sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPITULO 20



Paula se encontraba en un extraño estado mental. Atrapada entre los restos de felicidad absoluta que experimentó la noche anterior y la frialdad que permanecía en su interior desde que había dejado la caseta, no estaba segura de si debía sentirse feliz o triste.


Mayormente triste, decidió mientras rellenaba cajas con campanillas blancas que se utilizarían como recuerdos de boda. Al menos había tenido una noche para experimentar. 


No tenía que preguntarse cómo sería estar con Pedro. Ahora lo sabía. Era increíble.


Su corazón dolió.


Esa tarde casi había llamado a Barbara de nuevo, pero pensó que era mejor tener una conversación en persona. De ninguna manera quería perderse todas sus expresiones de que-diablos cuando descubriera cómo básicamente se sentó sobre Pedro a horcajadas y cómo la había abandonado a la mañana siguiente.



Paula levantó la vista mientras una de las damas de honor
descargaba un cargamento de pastillas de menta frente a ellas. Cogió una, muerta de hambre, ya que había estado demasiado cabreada esta mañana como para comer.


Lisa se rió. —¿Están buenas?


Haciendo estallar una en la boca, Paula asintió. —De menta. Muy deliciosa.  


—Hablando sobre delicioso —dijo Sasha, una dama de honor—. Creo que el apodo de los hermanos Alfonso debería ser "muy deliciosos".


Cindy, otra dama de honor, resopló mientras miraba a la rubia alta y curvilínea. —¿No estabas encima de uno de los hermanos anoche?


Sasha sonrió secretamente. —Tal vez...


Era bueno saber que Paula no fue la única. Dejó caer la campana en una caja.


—No puedo diferenciarlos. —Cindy sonrió.


—Son muy fáciles de distinguir —respondió Paula bruscamente— . No son trillizos.


—Sí, pero los tres son el sexo en persona, de cabellos oscuros y hermosos ojos azules, y con músculos donde me gustaría comer chocolate —dijo Cindy, dándole a otra dama de honor una mirada malvada—. Por supuesto, si sólo no estuviera casada. De todos modos, ¿cuál era? ¿Pedro?
¿Pablo?


Los ojos de Paula se estrecharon.


—Pablo —respondió Sasha, sus mejillas ruborizándose—. Aunque, no me importaría si hubiese sido Pedro, también. Diablos, todos ellos al mismo tiempo.


Las damas de honor se rieron, pero Lisa le lanzó a Paula una mirada de preocupación. Probablemente tenía algo que ver con la expresión de su rostro. Una que decía que estaba repasando mentalmente el número de campanillas de metal que podía meter en la boca de Sasha.


—¿No creciste con ellos, Paula? —continuó Sasha, haciendo caso omiso de la puerta a la muerte a la que estaba llamando—. ¿Siempre en tu casa y esas cosas? Dios, yo no habría sido capaz de controlarme a mí misma, pero estoy segura de que es diferente para ti.  


Paula empujó una campana a través de la parte inferior de la caja. —¿Por qué es eso?


—Bueno, estoy segura de que eres como una hermana pequeña para ellos —explicó—. Quiero decir, ¿no estás compartiendo habitación con Pedro?


El color carmesí tiñó sus mejillas. Jesús, ¿eso era lo que todos pensaban? Casi tenía decidido entrar en detalles sobre cómo de no- fraternal estuvieron las cosas anoche con Pedro.  


—En realidad, no estoy segura de si ese es el caso —dijo Lisa, sonriendo de manera uniforme—. Madison está cerca de todos ellos, pero por lo que he visto... —Se interrumpió, enviando a Paula una astuta mirada.


Sasha arqueó una elegante ceja. —Bien, entonces, felicitaciones a ti...


Tras eso, las chicas casi permanecieron mudas sobre los hermanos Alfonso y Paula, aunque sí martillaron con preguntas a Sasha para obtener detalles jugosos.


Una vez las cajas se hicieron, el grupo se separó para prepararse para el ensayo. Paula le dio un rápido abrazo a Lisa y se dirigió a su nueva cabaña.


Debería estar contenta con su propio espacio, pero se sentía solitaria y silenciosa. Y cuando se dio un baño, no había ninguna esperanza de una visita sorpresa de Pedro.  


Hundiéndose profundamente en la bañera, cerró los ojos y trató de empujarlo lejos. Excepto que Pedro consumía sus pensamientos en un nivel completamente nuevo, porque ahora sabía cómo se sentía su pasión, cuál era su sabor, cómo se sentía en su interior.


No había forma de sacarlo de su sistema.


Cuando despertó esta mañana, había estado deliciosamente adolorida en zonas de las que se había olvidado y Pedro... Pedro se había ido.


Dejó escapar un largo suspiro y abrió los ojos.


Dejar aquella llamativa cabaña fue una de las cosas más difíciles que había hecho jamás. Una parte de ella todavía seguía allí, pero su decisión de irse fue simple. Sin embargo, la decisión que tomaría en un futuro próximo sería la más difícil que haría jamás y sabía que les sorprendería a todos.

CAPITULO 19




Pedro quería estrangular al secretario para el momento en el que el hombre le había pasado la llave para una de las cabañas nuevas. Le hizo esperar casi una maldita hora y media mientras la cabaña era limpiada, lo cual retrasó seriamente su horario.


Llevando sus cosas a la cabaña nueva, su mirada se posó en la cama King-size con sábanas de satén. Sábanas en las que fácilmente podía visualizar a Pau desnuda. Eso hizo que pensara en la noche pasada y su polla se endureció. Estaba listo para la ronda tres… y luego la ronda cuatro.


Pero necesitaba ducharse primero. Aunque amaba la persistente esencia de vainilla —de Pau— lo último que necesitaba era ir oliendo por ahí como si acabara de tener sexo con la hermana menor de Gonzalo.  


La noche pasada llegó a ser asombrosa —Pau fue asombrosa. Y era más que sexo. Era conexión, ese lo-que-sea-que-fuera que iba más allá del orgasmo. Era algo más —especial. Por primera vez en su vida de mierda. Ninguna de las mujeres con las que había estado le hizo sentir eso, y en ese momento, sabía que ninguna lo haría.  


Ahora él sonaba como si hubiese visto el programa de Oprah.  


Pero… pero eso tenía que significar algo. Y estaba cansado de luchar contra la necesidad de encontrar ese “algo”. Cansado de negar lo que en realidad quería —lo que había querido por tanto tiempo. Pau era más que la hermana menor de Gonzalo. Más que la pequeña niña que fue su sombra por años.


Lo era todo para él. Y él también era más que el hijo de su padre, porque en el fondo sabía que nunca podría herir a Pau. No después de la pasada noche.  


¿Y justo ahora se daba cuenta de ello?


Jodió las cosas ayer con esa horrible propuesta, pero la pasada noche…  


Tenía que ser un nuevo comienzo.


Tomó la ducha más rápida de su vida y luego se dirigió de vuelta a la cabaña. Había una diminuta floristería y se detuvo a comprar una docena de rosas. Metiéndolas bajo el brazo, agarró una porción de cheescake de la pastelería y regresó a su camino hacia la Cabaña del Amor.


Pedro esperaba que Pau siguiera durmiendo. Tenía una muy buena idea de cómo despertarla, con sus manos, dedos, y luego su lengua.


Tal vez un poco de cheescake después, pero conociéndola, probablemente lo derribaría sólo para conseguir la buena cosa. Nadie se interponía entre Pau y los dulces.


Bajó del auto tensamente y caminó hacia la cabaña. Su mirada se dirigió inmediatamente a la cama —la vacía cama.  

—¿Pau?


La caseta estaba inusualmente silenciosa. La ducha no se oía. Nada.


Dejando las rosas y el trozo de cheescake en el borde de la mesa, su mirada recorrió la habitación. —Mierda.


Pau se había ido. Así como también su enorme maleta.


Precipitándose al baño, no encontró rastro de ella. Su plancha y su rizador no estaban, como si nunca hubiera vivido allí.  


Maldiciendo bajo su aliento de nuevo, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Iba a encontrarla, traerla de vuelta… 


Con su mano en la puerta se detuvo.  


Dos problemas: No tenía ni idea de a dónde había ido Pau. No muy lejos, pero podría estar en cualquier cabaña, y golpeando como el infierno santo en cada puerta no era la mejor idea, necesitaba un plan mejor. Y dos, no sabía por qué se había marchado. Después de la noche pasada, parecía bastante obvio lo que él quería, por lo que ni siquiera podía imaginarse el por qué, especialmente cuando ya les había conseguido otra cabaña, la cual no tenía una cama en forma de corazón ni sábanas de terciopelo.  


Aunque, como que iba a extrañar esa cama.


Pedro se alejó de la puerta, pasando sus manos a través del cabello.


¿Un plan para qué? ¿Perseguir a Pau? Mierda. Como se habían invertido los papeles.


Se paseó alrededor, su mirada regresando a las sábanas revueltas de esa maldita cama.  


Doble mierda.


Restregando las palmas de sus manos contra su rostro, recogió las flores y dejó el cheescake atrás. Fue primero a la cabaña de sus padres.


Estaban sentados en la terraza, disfrutando del té mientras hojeaban una revista de supervivencia en la naturaleza. 


Ambos se veían como una pareja a punto de jubilarse.


El padre de Pau alzó la vista primero, sonriendo ampliamente. — Hola, Pedro, ¿qué te traes entre manos?   


—No mucho —dijo, recostándose contra la barandilla—. Hola señora Chaves.


Ella sonrió, sacudiendo su cabeza. —Cariño, ya es hora de que empieces a llamarme Ale. ¡Y esas flores! ¿No son adorables? —Sus ojos brillaron—. ¿Puedo preguntar para quién son?


—Para una persona adorable —respondió él.


—Eso es tan…


El señor Chaves se levantó, pasándole la revista. —Me alegra que te pasaras por aquí. Puedes ayudar a terminar un debate entre mi esposa y yo.  


Una fotografía de un hombre en una chaqueta de franela junto a un grupo de vacas estaba siendo empujada en su cara antes de que pudiera responder. —Carne orgánica —anunció el padre de Pau—. Trato de decirle a Ale que incluso en tiempos apocalípticos, la mayoría de las personas querrían seguir comiendo algo de carne.  


Tan acostumbrado a este tipo de preguntas, Pedro se lo tomó con calma. —Estoy seguro de que las personas seguirían queriendo un filete.


—¡Exacto! —Acordó el señor Chaves—. Así que yo digo que deberíamos “apadrinar” un rebaño de ganado y ponerlo en venta. La amada esposa aquí presente piensa que es una pérdida de tiempo.


—Y dinero —añadió la señora Chaves, retorciéndose en el asiento para enfrentar a los dos hombres—. Estoy bastante segura de que la última cosa que pensará la gente durante una guerra nuclear será en un raro filete común.


Pedro sonrió. —O una apocalipsis zombie.


La señora Chaves levantó las manos. —Eso es lo que decía.

Su marido resopló. —Cuando el sol no brille durante tres años y tengas que recurrir a hojas de menta para comer, querrás un filete.


Ella rodó sus ojos. —Esa sería la última de nuestras
preocupaciones.


—Esperen. —Pedro hizo una pausa—. ¿Cómo mantendrán las vacas vivas si el sol no brilla?


El señor Daniels se enderezó. —Bunkers subterráneos lo
suficientemente grandes para tener campos orgánicos. Hay bunkers por todo el mundo, más grandes que un campo de fútbol. Como el Arca de Noé-


—A Pedro no le importa el Arca de Noé, así que antes de que empieces con eso, tampoco empezaremos a vender Construya-Su-Propia- Arca. —Le sonrió a Pedro—. No podrías imaginarte el coste de almacenar algo como eso.


—No señora —dijo Pedro sonriendo.  


El señor Chaves cerró al revista de un golpe. —Esta discusión no ha terminado.


Suspirando, su esposa sacudió su cabeza. —¿Estás buscando a Paula, querido?


Desconcertado, Pedro se preguntó si era así de obvio. —Bueno, en realidad sí.


El señor Chaves regresó a la mesa, dejando la revista allí.
—¿Perdiste a tu compañera de habitación? 

—Eso parece —dijo Pedro. 


—No la hemos visto, querido, pero podrías querer consultar con Lisa. —La Sra. Chaves tomó un sorbo de té—. Probablemente están preparando las cosas para mañana.


Agradeciéndoles a ambos, empezó a subir el camino. Si Pau estaba con Lisa, no quería molestarla, pero...


Pedro se encontró en la recepción del salón. El empleado le devolvió la mirada, claramente no queriendo ir a por el segundo round. —¿La nueva caseta que me dio esta mañana era la única disponible? —preguntó Pedro.  


Bob inclinó la cabeza, como confundido. —No. Había dos. Ambas se prepararon esta mañana. —Empezó tecleando en su ordenador—. ¿La que le asignamos esta mañana no era habitable?


Respiró profundamente. —No. Es perfecta. ¿Qué hay de la otra habitación?  


—¿Para la señorita Chaves? —preguntó, sonriendo con cariño.


Evidentemente Pau había impresionado mucho mejor al empleado que él—. Se detuvo hace unos veinte minutos y recogió la llave de la cabaña seis.


Pedro miró al recepcionista, sintiéndose como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La ira provocó un gran revuelo en su interior.


Tan irracional como era, estaba enojado y ofendido. ¿Lo dejó después de anoche?


Dándose la vuelta, dejó al recepcionista sin una segunda mirada, arrojando las rosas en la basura de camino a la salida.