sábado, 6 de septiembre de 2014

CAPITULO 3




Alrededor de un segundo después de que esas palabras salieron de su boca, Pedro se dio cuenta de su error, pero maldita sea, no lo lamentaba. Un intenso, caliente, y francamente pecaminoso rubor apareció sobre sus mejillas y bajó por su garganta. Había una parte de él, un despiadado fragmento, que rompería piernas y aplastaría manos para ver hasta dónde viajaba.


Pero como había aprendido antes, posiblemente en el último segundo, Paula Chaves era una línea que no pretendía cruzar. 


Sus labios carnosos se estrecharon y la ira brilló en sus ojos avellana, volviéndolos más verde que marrón. 


Cambiaban de color según sus emociones, y últimamente los había visto verdes más veces de las que debería.


—Eso fue un poco grosero, Pedro.


Se encogió de hombros. Cortesía no era su segundo nombre. —¿Te vas a quedar en el coche o vas a salir?


Paula lucía como que tendría que ser arrancada del coche. 


—¿Se supone que voy a dejarlo aquí, a lo largo del borde de la carretera? 


—Llamé a una grúa, y están de camino. Si abres el maletero, recogeré tus cosas.


Su mirada finalmente le abandonó, y sintió su pecho liberarse. — Bonito coche —dijo ella.


Pedro miró por encima del hombro al brillante Porsche negro bajo el sol. —Es un coche. —Uno de los tres que tenía. Deseó haber traído la camioneta en su lugar, pero la cosa consumía gasolina como nada más.


Volviendo al pequeño problema en mano, se hizo a un lado—.Pau, ¿vienes conmigo o no? 

Le miró fijamente, casi desafiante, lo que era de risa. Pau medía un metro sesenta y probablemente pesaba como un billete de diez. Se alzaba sobre ella y fácilmente podría echarla sobre su hombro con un brazo.


Sus ojos se encontraron.


Con cada segundo que pasaba, sacarla del coche y tirarla sobre su hombro parecía lo más probable. Quizás la daría unos azotes, él sabía muy bien que se los merecía.


La polla le decía que sí con la hinchazón casi dolorosa en sus vaqueros.


El sentido común le decía que no con el puñetazo en su estómago.


Si Pedro se parecía a alguien en esta vida, era a su padre —exitoso a temprana edad, decidido, rico, y portador del gen familiar que le permitía joder cualquier relación sería en menos de diez segundos.


Y todos, incluso Pau, sabían que era igual a su padre.


Así que definitivamente es hora de una mejor táctica, pensó, tomando una profunda respiración. —Hay un trozo de pastel de queso que tu madre apartó con tu nombre.


Los ojos de Pau se pusieron vidriosos. Había visto esa mirada un par de veces antes. El chocolate y los postres la daban ese aspecto de felicidad-post-sexo desde que tenía memoria, y eso no ayudaba con el problema en sus vaqueros.


La puerta del coche se abrió de golpe sin previo aviso, y apartándose de un salto evitó por poco una impotencia accidental. 

—Pastel de queso —repitió ella, sonriendo—. ¿Tiene acabado de fresa?


Luchó contra una sonrisa. —Con un lado de chocolate para mojar, justo como te gusta.


Situó las manos en sus curvilíneas caderas y ladeó la cabeza. — Entonces, ¿qué estás esperando? —Pulsó un botón de sus llaves, y el maletero se abrió—. Con cada segundo que pase entre ese pastel de queso y yo, más peligroso se pondrá este viaje.


Este viaje ya era peligroso. 

Se dirigió a la parte trasera de la camioneta mientras ella tomaba artículos del asiento trasero. Sólo una maleta descansaba en el maletero. 

Pau fue siempre una gran empacadora. Había salido con chicas que no podían pasar una noche fuera sin tres trajes y una docena de pares de zapatos. Pau era más práctica, probablemente a causa de crecer con un grupo de jóvenes alborotados.


Agarrando su equipaje, cerró el maletero, luego rodeó la parte lateral del coche y se detuvo en seco. Jesucristo…


Estaba inclinada, tirando de una gran bolsa de ropa del asiento trasero. La fina tela de sus pantalones se extendía sobre un culo redondo en el que había trabajado duramente. ¿Cuántas veces la había visto en la máquina elíptica del gimnasio? Demasiadas para contarlas.


Realmente necesitaba ejercitarse a una hora diferente.


Aún así, no conseguía despegar los ojos de ella ni por su vida. 

Pau podía ser pequeña, pero poseía algunas curvas infernales, y aunque no era del tipo de mujer por la que solía ir, era hermosa a su manera. Nariz alegre y labios regordetes, pómulos cubiertos de un moteado de pecas. El pelo largo, actualmente recogido, normalmente le llegaba a la mitad de su espalda.


El tipo de pelo, el tipo de cuerpo en el cual un hombre se podría perderse con facilidad. Oh, diablos, era más que eso. 


Pau algún día haría a algún hijo de puta el hombre más feliz. Era y siempre había sido el paquete completo: inteligente, divertida, obstinada y amable.


Y ese culo…


Pedro giró alrededor, inhalando por la nariz, tentado a medias de abandonar a Pau, conducir a la ciudad, y recoger a la primera polluela que le mirase. O agarrar el trasero de Pau. 

Ella pasó junto a él, dirigiéndole una mirada extraña sobre su hombro. —¿Estás tratando de aturdirme? Déjame adivinar. ¿Bambie o Susie te mantuvo despierto hasta tarde? Nunca pude distinguirlas. 

—¿Hablas de las gemelas Banks?


Pau inclinó la cabeza y esperó. 

—Sus nombres son Lucy y Lake —corrigió. 

Rodó los ojos. —¿Quién llama a su hija Lake? ¡Oh! Si tienen niños, los pueden llamar River y Stream (Lake, River, Stream: Lago, río y arroyo).—Negó con la cabeza, sus ojos entrecerrados. Una mirada de complicidad cruzó por su rostro—. ¿Así que todavía estás saliendo con ellas?


Sinceramente, saliendo no era el término que utilizaba para las altas y delgadas gemelas. —No quedo con ellas al mismo tiempo, Pau.


Tampoco lo haría.


—Eso no es lo que escuché.


—Entonces escuchaste mal. —Pero esa mirada suya se extendió.


Apretando la mandíbula, la siguió. No tenía sentido corregir su suposición porque su reputación ya estaría probablemente a la altura de la de su padre.


Abriendo el maletero, ella frunció el ceño. —¿No has estado en la habitación todavía?


Puso la maleta junto a las suyas. —No me he registrado. Sólo estuve cerca de quince minutos antes de que sonase tu llamada de rescate.


Se alisó las invisibles arrugas de sus pantalones, escondiendo la barbilla. —No necesitaba que me rescataran. 

Pedro arqueó una ceja burlonamente. —No me lo parece así.


—Solo porque exploté…


—Dilo de nuevo. 

Pau alzó la mirada a la suya de nuevo, y él sintió sus
conmovedoras profundidades en sus entrañas. Siempre podía robarle el aliento con una simple mirada. —¿Decir qué?


—Explotar.


Rodó los ojos. —Eso es realmente maduro.


—De todas formas, reventaste un neumático y tuve que venir hasta aquí a buscarte. ¿Cómo es que no te estoy rescatando?


Resoplando, se dio la vuelta y volvió a su coche. Bolso en mano, se dirigió hacia el lado del pasajero de su Porsche. 

Él sonrió. —Siempre hay que tener…


—Lo sé. Un repuesto —dijo, interrumpiéndolo y deslizándose en el coche.


Riéndose entre dientes, subió y le dio una mirada de soslayo. Ella miraba por la ventana tintada; su mano aferrada al móvil como si fuera un salvavidas. Se ajustó casualmente a sí mismo y rezó para mantenerse a raya hasta que su familia los rodeara de nuevo.


Los cinco primeros kilómetros de regreso a la viña en la cual se casaba su amigo fueron tranquilos, sin tensiones, pero definitivamente no una de las más cómodas experiencias.

Debería simplemente ignorar esto. —¿Por qué pones mala cara?


—No lo hago. —Le lanzó una mirada oscura.


—Podrías haberme engañado, Pau. 

—Deja de llamarme así. —Hurgó en su bolso y sacó un par de gafas de sol. Se las puso y se volvió hacia él. Linda—. Odio cuando lo haces. 

—¿Por qué? 

No contestó. 

Suspiró y fue a un tema seguro. —Tu hermano está realmente feliz. 

A su lado, Pau se relajó una fracción. —Lo sé. Estoy muy feliz por él. Se merece esto, ¿cierto? Es tan agradable que cualquier otra chica se aprovecharía de eso.


—Lo merece. —La mirada de Pedro parpadeó fuera del camino. Ella lo miraba inmóvil, y odiaba que las gafas bloquearan sus ojos. No tenía ni idea de lo que el pequeño terror maquinaba detrás de esas oscuras sombras—. Lisa es una buena chica. Se portará bien con Gonzalo.


Pau se chupó el labio inferior y luego dijo—: Gonzalo se portará bien con ella.


Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Eso es cierto. Aunque, ¿casándose? Nunca pensé que vería el día en que sentara cabeza.


—En serio, no quiero escuchar sobre sus aventuras. —Se pasó una mano por el pelo, alisando los pocos mechones sueltos que habían escapado de su coleta—. No he comido todavía.


—¿Un estómago lleno sería mejor?
Bufó.
—¿Recuerdas a esa chica con la que él salió en su segundo año de universidad?


Sus ojos se abrieron de par en par, y su sonrisa se extendió. 


—Oh, Dios, ¿la que comenzó a ponerles nombres a sus hijos en la primera cita? —dijo ella, riendo—. ¿Cómo se llamaba?


—Linda Bullock. 

—¡Sí! —Saltó en su asiento—. Tenía a Gonzalo muerto de miedo, llamándole a todas horas de la noche. Se puso tan loco cuando me contaste.


—Acampó fuera de nuestro dormitorio después de la primera cita. — Pedro negó con la cabeza—. Bonita muchacha, pero joder, estaba loca.


Iban subiendo los viñedos rápidamente. Antes de que se diese cuenta, Pau estaría rodeada por aquellos que la amaban y se preocupaban por ella, y él regresaría con sus hermanos, observándolos desde la lista de invitados para las damas
Como si leyera sus pensamientos, lo miró. —Apuesto a que tus hermanos y tú no podríais estar más felices.


—¿Por qué? 

Sus labios formaron una tensa sonrisa. —Es una boda, lo que significa presas fáciles.


—¿Estás diciendo que yo necesito presas fáciles?


—Quizás.


Se rió y dijo—: Creo que me conoces mejor que eso.


Un rubor rojo tiñó sus mejillas bajo las gafas de sol. Al ver su atractivo rostro en llamas casi vale la pena estar allí con ella, refrescando memorias que necesitaban quedarse en recuerdos.


—Vale —dijo—. No necesitas presas fáciles. No digo eso.

—¿Entonces qué estás diciendo, Pau?


Oleadas de frustración salieron de ella mientras corría la mano por el cuero mantecoso de los asientos del coche en largas y lánguidas pasadas que hicieron que su polla se tensara. —Lisa tiene muchas amigas bonitas. No tanto como las gemelas Banks, pero casi.


Pedro asintió y extendió la mano hacia el parasol, sacando sus propias gafas de sol. —Las tiene.


—Así que, como he dicho, tus hermanos y tú van a divertirse.


—Tal vez. —Se inclinó sobre el asiento, golpeteándole con los dedos el brazo para llamar su atención y señalar las largas hileras de vides a través del valle a su izquierda. Inmediatamente ella se echó hacia atrás, y él alzó las cejas, un poco ofendido—. ¿Delicada?


—No. Lo siento. Demasiada cafeína. 

Entonces le golpeó. A veces Pedro olvidaba que su relación no era como solía ser, y mierda si eso no apestaba.


Ella se aclaró la garganta. —Entonces, ¿cuándo se van a casar ustedes chicos?


Pedro ladró una rebuscada carcajada. —Buen Dios, Pau.

—¿Qué? —Su ceño puso las comisuras de su boca hacia abajo—. No es una pregunta loca. Están todos en la edad. 

Sacudiendo la cabeza, se echó a reír de nuevo. Tenía veintiocho, no era viejo. Pablo, su hermano mediano, tenía treinta, y su hermano mayor, Patricio, tenía treinta y uno. Ninguno de ellos se acercaba al matrimonio con los brazos abiertos. No tras ver lo que les hizo a sus padres. O, en realidad, lo que su padre le hizo a su madre. Ese era el por qué habían crecido prácticamente en el hogar de los Chaves.


Paula se inclinó sobre el asiento, dándole un puñetazo en el muslo con su pequeño puño. —Deja de reírte de mí, idiota. 

—No puedo evitarlo. Eres divertida.


—Lo que sea.


Sonriendo, tomó la siguiente salida hacia la carretera privada que conducía a la viña. —No sé nada del matrimonio, Pau. Ya sabes lo que dicen de nosotros.


—¿Quién se arriesgaría con los chicos Gamble? ¿O a jugar algún “juego de azar” con ellos? —Sacudió brevemente su cabeza—. Ya no estamos en el instituto o en la universidad, Pedro.

Su mirada se desvió desde la elegante línea de su muslo, hasta donde los botones de su blusa se abrían, revelando un tentador oleaje de pecho.


—Sí —dijo, enfocándose en la carretera. Sus nudillos dolían por la fuerza con la que agarraba la palanca de cambios—. Definitivamente no estamos en la escuela.


Le dio una rápida sonrisa antes de girarse de nuevo hacia la ventana, aparentando sumergirse en las colinas, pero entonces lo dijo—:No eres como tu padre, Pedro.


—Tú más que nadie deberías saber que soy exactamente igual que mi padre —espetó de vuelta, su voz más dura de lo que había previsto.


La mirada de Pau regresó a él, sus mejillas palideciendo y luego enrojeciendo. Abrió la boca, pero la cerró de nuevo y se giró hacia la ventana.


Él gimió. —Mierda, Pau, no quise decir… 

—Está bien. Lo que sea.


Sabía que bien y lo que sea eran palabras en código para cabreada. 

Eran las mismas palabras que su madre había usado una y otra vez cuando su padre volvía a casa por la noche o desaparecía en un viaje de negocios inesperado.


Pedro maldijo de nuevo.


Conduciendo por el sinuoso camino, luchó contra el impulso de disculparse. Era mejor así. Desde hacía varios años, Pau había sido nada más que la hermana pequeña de Gonzalo. Sí, era protector con ella, pero eso era un hecho. Esa noche, hacía muchos años, se estropearon las cosas entre ellos para siempre. Y si Pedro sabía algo, era que no había segundas oportunidades.


Al igual que no hubo segundas oportunidades para sus padres.

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