martes, 9 de septiembre de 2014

CAPITULO 10




Pedro, se apoyó en los bloques de cemento fresco, cerrando los ojos. 


—Tienen que darse cuenta de que faltamos. Van a volver. Pronto. No será mucho tiempo.  


Vaya, eso esperaba. Ya estaba más fría que la teta de una bruja, pero cuando cinco minutos pasaron y luego diez, no parecía que fuera a suceder un rescate pronto.


Paula se dejó caer en el escalón, ahuyentando la piel de gallina en sus piernas desnudas con las manos. —Sabes, estoy un poco ofendida de que nadie se haya dado cuenta de que no estamos.


Él se rió entre dientes y se sentó en un escalón por encima de ella, inclinándose hacia adelante y cruzando las manos sobre las rodillas dobladas. Su rostro se encontraba casi al nivel de los ojos de ella, así que ahora no tenía que levantar la cabeza para hablar con él. —Sí, hace maravillas por tu autoestima, ¿no?


—Apuesto a que están disfrutando de su almuerzo. Comiendo sándwiches, bebiendo agua mineral con gas, y pensando, “¡Hmm, el grupo parece diferente, pero oh, no importa, tenemos huevos en vinagre!” 

 
La profunda risa ronca de Pedro, le calentó el vientre. —Esto me recuerda a algo.


Al principio, no sabía a dónde iba con esa afirmación, mientras se ponía las gafas de sol en la cabeza y ponía al lado su agua en el borde superior. Y luego, la golpeó.


Oh, por el amor de todas las cosas sagradas en este mundo. 


—Tenías siete —dijo, el humor entrelazándose en su voz.


Bajó la cabeza avergonzada.Pedro tenía esa maravillosa memoria selectiva a la hora de recordar los momentos más humillantes de su vida.


—Y Gonzalo y yo íbamos al parque a jugar un partido de baloncesto y querías ir, pero Gonzalo no te lo permitiría. —Otra risa llenó la pausa—. Así que decidiste tomar represalias. 

—¿Podemos hablar de otra cosa?


La ignoró. —Metiéndote en el baúl de casa del árbol, ¿qué diablos esperabas ganar con eso?


Sus mejillas ardían. —Tenía la esperanza de que ustedes volvieran y me extrañaran, y entonces se sentirían mal por no dejarme jugar con ustedes. Y se asustarían. Sí, lo sé, no era el plan más inteligente, pero era una niña.


Pedro sacudió la cabeza y un mechón de pelo oscuro cayó sobre su frente. —Podrías haberte matado.


—Bueno, no lo hice. 

—Excepto que creímos que estabas en casa de los vecinos —añadió, frunciendo el ceño—. Hombre, tuviste que haber estado en esa caja durante horas.


Lo había estado. Por suerte, tenía un enorme agujero oxidado en el costado, pero algo había ido mal cuando había cerrado el baúl. Se encerró en él. Incluso con sus brazos flacos, no pudo alcanzar el pestillo por dentro. Así que se había quedado en ese maldito cofre, indefensa al caer la noche y sintiendo como arañas se arrastraban sobre ella. Recordó llorar durante lo que parecieron días y, finalmente, quedarse dormida, segura de que se moriría sola. 

—Cuando tu padre se dio cuenta de que no te encontrabas en casa de los vecinos y nadie te había visto desde que te habías ido al parque, pensé que iba a encerrarnos en uno de los refugios de sus bombas. 

Imaginando lo enfadado que su padre debió de haber estado, se echó a reír. Parte de la razón por la que había sido capaz de seguirlos tanto cuando era niña era el hecho de que sus padres habían puesto el temor de Dios en Gonzalo y los hermanos Alfonso. Si Paula quería jugar con ellos, jugaba y dictaba las reglas.


Lástima que no funcionaba de esa manera ahora. 

—Me encontraste —dijo ella, cerrando los ojos.

—Lo hice.


—¿Cómo? —preguntó. Era lo único que nunca había imaginado. 

Pedro estuvo tranquilo durante tanto tiempo, que pensó que no podría recordar. —Buscamos por todos lados, mis hermanos y tu familia.
Estuvimos en la casa del árbol, pero no sé por qué lo comprobé de nuevo.
Vi el maldito cofre que usábamos para sentarnos y mire en ese agujero. Vi tu jersey rojo y casi sufrí un ataque al corazón. Te llamé y no respondías. —Paso un latido—. Pensé que habías muerto allí. Tuve que usar el viejo
martillo roto para levantar el bloqueo abierto. —Tomó una respiración profunda—. Me asustaste como el infierno.


Se mordió el labio al recordar como la cargó y llevó de regreso a casa. —Lo siento. No fue mi intención asustarlos.  

—Lo sé. Eras sólo una niña.


Hubo una pausa y luego dijo—: Lo siento por lo de anoche. 

Él se encogió de hombros.

—No. En serio. Estaba bastante borracha, y recuerdo vagamente golpearte en la cara.  


La piel en las esquinas de sus ojos se arrugó cuando él se echó a reír. —Lo hiciste.


—Tan vergonzoso —murmuró—. De todos modos, siento que tuvieras que lidiar con eso.


—No lo hagas. Fue muy divertido.


—¿Divertido?


Asintió. —Estabas muy interesada en la luna y en enseñarle a los niños de Gonzalo y Lisa sobre el servicio social y otras cosas, un montón de otras cosas.


Paula sonrió.


Hubo un respiro pesado y luego—: Así que, ¿duermes desnuda? 

Ah, hombre…


—¿Todo el tiempo? —Curiosidad marcada en su tono de voz. 

Ella suspiró. —Todo el tiempo. 

—Qué bien.

Echando un vistazo sobre su hombro, ella alzó sus cejas. Él le guiñó un ojo. Y luego, no dijo nada más. En el silencio que siguió, ella buscó por algo qué decir. —¿Cómo marchan los clubes?


—Bien. —Cruzó sus musculosos brazos sobre su pecho—. Estoy pensando en abrir un cuarto en Virginia.


—¿En verdad? Guau. Eso es un montón para manejar.


—No lo sé. No hay nada dicho todavía, pero luce bastante bien. Están los clubes de mi padre, pero esos parecen hacerlo bastante bien bajo su propia gestión. Nunca pensé en entrometerme y cómpraselos a la administración que tenían. Prefiero tener la mía propia. Significa más para mí de esa forma, así nadie dirá que se me fue entregado en bandeja… —Su mirada se posó dónde ella se acariciaba sus pantorrillas, y entonces se detuvo, ruborizándose.


Pedro se aclaró la garganta. —Gonzalo me estuvo contando que tuviste éxito con la petición que hiciste para los fondos del voluntariado.


Al principio de este año el Smithsonian afrontaba cortes de presupuesto, cómo cualquier otro lugar en el planeta, y los servicios de voluntariado fueron el primer departamento en recibir el golpe. Tomó meses de peticiones, sangre y un montón de lágrimas de frustración, hasta que finalmente le otorgaran una donación que les permitió seguir operando.

Paula asintió.


Un cálido orgullo llenó los ojos de él, haciendo que ella sintiera todo tipo de confusa alegría al notarlo. —Eso es genial. 

Nunca habiéndose sentido cómoda con los halagos, desvió su mirada mientras se ruborizaba. —Costó un montón de trabajo, pero lo disfruté.


—Es genial… verte hacer algo que realmente disfrutas.


Su rostro se dirigió al de él con brusquedad, intentando descifrar por qué había dicho eso, pero entonces se dio cuenta que quizás lo dijo exactamente de la forma que había sonado. —Lo mismo pienso de ti.


Pedro asintió y tomó un respiro profundo. Paula adoptó una postura rígida. Conocía ese sonido, iba a decir algo que probablemente no le iba a gustar.


—Sobre lo que paso… la tarde de ayer… —Un músculo palpitó en su mandíbula—. No debí haberme ido de esa forma.


Sorprendida, se quedó observándolo por varios minutos hasta que fue capaz de encontrar su voz. —No, no debiste hacerlo. 

Él tomó su respuesta como un hincapié para continuar hablando. — Sucedió, y no tendría que haberte dicho que nada había sucedido.


Ella se preguntó si el Apocalipsis comenzó allí afuera. Cometas cayendo del cielo. Polos desplazándose. Icebergs derritiéndose. Sus padres estarían encantados.


Las mejillas de él apenas enrojecieron. —Y lo lamento. No debería haber…


—No lo hagas —dijo ella, de pie antes de que fuera capaz de evitarlo.


En el estrecho espacio, había muy poca distancia entre ellos, y su enojo era como una tercera persona abarrotando el lugar.


Los ojos de él se abrieron de par en par, y luego se estrecharon. — Pau…


—Y deja de llamarme de esa forma. —Sus manos se cerraron en puños—. Creo que has dejado muy en claro lo poco atractiva que me encuentras.


—Oye, espera —dijo, lanzando sus manos al aire—. Esto no tiene nada que ver con eso.


Ella resopló. —Claro que sí, porque cuando te sientes atraído hacia alguien, realmente disfrutas besándolo y luego de hacerlo, no actúas como si hubieras besado a Adolf Hitler.

Los labios de él temblaron como si estuviera intentando retener una risa al tiempo que se ponía de pie. —Primero, no actué de esa manera. Y segundo, no quiero escuchar las palabras “besar” y “Hitler” en la misma oración nunca más, porque ahora te imagino con aquel pequeño bigote que él solía tener.


—Cállate. 

—Y eso no es atractivo, para nada atractivo.


El tono en su voz era leve, incluso juguetón, pero el rostro de ella ardía, y ya no había manera de escapar de él. —Lo que sea.


Ira tiñó el tono en los ojos de él, volviéndolos de un azul cobalto, causando que el brillo travieso desapareciera. —Hablar de esto intentando actuar como un chico decente, claramente ha sido una equivocación.


—Así como lo fue besarme ayer, ¿cierto? 

—Claramente —Espetó él de vuelta. 

Paula se estremeció, y por un segundo creyó ver un atisbo de arrepentimiento en sus ojos, justo antes de que desviara la mirada. Todo el asunto llegó a su punto crítico. Años de confusión y arrepentimiento se mezclaron para crear una bola desagradable de emociones. Ella alzó su barbilla para decir—: Dime, ¿llamas a tus otras novias después de
besuquearte con ellas y te disculpas por tu actitud ebria? 

El músculo en el mentón del muchacho pareció reventar. 

Impasible, ella dio un paso al frente hasta ubicarse justo delante de su rostro. —Apuesto a que no lo haces. Probablemente obtienen llamadas que no incluyen una disculpa. Sino flores, en vez de ser desechadas como
basura.


Ira llameó en sus ojos. —Tú no eres basura.


—Bien, entonces supongo que no soy lo suficientemente buena. Pero oye, no te angusties, pronto tendremos nuestras habitaciones separadas y no vamos a tener que disculparnos con el otro de nuevo. —Giró sobro sí misma y caminó hacia abajo hasta encontrar un maldito lugar donde esconderse, sus lágrimas amenazaban con derramarse, y sabía lo celosa que había sonado.


Hacía una tonta de ella misma. Otra vez.


Paula apenas logró bajar un escalón cuando la mano de Pedro la sostuvo del brazo, obligándola a volverse de golpe. La fulminó con la mirada. —No tienes idea, ¿no es así?


Ella intentó soltarse, haciendo que él se aferrara con más fuerza. — ¿De qué hablas? 

—Esto no es sobre ti no siendo suficientemente buena o yo no sintiéndome atraído hacia ti. Para nada.


—No estoy segura a quien intentas convencer, amigo. Tu historia conmigo habla por sí misma.


Un segundo ella se encontraba en medio de los escalones, y al otro, su espalda estaba contra la pared, con el cuerpo de Pedro nivelado al de ella tocándose en los lugares correctos. 

—Dime —dijo él, su voz profunda e íntima—, ¿te parece que así se siente no estar atraído por ti?


Oh, oh, de acuerdo, definitivamente se sentía atraído por ella. Su aliento se escapó de entre sus labios, y su boca se secó por completo. Cada centímetro de su cuerpo se encontraba pegado al de ella, siendo capaz de sentir su erección, dura y abultada, contra su vientre. Una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo. 

—Estoy… estoy comenzado a imaginármelo —dijo—. Es una gran imagen.


En cualquier otro momento, Pedro se hubiese reído, pero no hoy. Se sentía furioso, y había otras cosas, pero ella no tenía miedo. Miedo y el nombre de Pedro eran cosas que jamás irían juntas.


Ella intentó tragar, respirar, pero sus ojos encontraron los de él, encontrando dolorosa intensidad en su mirada. Y se sintió arrastrada por la atracción.


Tal vez ella de verdad no tenía idea de nada. 

Pedro deslizó una cálida mano por su brazo desnudo, hasta el pequeño tirante de su camiseta sin mangas. Una ola de pequeños golpecitos siguió su tacto, y cuando la punta de sus dedos se coló por debajo del frágil material, sus piernas la hubiesen abandonado si su cuerpo no se encontrara presionado firmemente por el de él.

Él escondió su cara en su cuello, ubicando sus labios debajo de su oído. Alojando una pequeña mordida allí, desencadenó una ola de calor que recorrió todo su cuerpo a través de sus venas. Y entonces, sus labios se movieron hacia abajo, dejando un rastro cálido. —Me vuelves loco, completamente loco. ¿Lo sabías? Apuesto a que sí. 

Silenciando la voz en su cabeza, la cual gritaba y vociferaba miles de advertencias, ella se apoderó de sus hombros mientras hacía caer su cabeza hacia atrás, entregándole todo el acceso que él deseaba. 

Y lo deseaba demasiado.


Sus firmes labios viajaron hasta su cuello, deteniéndose sobre éste. 

Ella respiraba con brusquedad, mientras él dejaba caer su mano hasta sus caderas, y clavaba sus dedos en la tela vaquera sosteniéndola en su lugar.


Sus ojos se encontraron.


—No deberíamos hacer esto —gruñó, y luego la besó profundamente, robándole su aliento, mordisqueándole su labio inferior mientras se separaba—. No porque no te encuentre atractiva. —Empujó su pelvis contra la de ella, intentando convencerla de lo que decía—. Y tampoco
porque no creo que eres lo suficientemente buena. Eres demasiado para mí, Pau, condenadamente buena, ese es el problema.


Paula no sabía a qué se refería con eso, y apenas era capaz de respirar cuando su muslo grueso empujó sus piernas, separándolas.


Haciendo rozar el material áspero contra la piel desnuda y sensible de su entrepierna, logró que soltara un suave jadeo. Averiguar por qué se suponía que no debían hacer exactamente lo que hacían tomó un segundo lugar detrás del dolor en su corazón, y el asalto de todos los sentimientos salvajes que había albergado por ese hombre durante tanto tiempo.


—Dios—gimió Pedro cuando volvió a ejercer presión con su pelvis—. Realmente tenemos que hacer algo con esta cosa que tienes de no usar ropa interior. De verdad, Pau. 

Ella cerró los ojos arqueando su espalda, mientras hacía girar sus caderas creando una fricción con el muslo del chico, y su afán de encender la llama dentro de ella. 


Cuando habló, su voz era un jadeo, irreconocible.

—¿Algo como qué?


Él sostuvo sus caderas con ambas manos, alzándola para poder colocarla sobre su muslo con más comodidad. Ella fue capaz de sentirlo ardiendo a través del delgado algodón de su remera. 

—Esto es una locura —dijo él, lo cual no contestaba a su pregunta.


Pero no le importaba.

Sus ojos se encontraban en llamas cuando la levantó más cerca de él y la besó tan profundamente, que creyó que la devoraría por completo.


Ella enrolló sus manos detrás de su cuello, hundiendo sus dedos en el sedoso cabello de su nuca. Su cuerpo se movió con el de él, y lo único que esperó en aquel momento, lo único que quería, era que no se detuviera. Que jamás lo hiciera.


Demostrarle con su cuerpo lo que significaba, para él valía más que cualquier palabra.
 
***
 
¿Basura? Esa palabra retumbaba en su cabeza como un tambor. Su padre había dejado a su madre de esa forma, pudriéndose en su hogar de un millón de dólares, rodeada de joyas, pieles, chicos guapos, y todo lo que una mujer podría querer, a excepción de lo que ella más podría necesitar: el amor y fidelidad de su esposo. Paula jamás sería, jamás podría, ser basura.


Pedro aspiró aire entrecortadamente en el momento que ella volvió a fijar sus labios en los de él. Esto era una locura, pero su control se había roto en algún momento entre la acusación de que él no se sentía atraído por ella, y su ardiente muestra de ira.


Era incapaz de detenerse ahora, incluso si quisiera hacerlo no lo haría, no cuando el cuerpo de ella se sentía tan ardiente y ansioso contra el suyo. Su ansiedad aumentó cuando ella meció sus caderas en él,
dejando escapar de entre sus labios un jadeo.

Su mano se deslizó hasta su seno sintiendo su pezón rígido, lo cual hizo que toda su caballerosidad se perdiera en algún lugar fuera de aquella condenada bodega, acompañada de su sentido común.


Pedro podía sentir el cuerpo de ella estremecerse mientras la besaba y su mano se deslizaba por la suave y tersa piel de su muslo. Y a pesar de que su miembro se encontrarse rígido en sus pantalones, se las arreglo para detener aquella catástrofe. Porque, al final, ¿podía realmente tenerla?


Ella estaba tan por encima de él, y ni siquiera lo sabía. 

Pero era como si hubiera perdido todo el control de sus manos. Sus dedos empujaron los tirantes de su camiseta sin mangas, deslizándolos hacia abajo a través de sus brazos, desnudándolos al frío aire y su hambrienta mirada. 

—Dios, eres hermosa. —Ahuecando su seno en su mano, se permitió perderse a sí mismo un poco más cuando su pulgar acarició su pezón aún rígido—. Tan perfecta…


Un jadeante gemido de negación se quebró en la garganta de ella mientras su mano viajaba al sur de su cuerpo, más allá de la llamarada en sus caderas. 

Entonces arqueó su espalda, lo que hizo que su falda subiera por encima de su muslo. —Por favor, Pedro, por favor. 

¿Cómo podría decirle que no? ¿Sería capaz de hacerlo?


Su cabeza se sumergió para un pequeño roce, entonces chasqueó la lengua y atrajo su rostro al de él. No podía resistirse a su tentadora piel.


Su sabor… lo abrumaba.


La mano de Pedro curioseó debajo de su falda, recorriendo las curvas de su firme trasero hasta los lisos y húmedos pétalos de sus partes femeninas. Deslizó su dedo a lo largo del centro, el cual se sentía como la seda. Se encontraba fascinado, cautivado totalmente. Honestamente no era nada nuevo, pero…
Cielos, se sentía tan suave, y complaciente en sus brazos, condenadamente perfecta.


Y él la deseaba, completamente.



Pasos al otro lado de la puerta lo golpearon fuera de su fantasía, como si hubiese sido atacado con un arma nuclear. 

Separándose con brusquedad, logró atrapar a Pau antes de que tropezara hacia abajo por los escalones. Lo miró fijamente. Su rostro conmocionado le demandaba que pusiera una barra en la condenada puerta y continuara. Que siguiera con lo que hacían. 

En una hazaña milagrosa, ajustó la ropa de ella segundos antes de que la puerta se abriera por completo. Girando en el escalón, se colocó entre ella y la puerta, dándole tiempo a recuperar su compostura.


El guía se paró allí, sosteniendo una llave. Detrás de él, Patricio alzaba una ceja maliciosa. Genial. 

—Oh —dijo—, aquí están. Supongo que la pequeña sombra detrás de ti es Paula, ¿no es así? Los hemos buscados por todas partes.


—Pues, estuvimos aquí todo el tiempo. Encerrados. —Remarcó las palabras, echando un vistazo sobre su hombro, encontrando un rostro ruborizado con los ojos muy abiertos. Enderezándose, enfrentó la mirada burlona de su hermano—. Les llevó bastante tiempo.


Patricio rió con disimulo. —Por alguna razón, tengo la impresión de que sucedió exactamente lo contrario.


Pedro ignoró el comentario sarcástico de su hermano. 


Estaba más concentrado pensando en cómo diablos iba a ser capaz de mantener sus manos alejadas de Paula ahora.

CAPITULO 9



Después de varias Tylenol tratando de hacer su magia ante el dolor de cabeza inducido por el vino, Paula hizo una mueca detrás de sus gafas de sol mientras arrastraba los pies al lado de su madre. Visitar los viñedos sonaba divertido, probablemente habría sido muy interesante,también, si no estuviese segura de que un baterista psicótico decidió residir dentro de su cabeza.


Dios, realmente bebió demasiado anoche. ¿Bailando en un banco? ¿Tener que ser escoltada de regreso a la cabaña por un Pedro sorprendentemente racional? Avergonzada y más que un poco frustrada consigo misma, se mantuvo cerca de su familia, mientras se apilaban en los asientos de la parte trasera de la caja de un camión de ganado, donde verían el viñedo de cerca y personalmente.


¿Bobby? ¿Robby? Cualquiera fuese su nombre, había terminado en el otro coche, gracias a Dios. Ni siquiera podía mirarlo sin querer esconderse bajo la paja que cubría la cama del camión.


Cada golpe iba directo a la sien de Paula. Se agarró al asiento, sujetando su mandíbula firmemente mientras el vehículo se tambaleaba a lo largo de la estrecha carretera. 


Bajo el ala del sombrero de paja ancho de su madre, hizo una mueca. —Te ves un poco irritable.


Antes de que pudiera responder, Pablo interrumpió con una sonrisa. 


—Bebió, como, veinte copas de vino anoche.


—Paula —advirtió su madre, sus cejas cayendo de golpe. 


Ella puso los ojos en blanco. —No bebí veinte copas.


Su padre se frotó la barba recortada. —¿Cuántos tomaste? 

—No lo sé. —Le echó un vistazo a un silencioso Pedro—. ¿Tal vez cuatro...?


Su madre abrió la boca, pero Lisa se rió mientras el hermano de Paula sonreía y negaba con la cabeza. —Que borracha —dijo. 

Paula hizo una mueca y se volvió entonces. Por lo que alcanzaba a ver, había árboles de uva y colinas bajo el resplandor brillante del sol y cielos azules. Por suerte, la conversación pasó de la resaca a los planes de boda. El viernes por la noche habría un ensayo, ya que las despedidas de solteros se habían celebrado la semana anterior. Había un autobús lleno de programas de boda que necesitaban ser dobladas y, queriendo ser de alguna utilidad para el festejo, Paula se ofreció a hacerlo antes de la cena.


—¡Gracias! —exclamó Lisa, obviamente agradecida—. Vas a necesitar algo de ayuda. Hay un montón de cartas, además de las tarjetas pequeñas con los nombres. Estoy segura de que a alguna de las otras damas de honor le encantaría ayudar.  


Al ser dama de honor, esta era una de las clases de cosas que debería estar haciendo y realmente quería. Las otras chicas habían hecho mucho, interviniendo cuando Paula estuvo ocupada. —Está bien. Puedo hacerlo sola. Deja que se relajen. 

Lisa cedió, pero le dio una mirada a Gonzalo.


Paula aflojó su agarre y alisó sus manos sobre su falda vaquera.


Sentada frente a ella, se encontraba Pedro. A pesar de que no le había dicho más de dos palabras desde que salió de la cama, podía sentir sus ojos sobre ella.


Ayer por la noche... Dios mío, tuvo que ayudarla a cambiar su vestido y había admitido que dormía desnuda. Bueno, definitivamente agregó otra muesca al cinturón de humillación. Renunciando al vino para siempre, le robó un rápido vistazo.


Sus ojos se encontraron, justo cuando el guía turístico se detenía por un gran edificio de piedra. Todo el mundo descargo apresuradamente. 

Gonzalo y Lisa en el frente, con los brazos ajustadamente alrededor de su cintura. Sus padres eran tan tiernos. Al igual que Pedro había dicho antes, usaban el viaje como una luna de miel. No habían tenido una real después de casarse, así que Paula se alegraba de verlos con tanto romance y diversión.


—Aquí —dijo una voz profunda.


Paula levantó la vista, sorprendida de encontrar a Pedro junto a ella, sosteniendo una botella de agua. La tomó, ofreciéndole una sonrisa vacilante. —Gracias.


Él se encogió de hombros. —He visto muchas resacas peores que la que tienes, pero el agua debe ayudar.


Pedro lo sabrá, pensó, desenroscando la tapa y tomando un trago.


Además de haber manejado tres clubes en donde el licor se vertía hasta los techos, había sido casi como el fiestero en la universidad, y luego, había estado su madre... Pedro y sus hermanos probablemente aprendieron la forma de tratar la resaca a una edad temprana. Siempre le había parecido extraño que Pedro hubiese entrado en el negocio de discotecas, pero claramente, decidió probar "de tal palo tal astilla", supuso. Su padre había sido dueño de docenas de bares y discotecas. Parecía lógico que uno de los hermanos siguiera su ejemplo. 

Pero Pedro... No era como su padre, en realidad no. No era tan frío como el mayor de los Alfonso o tan egoísta. Un escalofrío rodó a través de Paula al recordar las pocas veces que estuvo en la casa Alfonso. Una vez, cuando era apenas una niña y luego, cuando tenía diecisiete años. En ambas ocasiones, la casa había sido estéril y fría. Su madre era una cáscara sin vida, viviendo de una botella de vino seguida por una píldora prescrita. La mujer había amado al padre de sus hijos hasta la muerte y su padre... a él no parecía importarle.


Discretamente espiando a Pedro desde detrás de sus gafas de sol, notó una vez más las diferencias de los tres hermanos, Pedro era el que más se parecía a su padre, pero incluso con los clubes, las chicas, y el éxito, era lo menos parecido a él. 

Simplemente no podía dejar de actuar como era. 

Cuando él la miró, ella miró al frente. ¿Por qué siquiera pensaba en estas cosas? No importaba, y si no empezaba a prestar atención, caería justo en los estrechos escalones por donde la guía los llevaba hacia abajo a una bodega, donde miles de botellas se encontraban almacenadas, y llenándolo todo desde el suelo hasta el techo.


Algo había cambiado el día de hoy con Pedro, mientras bromeaba con sus hermanos y Gonzalo. Como si la tensión de sus hombros que no había estado allí ayer por la mañana se hubiese puesto sobre ellos.


Esperaba que no fuese por dormir en ese terrible sofá. 

El aire era varios grados más frío en la bodega, y se frotó los brazos, alejando el frío. Como el almacenamiento de vino no era de mucho interés para ella, vagó, siguiendo el laberinto de botellas.


Dios mío, si fuera claustrofóbica, estar aquí sería un problema por como de estrechas y angostas y altas resultaban ser los estantes.


Su sandalia golpeó en el suelo de cemento, mientras trataba de leer los nombres de las botellas. La mayoría eran impronunciables y honestamente, iría a la tumba antes de tener otro sorbo de esas cosas.


Las voces del grupo se desvanecieron mientras sus dedos se arrastraban a lo largo de las botellas frías. No era una gran bebedora, obviamente. Anoche había estado fuera de la norma.


Al detenerse en el borde del bastidor, miró por encima del hombro, notando de repente que no podía oír a nadie. 


Frunciendo el ceño, dio marcha atrás a donde pensaba que los había dejado, pero no había nadie allí.


—Mierda —murmuró, corriendo por un pasillo. 

Esto no podía estar pasando. No la dejarían. Apretando su agarre en la botella de agua, se apresuró a dar la vuelta, y se golpeó justo al lado de una caja fuerte, y casi cayó de culo. 

Pedro, la tomó por su brazo antes de que terminara en su trasero.


—Guau. ¿Estás bien? 

Parpadeando, asintió con la cabeza. —No sabía que estabas ahí. — Dio un paso atrás, ignorando el repentino aumento en su frecuencia cardíaca. Su reacción era ridícula—. ¿Por qué estás aquí?


Él inclinó la cabeza hacia un lado. —El grupo se está moviendo para almorzar.


—¿Ah? —Desde que no rebotaba en ese camión horrible, su estómago se animó con alegría.


Una media sonrisa apareció. —Es un día de campo, escuché, en los viñedos reales.


Eso sonaba muy sabroso y romántico. —Bueno, date prisa,entonces. 

Haciéndose a un lado, Pedro la dejo caminar. Siguiéndola en silencio, y ella quería que dijera algo. Lo que sea. Pero, de nuevo, no tenía ni idea de qué decir, tampoco. La incomodidad que se desarrolló entre ellos apestaba. Prueba positiva de por qué los amigos de cualquier tipo nunca debían cruzar esa línea invisible... Por lo menos no a menos que planearan cruzar todo el camino.


Cuando llegaron a la entrada, Pedro maldijo entre dientes. 


—¿En dónde diablos están todos?


Una sensación horrible serpenteó su camino a través de la boca de su estómago mientras miraba de un lado a otro por los pasillos vacíos. No había otro sonido que el aliento suave de Pedro y su corazón latiendo con fuerza.


—¿Ellos no...? —Arrastró, incapaz de aceptar lo que sucedía.


—No. —Se acercó a su alrededor y golpeó los escalones al subir. Otra maldición fuerte y golpes le causaron una mueca de dolor.


Paula lo encontró en la parte superior de las escaleras, con las manos en las caderas. —Por favor, no digas lo que creo que vas a decir. 

—Estamos encerrados. —La incredulidad coloreaba el tono de Pedro.


—Tienes que estar bromeando. —Se apretó junto a él y empujó la puerta, moviendo la palanca. Nada. Quería golpear su cabeza contra la puerta pero pensó que dado a que su dolor de cabeza se había aliviado finalmente, no era una buena idea—. Nos dejaron.