sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPITULO 19




Pedro quería estrangular al secretario para el momento en el que el hombre le había pasado la llave para una de las cabañas nuevas. Le hizo esperar casi una maldita hora y media mientras la cabaña era limpiada, lo cual retrasó seriamente su horario.


Llevando sus cosas a la cabaña nueva, su mirada se posó en la cama King-size con sábanas de satén. Sábanas en las que fácilmente podía visualizar a Pau desnuda. Eso hizo que pensara en la noche pasada y su polla se endureció. Estaba listo para la ronda tres… y luego la ronda cuatro.


Pero necesitaba ducharse primero. Aunque amaba la persistente esencia de vainilla —de Pau— lo último que necesitaba era ir oliendo por ahí como si acabara de tener sexo con la hermana menor de Gonzalo.  


La noche pasada llegó a ser asombrosa —Pau fue asombrosa. Y era más que sexo. Era conexión, ese lo-que-sea-que-fuera que iba más allá del orgasmo. Era algo más —especial. Por primera vez en su vida de mierda. Ninguna de las mujeres con las que había estado le hizo sentir eso, y en ese momento, sabía que ninguna lo haría.  


Ahora él sonaba como si hubiese visto el programa de Oprah.  


Pero… pero eso tenía que significar algo. Y estaba cansado de luchar contra la necesidad de encontrar ese “algo”. Cansado de negar lo que en realidad quería —lo que había querido por tanto tiempo. Pau era más que la hermana menor de Gonzalo. Más que la pequeña niña que fue su sombra por años.


Lo era todo para él. Y él también era más que el hijo de su padre, porque en el fondo sabía que nunca podría herir a Pau. No después de la pasada noche.  


¿Y justo ahora se daba cuenta de ello?


Jodió las cosas ayer con esa horrible propuesta, pero la pasada noche…  


Tenía que ser un nuevo comienzo.


Tomó la ducha más rápida de su vida y luego se dirigió de vuelta a la cabaña. Había una diminuta floristería y se detuvo a comprar una docena de rosas. Metiéndolas bajo el brazo, agarró una porción de cheescake de la pastelería y regresó a su camino hacia la Cabaña del Amor.


Pedro esperaba que Pau siguiera durmiendo. Tenía una muy buena idea de cómo despertarla, con sus manos, dedos, y luego su lengua.


Tal vez un poco de cheescake después, pero conociéndola, probablemente lo derribaría sólo para conseguir la buena cosa. Nadie se interponía entre Pau y los dulces.


Bajó del auto tensamente y caminó hacia la cabaña. Su mirada se dirigió inmediatamente a la cama —la vacía cama.  

—¿Pau?


La caseta estaba inusualmente silenciosa. La ducha no se oía. Nada.


Dejando las rosas y el trozo de cheescake en el borde de la mesa, su mirada recorrió la habitación. —Mierda.


Pau se había ido. Así como también su enorme maleta.


Precipitándose al baño, no encontró rastro de ella. Su plancha y su rizador no estaban, como si nunca hubiera vivido allí.  


Maldiciendo bajo su aliento de nuevo, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Iba a encontrarla, traerla de vuelta… 


Con su mano en la puerta se detuvo.  


Dos problemas: No tenía ni idea de a dónde había ido Pau. No muy lejos, pero podría estar en cualquier cabaña, y golpeando como el infierno santo en cada puerta no era la mejor idea, necesitaba un plan mejor. Y dos, no sabía por qué se había marchado. Después de la noche pasada, parecía bastante obvio lo que él quería, por lo que ni siquiera podía imaginarse el por qué, especialmente cuando ya les había conseguido otra cabaña, la cual no tenía una cama en forma de corazón ni sábanas de terciopelo.  


Aunque, como que iba a extrañar esa cama.


Pedro se alejó de la puerta, pasando sus manos a través del cabello.


¿Un plan para qué? ¿Perseguir a Pau? Mierda. Como se habían invertido los papeles.


Se paseó alrededor, su mirada regresando a las sábanas revueltas de esa maldita cama.  


Doble mierda.


Restregando las palmas de sus manos contra su rostro, recogió las flores y dejó el cheescake atrás. Fue primero a la cabaña de sus padres.


Estaban sentados en la terraza, disfrutando del té mientras hojeaban una revista de supervivencia en la naturaleza. 


Ambos se veían como una pareja a punto de jubilarse.


El padre de Pau alzó la vista primero, sonriendo ampliamente. — Hola, Pedro, ¿qué te traes entre manos?   


—No mucho —dijo, recostándose contra la barandilla—. Hola señora Chaves.


Ella sonrió, sacudiendo su cabeza. —Cariño, ya es hora de que empieces a llamarme Ale. ¡Y esas flores! ¿No son adorables? —Sus ojos brillaron—. ¿Puedo preguntar para quién son?


—Para una persona adorable —respondió él.


—Eso es tan…


El señor Chaves se levantó, pasándole la revista. —Me alegra que te pasaras por aquí. Puedes ayudar a terminar un debate entre mi esposa y yo.  


Una fotografía de un hombre en una chaqueta de franela junto a un grupo de vacas estaba siendo empujada en su cara antes de que pudiera responder. —Carne orgánica —anunció el padre de Pau—. Trato de decirle a Ale que incluso en tiempos apocalípticos, la mayoría de las personas querrían seguir comiendo algo de carne.  


Tan acostumbrado a este tipo de preguntas, Pedro se lo tomó con calma. —Estoy seguro de que las personas seguirían queriendo un filete.


—¡Exacto! —Acordó el señor Chaves—. Así que yo digo que deberíamos “apadrinar” un rebaño de ganado y ponerlo en venta. La amada esposa aquí presente piensa que es una pérdida de tiempo.


—Y dinero —añadió la señora Chaves, retorciéndose en el asiento para enfrentar a los dos hombres—. Estoy bastante segura de que la última cosa que pensará la gente durante una guerra nuclear será en un raro filete común.


Pedro sonrió. —O una apocalipsis zombie.


La señora Chaves levantó las manos. —Eso es lo que decía.

Su marido resopló. —Cuando el sol no brille durante tres años y tengas que recurrir a hojas de menta para comer, querrás un filete.


Ella rodó sus ojos. —Esa sería la última de nuestras
preocupaciones.


—Esperen. —Pedro hizo una pausa—. ¿Cómo mantendrán las vacas vivas si el sol no brilla?


El señor Daniels se enderezó. —Bunkers subterráneos lo
suficientemente grandes para tener campos orgánicos. Hay bunkers por todo el mundo, más grandes que un campo de fútbol. Como el Arca de Noé-


—A Pedro no le importa el Arca de Noé, así que antes de que empieces con eso, tampoco empezaremos a vender Construya-Su-Propia- Arca. —Le sonrió a Pedro—. No podrías imaginarte el coste de almacenar algo como eso.


—No señora —dijo Pedro sonriendo.  


El señor Chaves cerró al revista de un golpe. —Esta discusión no ha terminado.


Suspirando, su esposa sacudió su cabeza. —¿Estás buscando a Paula, querido?


Desconcertado, Pedro se preguntó si era así de obvio. —Bueno, en realidad sí.


El señor Chaves regresó a la mesa, dejando la revista allí.
—¿Perdiste a tu compañera de habitación? 

—Eso parece —dijo Pedro. 


—No la hemos visto, querido, pero podrías querer consultar con Lisa. —La Sra. Chaves tomó un sorbo de té—. Probablemente están preparando las cosas para mañana.


Agradeciéndoles a ambos, empezó a subir el camino. Si Pau estaba con Lisa, no quería molestarla, pero...


Pedro se encontró en la recepción del salón. El empleado le devolvió la mirada, claramente no queriendo ir a por el segundo round. —¿La nueva caseta que me dio esta mañana era la única disponible? —preguntó Pedro.  


Bob inclinó la cabeza, como confundido. —No. Había dos. Ambas se prepararon esta mañana. —Empezó tecleando en su ordenador—. ¿La que le asignamos esta mañana no era habitable?


Respiró profundamente. —No. Es perfecta. ¿Qué hay de la otra habitación?  


—¿Para la señorita Chaves? —preguntó, sonriendo con cariño.


Evidentemente Pau había impresionado mucho mejor al empleado que él—. Se detuvo hace unos veinte minutos y recogió la llave de la cabaña seis.


Pedro miró al recepcionista, sintiéndose como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La ira provocó un gran revuelo en su interior.


Tan irracional como era, estaba enojado y ofendido. ¿Lo dejó después de anoche?


Dándose la vuelta, dejó al recepcionista sin una segunda mirada, arrojando las rosas en la basura de camino a la salida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario