Bueno, eso no había ido como estaba planeado. No es que Pedro realmente tuviera un plan. Cerca de una hora después, su mejilla aún ardía y la puerta del baño que ella había cerrado en su cara seguía resonando en sus oídos.
Dios, arruino todo de la peor manera.
Mientras se sentaba en el sofá, pensando cómo rayos iba a arreglar esto, escuchó el agua corriendo en el baño y supo que ella no se bañaba de nuevo. Pau era demasiado orgullosa.
Había abierto la llave del agua para enmascarar sus lágrimas.
Maldita sea. La última cosa que Pedro quería era herirla y maldición si ya no lo había hecho. Se sentía como el peor hijo de puta.
Finalmente, ella salió del baño, los ojos hinchados pero el rostro limpio mientras caminaba a su lado, vestida con otro bonito vestido corto que hacía juego con las motas verdes en sus ojos, y dejó la cabaña sin decir una palabra, su espina dorsal anormalmente rígida.
Había tratado de detenerla, se dirigió a la puerta del baño varias veces, pero no había dicho nada, porque en realidad, ¿qué podía decir ahora? ¿Cómo podía arreglar esto? Debió haber mantenido su maldita boca cerrada y dejar las cosas como estaban.
Se levantó del sofá y se cambió en un par de pantalones oscuros y una camisa clara de vestir para la cena formal, ya estaba atrasado unos cuantos minutos.
Casi todo el mundo había llegado al comedor en el edificio principal para el momento en que Pedro finalmente llegó. Gonzalo y Lisa se sentaron a la cabecera de la mesa, lado a lado, tomados de la mano. Y a cada lado de ellos estaban sus padres, seguidos por… Maldita sea, la fiesta nupcial.
Pau estaba sentada, con una pierna cruzada con delicadeza sobre la otra, las manos cruzadas sobre su regazo, y la columna aun recta.
El asiento a su lado vacío.
El asiento estaba designado.
Cuadrando sus hombros, caminó hacia su asiento, asintiendo en respuesta a varios saludos.
Pau no lo miró, ni dijo una palabra.
La miró por el rabillo del ojo. Su mandíbula estaba apretada, sus labios presionados en una pequeña línea.
Frente a él, Pablo estaba de pie con una copa de vino en la mano. —Ahora que todos estamos aquí, es momento de hacer un brindis.
—Y espero que algo de comer —dijo Gonzalo, sonriendo. Lisa juguetonamente lo golpeó en el brazo, y él se rio—. Adelante, Pablo.
Pablo se aclaró la garganta melodramáticamente. La mitad de la mesa estaba inclinada hacia delante, muriendo por escuchar lo que en realidad iba a decir. Nunca se sabía con él.
—Creo que todos estamos de acuerdo en que nadie está sorprendido de estar aquí —comenzó, levantando su copa alto en el aire—. Desde el momento en que Gonzalo y Lisa se conocieron, sabíamos que él estaba amarrado.
Las risas siguieron, y en la cabecera de la mesa, Gonzalo se encogió de hombros, aceptando que eso era cierto. A pesar de que habían comenzado como amigos, era obvio que Gonzalo sentía algo por la bonita rubia.
La mirada de Pedro se encontró con la de su hermano mayor.
Patricio arqueó una ceja y luego miró a Pau.
—Muchos de nosotros hicimos apuestas para ver cuánto tiempo pasaba antes de pedirle que saliera con él —sonrió Pablo al ver la expresión de sorpresa de Lisa—. Sip, yo dije que una semana. Patricio dijo que dos semanas, y el experimentado de Pedro dijo que un mes y medio.
Lisa abrió la boca y luego sonrió. —Gonzalo me invitó a salir cuando teníamos de conocernos cerca de dos meses —su sonrisa se amplió y se volvió hacia Pedro—. Tú ganaste.
Él se encogió de hombros mientras jugaba con el tallo de su copa de vino. A pesar de que muchos ojos estaban sobre él, y un montón de sonrisas, Pau miraba hacia delante.
—Dejando las apuestas de lado —siguió Pablo—, todos sabíamos que lo de Lisa y Gonzalo era algo verdadero. No hay dos mejores personas que se pudieron haber conocido. Así que, ¡salud!
Copas levantadas y un estruendo de alegría llenaron el salón. Pedro estaba sorprendido de que su hermano se hubiera relativamente comportado durante su discurso. Luego fue su turno, y como el padrino, se sentía obligado a humillar a su amigo, pero así como Pablo, lo hizo simple: corto y dulce.
La comida llegó y la cena prosiguió como debía, en su mayor parte.
Todos a su alrededor celebraban la unión de dos personas que lo merecían, ¿pero él? Estaba emocionado por ellos, pero…
Pedro miró a Paula mientras ella hablaba con una de las damas de honor.
Era un idiota. No había manera de evitarlo, y sabía muy en el fondo que ella nunca lo iba a perdonar por su oferta. No es que la culpara. Era equivalente a haberle ofrecido dinero por sexo. Peor que lo que su padre hizo.
El apetito desapareció, empujó su plato y trató de escuchar a lo que uno de sus amigos de la universidad le decía. Pero notó que Paula se mantenía lejos del vino. Por lo menos no habría repetición de otro de sus bailes con el imbécil.
Un sentimiento posesivo surgió dentro de él cuando recordó al chico poniendo sus manos en sus caderas, levantándola del banco. Ese tipo no tenía derecho a tocarla.
Pedro respiró fuerte.
Diablos, él no tenía derecho a tocarla.
Cuando la cena terminó, la fiesta se dividió en grupos pequeños y no pudo dejar de notar a Paula caminando directamente hacia su hermano y familia. La presión se abultaba en su pecho, como un peso repentino,colocándose fuertemente.
Sabiendo que necesitaba arreglar las cosas, pero no seguro de si podría, sentía que su estado de ánimo pasó de malo a mierda, el cual no mejoró cuando Pablo caminó hacia él y dejó caer su pesado brazo sobre sus hombros.
—Hermanito —dijo—. Tienes esa mirada en tu rostro.
Pedro se encogió de hombros casualmente para dejar caer el brazo de su hermano, pero tomó una cerveza que le ofrecía con la otra mano. — ¿Cuál mirada?
—La misma mirada que tenías antes de que detuvieras a Rick Summers por ponerse muy amistoso con Pau en el auto aquella noche.
A Pedro no le gustaba por donde iba esta conversación.
—Es la misma mirada que tenías cuando Pau estaba en su
primer año de la universidad y un tipo en tu clase de economía dijo que quería tocar ese trasero.
El músculo en la mandíbula de Pedro se comenzó a marcar.
Solo Pablo sabía sobre eso. Lo había visto. Recordar a aquel chico punk y la mierda que había estado diciendo lo molestó de nuevo.
—Y es la misma mirada que tenías en tu rostro anoche cuando ella bailaba con ese tipo —siguió Pablo. Sonrió cuando Pedro lo miró—. Sí, lo noté. Y estuviste sentado durante la cena como si alguien hubiera pateado a tu cachorro en el tráfico, hubiera quemado tus tres bares, luego orinara en tu rostro y empujado a un gordo…
Pedro rio secamente. —Ya entendí lo que estás diciendo.
—Ni siquiera sonreíste durante mi brindis.
Rodó los ojos.
—Y hermano —dijo Pablo después de un momento—. ¿Qué le hiciste a Pau? Porque ella tuvo la misma mirada en su rostro todo el tiempo.
—No tiene nada que ver con Pau —se tomó la mitad de su
cerveza—. Y no quiero hablar sobre eso.
Pablo negó con la cabeza e ignoró las palabras de Pedro.
—Siempre es ella.
—Siempre es ella.
Quedó inmóvil, mirando fijamente la botella de cerveza. —¿Es tan obvio? —preguntó con una respiración entrecortada. Esperaba que Pablo hiciera una broma, pero se mantuvo en silencio.
—Sí, es muy obvio —dijo Pablo finalmente—. Siempre lo ha sido.
—Genial.
Pablo sonrió entonces. —Entonces, ¿qué pasó?
Tomó otro largo trago de su cerveza y luego le hizo un pequeño resumen a Pablo, una versión no tan explícita de lo que pasó. Como lo esperaba, su hermano lo miraba como si fuera el idiota más grande de todos.
—No puedo creer que le hicieras esa oferta —sacudiendo su cabeza, rió—. ¿Qué esperabas? ¿Que ella saltara feliz a hacerlo?
Honestamente, recordándolo, Pedro no estaba seguro de qué demonios esperaba. Entre el incidente en la bodega de los vinos y verla en la bañera, tan absurdamente sexy rodeada de burbujas, eso fue lo mejor que se le ocurrió.
Pedro se llevó una mano al cabello. —No sé qué pensaba.
—Ese es el problema —dijo Pablo—. Estabas pensando demasiado.
Pedro frunció el ceño. —Eso no tiene sentido.
—No lo entiendes. Piensas demasiado cuando deberías hacer lo que tu corazón te está diciendo.
Pedro comenzó a reír. —Guau, ¿has estado viendo mucho las repeticiones de Oprah?
—Cállate —dijo Chad, estirando los brazos sobre su cabeza. Pedro notó que parecía incómodo con su ropa formal. Mientras que Pedro estaba a favor de la ropa fina, Pablo se sentía más cómodo solo con unos vaqueros.
Su hermano le dedicó una sonrisa salvaje. —Bueno, ¿qué tal comenzar por pensar qué hay entre tus piernas? De cualquier manera, lo de Gonzalo es una tontería. Sabes que no tendría problemas contigo si sales con Pau. A menos de que sólo estés interesado en acostarte con ella, y oye, puedo entenderlo; ella tiene un muy buen…
—Termina esa oración y te meto esta botella en el culo —advirtió Pedro.
Pablo echó su cabeza hacia atrás y se rió. —Sí, como lo esperaba, no es una cosa de una noche, así que dudo que Gonzalo tenga problemas con eso.
—Déjame hacerte una pregunta. Si tuviéramos una hermana, ¿cómo te sentirías si uno de nuestros amigos estuviera husmeando en su falda?
—Ese es un mal ejemplo —Pablo se cruzó de brazos, entornó los ojos sobre una de las lindas damas de honor—. Nuestros amigos apestan.
Pedro resopló.
Su hermano se quedó en silencio de nuevo, otra rareza para Pablo.
Varios segundos pasaron. —Hermano, todos nosotros estamos un poco jodidos.
—No me digas.
Pablo soltó una risa seca. —Lo que vimos a nuestro padre hacerle a mamá fue terrible. Papá era un idiota, vivo o muerto. ¿Pero sabes qué es lo más terrible? Que aun dejamos que siga arruinando nuestras vidas, y ni siquiera está cerca.
Parte de Pedro quería negarlo, pero no podía mentirle a sus hermanos. De todas las personas, ellos lo conocían. —Soy igual que él.
—Tú no eres para nada como él —dijo Pablo acaloradamente—. Pero te haces a ti mismo ser como él. Ni siquiera sé por qué. Es como una especie retorcida de profecía auto cumplida.
—Ahí está esa mierda de Oprah de nuevo.
—Cállate, imbécil. Lo digo en serio —Pablo colocó su brazo sobre el hombro de Pedro—. De todos nosotros, tú eres el mejor y ni siquiera trates de negarlo. Toda tu vida has querido a Pau. Ella ha sido la única que ha mantenido tu trasero en la tierra y por alguna razón, sigues rechazándola.
Esta conversación comenzaba a molestarlo. Principalmente porque empezaba a tener sentido. —Ya para…
—No he terminado. Escúchame, hermano. Tú no eres papá. Nunca tratarías a Pau como él trató a mamá. Maldición, ¿esas mujeres con las que sales? Incluso a ellas las tratas mejor. En todo caso, eso demuestra que no eres como él.
—¿Qué clase de retorcida lógica es esa?
Pablo le lanzó una mirada de complicidad. —No estás engañando a cada una de ellas. No les has mentido. No estás casado y alardeando de tus putas frente al rostro de tu esposa.
Una aguda punzada de miedo, de miedo real, lo golpeó en el estómago. ¿Y si lo hacía? Nunca se lo perdonaría. —No estoy casado. Esa podría ser la razón.
—Nunca le harías eso a Pau —dijo su hermano—. ¿Sabes por qué?
—Apuesto a que me lo vas a decir.
Pablo tomó un largo trago de su cerveza, terminándosela. —Porque tienes algo que papá no tenía… la capacidad de amar. Y tú amas a Pau demasiado como para hacerle eso.
Pedro abrió la boca para negarlo, pero maldita sea si las palabras no estaban ahí.
Su hermano comenzó a retroceder, cejas arqueadas. —No vas a corromperla, hermano. No vas a arruinarlo con ella. Creo que el problema aquí es que no le estás dando crédito a nadie, especialmente a ti.
Que se anime de una vez x todas, x favorrrrrrrrrrrrr!!!!!!!!!!!!!! Están sufriendo los 2
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Pero Pedro tiene q animarse, está tan confundido! Pobre Pau!
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