muslo, hasta donde los botones de su blusa se abrían, revelando un tentador oleaje de pecho.


—Sí —dijo, enfocándose en la carretera. Sus nudillos dolían por la fuerza con la que agarraba la palanca de cambios—. Definitivamente no estamos en la escuela.


Le dio una rápida sonrisa antes de girarse de nuevo hacia la ventana, aparentando sumergirse en las colinas, pero entonces lo dijo—:No eres como tu padre, Pedro.


—Tú más que nadie deberías saber que soy exactamente igual que mi padre —espetó de vuelta, su voz más dura de lo que había previsto.


La mirada de Pau regresó a él, sus mejillas palideciendo y luego enrojeciendo. Abrió la boca, pero la cerró de nuevo y se giró hacia la ventana.


Él gimió. —Mierda, Pau, no quise decir… 

—Está bien. Lo que sea.


Sabía que bien y lo que sea eran palabras en código para cabreada. 

Eran las mismas palabras que su madre había usado una y otra vez cuando su padre volvía a casa por la noche o desaparecía en un viaje de negocios inesperado.


Pedro maldijo de nuevo.


Conduciendo por el sinuoso camino, luchó contra el impulso de disculparse. Era mejor así. Desde hacía varios años, Pau había sido nada más que la hermana pequeña de Gonzalo. Sí, era protector con ella, pero eso era un hecho. Esa noche, hacía muchos años, se estropearon las cosas entre ellos para siempre. Y si Pedro sabía algo, era que no había segundas oportunidades.


Al igual que no hubo segundas oportunidades para sus padres.