jueves, 11 de septiembre de 2014

CAPITULO 16





Bueno, eso no había ido como estaba planeado. No es que Pedro realmente tuviera un plan. Cerca de una hora después, su mejilla aún ardía y la puerta del baño que ella había cerrado en su cara seguía resonando en sus oídos.


Dios, arruino todo de la peor manera.


Mientras se sentaba en el sofá, pensando cómo rayos iba a arreglar esto, escuchó el agua corriendo en el baño y supo que ella no se bañaba de nuevo. Pau era demasiado orgullosa.


Había abierto la llave del agua para enmascarar sus lágrimas.


Maldita sea. La última cosa que Pedro quería era herirla y maldición si ya no lo había hecho. Se sentía como el peor hijo de puta.


Finalmente, ella salió del baño, los ojos hinchados pero el rostro limpio mientras caminaba a su lado, vestida con otro bonito vestido corto que hacía juego con las motas verdes en sus ojos, y dejó la cabaña sin decir una palabra, su espina dorsal anormalmente rígida.


Había tratado de detenerla, se dirigió a la puerta del baño varias veces, pero no había dicho nada, porque en realidad, ¿qué podía decir ahora? ¿Cómo podía arreglar esto? Debió haber mantenido su maldita boca cerrada y dejar las cosas como estaban.


Se levantó del sofá y se cambió en un par de pantalones oscuros y una camisa clara de vestir para la cena formal, ya estaba atrasado unos cuantos minutos.


Casi todo el mundo había llegado al comedor en el edificio principal para el momento en que Pedro finalmente llegó. Gonzalo y Lisa se sentaron a la cabecera de la mesa, lado a lado, tomados de la mano. Y a cada lado de ellos estaban sus padres, seguidos por… Maldita sea, la fiesta nupcial.


Pau estaba sentada, con una pierna cruzada con delicadeza sobre la otra, las manos cruzadas sobre su regazo, y la columna aun recta. 

El asiento a su lado vacío.


El asiento estaba designado.


Cuadrando sus hombros, caminó hacia su asiento, asintiendo en respuesta a varios saludos.


Pau no lo miró, ni dijo una palabra.


La miró por el rabillo del ojo. Su mandíbula estaba apretada, sus labios presionados en una pequeña línea.


Frente a él, Pablo estaba de pie con una copa de vino en la mano. —Ahora que todos estamos aquí, es momento de hacer un brindis.


—Y espero que algo de comer —dijo Gonzalo, sonriendo. Lisa juguetonamente lo golpeó en el brazo, y él se rio—. Adelante, Pablo.


Pablo se aclaró la garganta melodramáticamente. La mitad de la mesa estaba inclinada hacia delante, muriendo por escuchar lo que en realidad iba a decir. Nunca se sabía con él.  


—Creo que todos estamos de acuerdo en que nadie está sorprendido de estar aquí —comenzó, levantando su copa alto en el aire—. Desde el momento en que Gonzalo y Lisa se conocieron, sabíamos que él estaba amarrado.


Las risas siguieron, y en la cabecera de la mesa, Gonzalo se encogió de hombros, aceptando que eso era cierto. A pesar de que habían comenzado como amigos, era obvio que Gonzalo sentía algo por la bonita rubia.


La mirada de Pedro se encontró con la de su hermano mayor.  


Patricio arqueó una ceja y luego miró a Pau.


—Muchos de nosotros hicimos apuestas para ver cuánto tiempo pasaba antes de pedirle que saliera con él —sonrió Pablo al ver la expresión de sorpresa de Lisa—. Sip, yo dije que una semana. Patricio dijo que dos semanas, y el experimentado de Pedro dijo que un mes y medio.


Lisa abrió la boca y luego sonrió. —Gonzalo me invitó a salir cuando teníamos de conocernos cerca de dos meses —su sonrisa se amplió y se volvió hacia Pedro—. Tú ganaste.  


Él se encogió de hombros mientras jugaba con el tallo de su copa de vino. A pesar de que muchos ojos estaban sobre él, y un montón de sonrisas, Pau miraba hacia delante.  


—Dejando las apuestas de lado —siguió Pablo—, todos sabíamos que lo de Lisa y Gonzalo era algo verdadero. No hay dos mejores personas que se pudieron haber conocido. Así que, ¡salud!


Copas levantadas y un estruendo de alegría llenaron el salón. Pedro estaba sorprendido de que su hermano se hubiera relativamente comportado durante su discurso. Luego fue su turno, y como el padrino, se sentía obligado a humillar a su amigo, pero así como Pablo, lo hizo simple: corto y dulce.


La comida llegó y la cena prosiguió como debía, en su mayor parte.


Todos a su alrededor celebraban la unión de dos personas que lo merecían, ¿pero él? Estaba emocionado por ellos, pero…


Pedro miró a Paula mientras ella hablaba con una de las damas de honor.


Era un idiota. No había manera de evitarlo, y sabía muy en el fondo que ella nunca lo iba a perdonar por su oferta. No es que la culpara. Era equivalente a haberle ofrecido dinero por sexo. Peor que lo que su padre hizo.


El apetito desapareció, empujó su plato y trató de escuchar a lo que uno de sus amigos de la universidad le decía. Pero notó que Paula se mantenía lejos del vino. Por lo menos no habría repetición de otro de sus bailes con el imbécil.


Un sentimiento posesivo surgió dentro de él cuando recordó al chico poniendo sus manos en sus caderas, levantándola del banco. Ese tipo no tenía derecho a tocarla. 

 
Pedro respiró fuerte.


Diablos, él no tenía derecho a tocarla.


Cuando la cena terminó, la fiesta se dividió en grupos pequeños y no pudo dejar de notar a Paula caminando directamente hacia su hermano y familia. La presión se abultaba en su pecho, como un peso repentino,colocándose fuertemente.


Sabiendo que necesitaba arreglar las cosas, pero no seguro de si podría, sentía que su estado de ánimo pasó de malo a mierda, el cual no mejoró cuando Pablo caminó hacia él y dejó caer su pesado brazo sobre sus hombros.


—Hermanito —dijo—. Tienes esa mirada en tu rostro.


Pedro se encogió de hombros casualmente para dejar caer el brazo de su hermano, pero tomó una cerveza que le ofrecía con la otra mano. — ¿Cuál mirada?


—La misma mirada que tenías antes de que detuvieras a Rick Summers por ponerse muy amistoso con Pau en el auto aquella noche.


Pedro no le gustaba por donde iba esta conversación.  


—Es la misma mirada que tenías cuando Pau estaba en su
primer año de la universidad y un tipo en tu clase de economía dijo que quería tocar ese trasero.


El músculo en la mandíbula de Pedro se comenzó a marcar. 


Solo Pablo sabía sobre eso. Lo había visto. Recordar a aquel chico punk y la mierda que había estado diciendo lo molestó de nuevo.


—Y es la misma mirada que tenías en tu rostro anoche cuando ella bailaba con ese tipo —siguió Pablo. Sonrió cuando Pedro lo miró—. Sí, lo noté. Y estuviste sentado durante la cena como si alguien hubiera pateado a tu cachorro en el tráfico, hubiera quemado tus tres bares, luego orinara en tu rostro y empujado a un gordo…  


Pedro rio secamente. —Ya entendí lo que estás diciendo.

—Ni siquiera sonreíste durante mi brindis.


Rodó los ojos.


—Y hermano —dijo Pablo después de un momento—. ¿Qué le hiciste a Pau? Porque ella tuvo la misma mirada en su rostro todo el tiempo.


—No tiene nada que ver con Pau —se tomó la mitad de su
cerveza—. Y no quiero hablar sobre eso.


Pablo negó con la cabeza e ignoró las palabras de Pedro


—Siempre es ella.


Quedó inmóvil, mirando fijamente la botella de cerveza. —¿Es tan obvio? —preguntó con una respiración entrecortada. Esperaba que Pablo hiciera una broma, pero se mantuvo en silencio.


—Sí, es muy obvio —dijo Pablo finalmente—. Siempre lo ha sido.


—Genial.


Pablo sonrió entonces. —Entonces, ¿qué pasó?


Tomó otro largo trago de su cerveza y luego le hizo un pequeño resumen a Pablo, una versión no tan explícita de lo que pasó. Como lo esperaba, su hermano lo miraba como si fuera el idiota más grande de todos.


—No puedo creer que le hicieras esa oferta —sacudiendo su cabeza, rió—. ¿Qué esperabas? ¿Que ella saltara feliz a hacerlo?  


Honestamente, recordándolo, Pedro no estaba seguro de qué demonios esperaba. Entre el incidente en la bodega de los vinos y verla en la bañera, tan absurdamente sexy rodeada de burbujas, eso fue lo mejor que se le ocurrió.


Pedro se llevó una mano al cabello. —No sé qué pensaba.


—Ese es el problema —dijo Pablo—. Estabas pensando demasiado.


Pedro frunció el ceño. —Eso no tiene sentido.


—No lo entiendes. Piensas demasiado cuando deberías hacer lo que tu corazón te está diciendo.


Pedro comenzó a reír. —Guau, ¿has estado viendo mucho las repeticiones de Oprah?


—Cállate —dijo Chad, estirando los brazos sobre su cabeza. Pedro notó que parecía incómodo con su ropa formal. Mientras que Pedro estaba a favor de la ropa fina, Pablo se sentía más cómodo solo con unos vaqueros.


Su hermano le dedicó una sonrisa salvaje. —Bueno, ¿qué tal comenzar por pensar qué hay entre tus piernas? De cualquier manera, lo de Gonzalo es una tontería. Sabes que no tendría problemas contigo si sales con Pau. A menos de que sólo estés interesado en acostarte con ella, y oye, puedo entenderlo; ella tiene un muy buen…


—Termina esa oración y te meto esta botella en el culo —advirtió Pedro.


Pablo echó su cabeza hacia atrás y se rió. —Sí, como lo esperaba, no es una cosa de una noche, así que dudo que Gonzalo tenga problemas con eso.


—Déjame hacerte una pregunta. Si tuviéramos una hermana, ¿cómo te sentirías si uno de nuestros amigos estuviera husmeando en su falda?


—Ese es un mal ejemplo —Pablo se cruzó de brazos, entornó los ojos sobre una de las lindas damas de honor—. Nuestros amigos apestan.


Pedro resopló.


Su hermano se quedó en silencio de nuevo, otra rareza para Pablo.


Varios segundos pasaron. —Hermano, todos nosotros estamos un poco jodidos.


—No me digas.


Pablo soltó una risa seca. —Lo que vimos a nuestro padre hacerle a mamá fue terrible. Papá era un idiota, vivo o muerto. ¿Pero sabes qué es lo más terrible? Que aun dejamos que siga arruinando nuestras vidas, y ni siquiera está cerca.


Parte de Pedro quería negarlo, pero no podía mentirle a sus hermanos. De todas las personas, ellos lo conocían. —Soy igual que él.  

—Tú no eres para nada como él —dijo Pablo acaloradamente—. Pero te haces a ti mismo ser como él. Ni siquiera sé por qué. Es como una especie retorcida de profecía auto cumplida.


—Ahí está esa mierda de Oprah de nuevo.


—Cállate, imbécil. Lo digo en serio —Pablo colocó su brazo sobre el hombro de Pedro—. De todos nosotros, tú eres el mejor y ni siquiera trates de negarlo. Toda tu vida has querido a Pau. Ella ha sido la única que ha mantenido tu trasero en la tierra y por alguna razón, sigues rechazándola.


Esta conversación comenzaba a molestarlo. Principalmente porque empezaba a tener sentido. —Ya para…


—No he terminado. Escúchame, hermano. Tú no eres papá. Nunca tratarías a Pau como él trató a mamá. Maldición, ¿esas mujeres con las que sales? Incluso a ellas las tratas mejor. En todo caso, eso demuestra que no eres como él.


—¿Qué clase de retorcida lógica es esa? 

Pablo le lanzó una mirada de complicidad. —No estás engañando a cada una de ellas. No les has mentido. No estás casado y alardeando de tus putas frente al rostro de tu esposa.


Una aguda punzada de miedo, de miedo real, lo golpeó en el estómago. ¿Y si lo hacía? Nunca se lo perdonaría. —No estoy casado. Esa podría ser la razón.


—Nunca le harías eso a Pau —dijo su hermano—. ¿Sabes por qué?


—Apuesto a que me lo vas a decir. 

Pablo tomó un largo trago de su cerveza, terminándosela. —Porque tienes algo que papá no tenía… la capacidad de amar. Y tú amas a Pau demasiado como para hacerle eso.


Pedro abrió la boca para negarlo, pero maldita sea si las palabras no estaban ahí.  


Su hermano comenzó a retroceder, cejas arqueadas. —No vas a corromperla, hermano. No vas a arruinarlo con ella. Creo que el problema aquí es que no le estás dando crédito a nadie, especialmente a ti.

CAPITULO 15



Pedro puso las manos en sus caderas. El tacto de su piel en la suya envió escalofríos sobre ella. Le permitió que la ayudara a salir de la bañera, sin hacer ruido cuando la tiró entre la V de sus muslos. Esperó con el corazón en sus manos mientras él se inclinaba hacia adelante, presionando un dulce beso contra la llamarada de sus caderas.


El pecho de Paula se hinchó y el calor atravesó su cuerpo cuando su boca se movió hasta su vientre plano, su lengua bailando alrededor de su ombligo. Agarró sus hombros mientras echaba la cabeza hacia atrás, y su boca viajaba hacia arriba… y arriba.


Su cuerpo fue débil al primer toque de su boca en su pecho, caliente y demandante. Sus labios eran suaves pero firmes, persistiendo y persuadiendo pequeños gemidos de sus labios entreabiertos. Su cuerpo se volvió líquido bajo su toque experto.


—Abre tus piernas para mí —ordenó.


Más allá del control de su propio cuerpo, ella obedeció y se sacudió cuando sintió el primer tacto ligero de sus manos entre los mulos. Los dedos de Pedro eran ligeros como una pluma, bromeando mientras trabajaba en ella en un estado donde sus caderas se movían contra su mano, arqueando su espalda, rogando por más. Y entonces él le dio más,deslizando un dedo dentro de ella y luego dos. Jadeando, sintió sus dedos excavar a través de la camisa que llevaba, en la dura piel de sus hombros mientras su cuerpo se sacudía. Su pulgar se movió en círculos sobre el manojo de nervios en la unión de sus muslos. Su cuerpo enroscado profundo dentro de su centro, y se sintió a si misma comenzar a dividirse, a deshacerse. 

Pedro sacó su mano, y antes de que pudiera gritar en negación, apretó sus labios en el interior de sus muslos. Su corazón se detuvo y luego duplicó el ritmo erráticamente. 


Había pasado mucho tiempo, realmente mucho, desde que le hubieran hecho algo tan íntimo.


—Quiero saborearte —gruñó, acariciando la parte interior de sus muslos—. Dime que me quieres. Por favor.


—Sí —gimió, y entonces asintió, por si acaso no consiguió
imaginarlo, porque si no lo hizo, Dios mío, ella iba a ahogarlo en la bañera.


Y, ¿Eso no sería embarazoso de explicar a la policía y la familia entera?


Se deslizó sobre sus rodillas, y al primer tacto de su boca estuvo cerca de romperla en dos. Fue un suave toque de sus labios, un dulce, casto beso que comenzó como un fuego lento y luego explotó cuando profundizó el tacto, su lengua deslizándose por su longitud y luego dentro.


Pedro excavó en su carne, succionando, tirando, y lamiendo hasta que su espalda se arqueó y gritó su nombre. Estaba a punto, colgando sobre el borde y luego su liberación aceleró a través de ella, lanzándola tan alto, a un lugar donde solamente calor blanco y sensaciones existía. Y él siguió adelante, bebiendo de ella mientras otro clímax comenzó y la rompió de nuevo, sus gritos roncos mientras su cuerpo convulsionaba.


Cuando volvió a bajar, Pedro se había sentado en el borde de la bañera de nuevo y estaba sosteniéndola en su regazo, su mejilla descansando en su hombro. Sus manos trazaron un ocioso y suave círculo a lo largo de su espalda baja, siguiendo la curva de su columna vertebral.


Paula no protestó cuando él se echó hacia atrás, sus vibrantes ojos azules mirándola. Aquellos hoyuelos aparecieron en su sorprendente rostro, y ella quería besarlos. Quería hacer todo tipo de cosas. Empezando por pagarle…


Paula se agachó, con ganas de sentir su longitud, pero él la detuvo. —Todavía necesitamos hablar —dijo, sus dedos presionando en la carne de sus caderas de nuevo mientras la ponía de pie.


¿Hablar? No creía que fuera capaz de formar una frase coherente.


Pequeñas gotas de agua rociadas desde su pelo empapado cuando ella sacudió la cabeza.


Pedro se rió entre dientes mientras se levantaba. Llegando a su alrededor, agarró la toalla y lenta y cuidadosamente la secó antes de envolver el material de gran tamaño alrededor de su pecho.


—Ahora —dijo, presionando un beso en su frente—, puedo
concentrarme.


Ella lo miró, dudando cuan afectado realmente estaba cuando podía controlar su lujuria de esa manera y no tomar ningún placer para sí mismo. Indicios de malestar comenzaron en su vientre, algo no-tan-agradable de sentir después de algo tan alucinantemente maravilloso.


—Bueno, no puedo.


Tomando su mano, la condujo fuera del cuarto de baño a la cama.


Se sentó, agarrando el borde de la toalla, muy insegura de todo de nuevo.


Especialmente cuando sus emociones estaban en confinamiento, su rostro en blanco, pero sus ojos…


Se paró delante de ella, piernas abiertas en una poderosa y dominante posición. —Te quiero.


Me tienes, quería decir. —Creo que hemos establecido eso.

Sus labios se curvaron en las esquinas. —Y tú me quieres.


—Otro hecho conocido —dijo. Un hecho bien conocido, eso es, pero había no necesidad para ella señalar eso—. ¿A dónde va esta conversación? —Porque ella quería terminarla, desnudarlo, y finalmente llevarlo donde siempre había querido. Extrañamente, una cama en forma de corazón nunca estuvo en sus fantasías, pero estaba bien con la improvisación.


—Y me preocupo por ti. Realmente lo hago —Pedro se arrodilló frente a ella, sus ojos encontrando los suyos—. Sólo hay una opción.


La esperanza estaba de vuelta, golpeando en su interior como una mariposa hiperactiva. Preocuparse por alguien no significaba amarla, pero Pedro no era el tipo de hombre que proclamaba su eterna devoción, especialmente con los asuntos de su papá. Pero ella podía con eso. Y por
supuesto, había sólo una opción. Dejar toda esta tontería y estar juntos.


Enfrentar a su hermano, admitir lo que sentían delante de los demás, y manejarlo. Entonces podrían descubrir finalmente si de verdad había un final de cuento de hadas para ellos. Y por supuesto, montones y montones de sexo en el futuro próximo.


—De acuerdo —dijo ella, luchando contra una sonrisa tonta que la haría lucir como si hubiera sigo golpeada con la rama de la idiotez.


—Bien. Genial —Sus hombros se relajaron—. Porque esto es lo que ambos necesitamos.


Dios, siempre necesitaría esto, siempre.


Pedro sonrió. —Y una vez que lo hagamos, entonces… las cosas volverán a ser normales otra vez. Se habrá terminado.

Ella comenzó a asentir en acuerdo, porque ansiaba que su fantasía se hiciera realidad, pero lo que él dijo lentamente la hundió. Pavor helado flotaba sobre su piel —¿Vamos a ser normales otra vez?


—Tener sexo —explicó mientras se levantaba e inclinaba hacia adelante, colocando sus palmas en cada lado de sus muslos, enjaulándola—. Lo hacemos. Terminémoslo de una vez. Porque obviamente no podemos volver a las cosas que son normales hasta que lo hagamos.


Esa horrible sensación de frío se filtró a través de su piel, dejándola aturdida —¿Ser normales?


—Sí, como eran las cosas antes. Podemos ser amigos de nuevo — Puso una gran mano en su hombro, y ella se estremeció. Pedro frunció el ceño—. Sin daño. No hay culpa.


Paula estaba teniendo un momento difícil procesando lo que él estaba diciendo. ¿Cuánto tiempo había esperado para oírlo admitir que se preocupaba por ella, que la quería, y esto… esto parecía un amargo final, como una negación de fatalidad?


Un dolor se abrió en su pecho. 

Él tomó la nuca de su cuello, inclinando su cabeza hacia atrás.


Dejó un beso bajo su barbilla, el gesto tan dulce y suaves lágrimas llenaron sus ojos. 

Porque el gesto realmente no significaba nada.


—Di algo, Paula —Se alejó, retrocediendo sobre sus caderas.


No estaba segura de si podía decir nada. Un nudo se formó en su garganta, y se movió rápidamente subiendo. Sus entrañas se sentían magulladas, y cuando habló, su voz era ronca —Así que… ¿Así que es esa la solución mágica? ¿Tenemos sexo para salir de nuestros sistemas?


—No lo llamaría una solución mágica —dijo, con la cabeza inclinada hacia un lado—. Pero es algo, ¿No?


Era algo, de acuerdo, y no importa cuán mal lo quería, no era suficiente. Y Dios, ¿Picaba como una perra? No, era peor que una picadura. Era como ser cortada en partes.


—Vaya —murmuró finalmente, un tanto estupefacta—. Que proposición tan romántica, ¿Cómo podría negarme?


Sus labios se formaron en una línea apretada. —No necesitas ser una listilla al respecto.


Ella se rió, pero era un sonido quebradizo. —¿Qué se supone que tengo que decir, Pedro? 


De pie derecho, dio un paso atrás y negó con la cabeza. —Pau…


—Vamos a ver si lo entiendo —dijo, poniéndose de pie. Sus piernas temblaban. Su mano libre tembló cuando cruzó la distancia entre ellos y se detuvo—. Estás preocupado por no respetar a Gonzalo por estar conmigo y no quieres que me traten como tu papá trató a tu mamá, pero de alguna manera, en tu cabeza, ¿Dormir conmigo para sacarlo de tu sistema es menos ofensivo?


Pedro abrió la boca, pero nada salió. Tal vez se dio cuenta de su error, pero no importaba. Era demasiado tarde.


El corazón rompiéndose en un millón de estúpidos pedacitos, ella sonrió con fuerza. —Y si incluso hubiera algún estropeado universo paralelo donde esto estaría bien para mi hermano y tú, yo no estaría bien con eso.


Y entonces hizo algo que nunca había hecho en su vida.


Paula lo golpeó en la mejilla