Pedro, se apoyó en los bloques de cemento fresco, cerrando los ojos.
—Tienen que darse cuenta de que faltamos. Van a volver. Pronto. No será mucho tiempo.
Vaya, eso esperaba. Ya estaba más fría que la teta de una bruja, pero cuando cinco minutos pasaron y luego diez, no parecía que fuera a suceder un rescate pronto.
Paula se dejó caer en el escalón, ahuyentando la piel de gallina en sus piernas desnudas con las manos. —Sabes, estoy un poco ofendida de que nadie se haya dado cuenta de que no estamos.
Él se rió entre dientes y se sentó en un escalón por encima de ella, inclinándose hacia adelante y cruzando las manos sobre las rodillas dobladas. Su rostro se encontraba casi al nivel de los ojos de ella, así que ahora no tenía que levantar la cabeza para hablar con él. —Sí, hace maravillas por tu autoestima, ¿no?
—Apuesto a que están disfrutando de su almuerzo. Comiendo sándwiches, bebiendo agua mineral con gas, y pensando, “¡Hmm, el grupo parece diferente, pero oh, no importa, tenemos huevos en vinagre!”
La profunda risa ronca de Pedro, le calentó el vientre. —Esto me recuerda a algo.
Al principio, no sabía a dónde iba con esa afirmación, mientras se ponía las gafas de sol en la cabeza y ponía al lado su agua en el borde superior. Y luego, la golpeó.
Oh, por el amor de todas las cosas sagradas en este mundo.
—Tenías siete —dijo, el humor entrelazándose en su voz.
Bajó la cabeza avergonzada.Pedro tenía esa maravillosa memoria selectiva a la hora de recordar los momentos más humillantes de su vida.
—Y Gonzalo y yo íbamos al parque a jugar un partido de baloncesto y querías ir, pero Gonzalo no te lo permitiría. —Otra risa llenó la pausa—. Así que decidiste tomar represalias.
—¿Podemos hablar de otra cosa?
La ignoró. —Metiéndote en el baúl de casa del árbol, ¿qué diablos esperabas ganar con eso?
Sus mejillas ardían. —Tenía la esperanza de que ustedes volvieran y me extrañaran, y entonces se sentirían mal por no dejarme jugar con ustedes. Y se asustarían. Sí, lo sé, no era el plan más inteligente, pero era una niña.
Pedro sacudió la cabeza y un mechón de pelo oscuro cayó sobre su frente. —Podrías haberte matado.
—Bueno, no lo hice.
—Excepto que creímos que estabas en casa de los vecinos —añadió, frunciendo el ceño—. Hombre, tuviste que haber estado en esa caja durante horas.
Lo había estado. Por suerte, tenía un enorme agujero oxidado en el costado, pero algo había ido mal cuando había cerrado el baúl. Se encerró en él. Incluso con sus brazos flacos, no pudo alcanzar el pestillo por dentro. Así que se había quedado en ese maldito cofre, indefensa al caer la noche y sintiendo como arañas se arrastraban sobre ella. Recordó llorar durante lo que parecieron días y, finalmente, quedarse dormida, segura de que se moriría sola.
—Cuando tu padre se dio cuenta de que no te encontrabas en casa de los vecinos y nadie te había visto desde que te habías ido al parque, pensé que iba a encerrarnos en uno de los refugios de sus bombas.
Imaginando lo enfadado que su padre debió de haber estado, se echó a reír. Parte de la razón por la que había sido capaz de seguirlos tanto cuando era niña era el hecho de que sus padres habían puesto el temor de Dios en Gonzalo y los hermanos Alfonso. Si Paula quería jugar con ellos, jugaba y dictaba las reglas.
Lástima que no funcionaba de esa manera ahora.
—Me encontraste —dijo ella, cerrando los ojos.
—Lo hice.
—¿Cómo? —preguntó. Era lo único que nunca había imaginado.
Pedro estuvo tranquilo durante tanto tiempo, que pensó que no podría recordar. —Buscamos por todos lados, mis hermanos y tu familia.
Estuvimos en la casa del árbol, pero no sé por qué lo comprobé de nuevo.
Vi el maldito cofre que usábamos para sentarnos y mire en ese agujero. Vi tu jersey rojo y casi sufrí un ataque al corazón. Te llamé y no respondías. —Paso un latido—. Pensé que habías muerto allí. Tuve que usar el viejo
martillo roto para levantar el bloqueo abierto. —Tomó una respiración profunda—. Me asustaste como el infierno.
Se mordió el labio al recordar como la cargó y llevó de regreso a casa. —Lo siento. No fue mi intención asustarlos.
—Lo sé. Eras sólo una niña.
Hubo una pausa y luego dijo—: Lo siento por lo de anoche.
Él se encogió de hombros.
—No. En serio. Estaba bastante borracha, y recuerdo vagamente golpearte en la cara.
La piel en las esquinas de sus ojos se arrugó cuando él se echó a reír. —Lo hiciste.
—Tan vergonzoso —murmuró—. De todos modos, siento que tuvieras que lidiar con eso.
—No lo hagas. Fue muy divertido.
—¿Divertido?
Asintió. —Estabas muy interesada en la luna y en enseñarle a los niños de Gonzalo y Lisa sobre el servicio social y otras cosas, un montón de otras cosas.
Paula sonrió.
Hubo un respiro pesado y luego—: Así que, ¿duermes desnuda?
Ah, hombre…
—¿Todo el tiempo? —Curiosidad marcada en su tono de voz.
Ella suspiró. —Todo el tiempo.
—Qué bien.
Echando un vistazo sobre su hombro, ella alzó sus cejas. Él le guiñó un ojo. Y luego, no dijo nada más. En el silencio que siguió, ella buscó por algo qué decir. —¿Cómo marchan los clubes?
—Bien. —Cruzó sus musculosos brazos sobre su pecho—. Estoy pensando en abrir un cuarto en Virginia.
—¿En verdad? Guau. Eso es un montón para manejar.
—No lo sé. No hay nada dicho todavía, pero luce bastante bien. Están los clubes de mi padre, pero esos parecen hacerlo bastante bien bajo su propia gestión. Nunca pensé en entrometerme y cómpraselos a la administración que tenían. Prefiero tener la mía propia. Significa más para mí de esa forma, así nadie dirá que se me fue entregado en bandeja… —Su mirada se posó dónde ella se acariciaba sus pantorrillas, y entonces se detuvo, ruborizándose.
Pedro se aclaró la garganta. —Gonzalo me estuvo contando que tuviste éxito con la petición que hiciste para los fondos del voluntariado.
Al principio de este año el Smithsonian afrontaba cortes de presupuesto, cómo cualquier otro lugar en el planeta, y los servicios de voluntariado fueron el primer departamento en recibir el golpe. Tomó meses de peticiones, sangre y un montón de lágrimas de frustración, hasta que finalmente le otorgaran una donación que les permitió seguir operando.
Paula asintió.
Un cálido orgullo llenó los ojos de él, haciendo que ella sintiera todo tipo de confusa alegría al notarlo. —Eso es genial.
Nunca habiéndose sentido cómoda con los halagos, desvió su mirada mientras se ruborizaba. —Costó un montón de trabajo, pero lo disfruté.
—Es genial… verte hacer algo que realmente disfrutas.
Su rostro se dirigió al de él con brusquedad, intentando descifrar por qué había dicho eso, pero entonces se dio cuenta que quizás lo dijo exactamente de la forma que había sonado. —Lo mismo pienso de ti.
Pedro asintió y tomó un respiro profundo. Paula adoptó una postura rígida. Conocía ese sonido, iba a decir algo que probablemente no le iba a gustar.
—Sobre lo que paso… la tarde de ayer… —Un músculo palpitó en su mandíbula—. No debí haberme ido de esa forma.
Sorprendida, se quedó observándolo por varios minutos hasta que fue capaz de encontrar su voz. —No, no debiste hacerlo.
Él tomó su respuesta como un hincapié para continuar hablando. — Sucedió, y no tendría que haberte dicho que nada había sucedido.
Ella se preguntó si el Apocalipsis comenzó allí afuera. Cometas cayendo del cielo. Polos desplazándose. Icebergs derritiéndose. Sus padres estarían encantados.
Las mejillas de él apenas enrojecieron. —Y lo lamento. No debería haber…
—No lo hagas —dijo ella, de pie antes de que fuera capaz de evitarlo.
En el estrecho espacio, había muy poca distancia entre ellos, y su enojo era como una tercera persona abarrotando el lugar.
Los ojos de él se abrieron de par en par, y luego se estrecharon. — Pau…
—Y deja de llamarme de esa forma. —Sus manos se cerraron en puños—. Creo que has dejado muy en claro lo poco atractiva que me encuentras.
—Oye, espera —dijo, lanzando sus manos al aire—. Esto no tiene nada que ver con eso.
Ella resopló. —Claro que sí, porque cuando te sientes atraído hacia alguien, realmente disfrutas besándolo y luego de hacerlo, no actúas como si hubieras besado a Adolf Hitler.
Los labios de él temblaron como si estuviera intentando retener una risa al tiempo que se ponía de pie. —Primero, no actué de esa manera. Y segundo, no quiero escuchar las palabras “besar” y “Hitler” en la misma oración nunca más, porque ahora te imagino con aquel pequeño bigote que él solía tener.
—Cállate.
—Y eso no es atractivo, para nada atractivo.
El tono en su voz era leve, incluso juguetón, pero el rostro de ella ardía, y ya no había manera de escapar de él. —Lo que sea.
Ira tiñó el tono en los ojos de él, volviéndolos de un azul cobalto, causando que el brillo travieso desapareciera. —Hablar de esto intentando actuar como un chico decente, claramente ha sido una equivocación.
—Así como lo fue besarme ayer, ¿cierto?
—Claramente —Espetó él de vuelta.
Paula se estremeció, y por un segundo creyó ver un atisbo de arrepentimiento en sus ojos, justo antes de que desviara la mirada. Todo el asunto llegó a su punto crítico. Años de confusión y arrepentimiento se mezclaron para crear una bola desagradable de emociones. Ella alzó su barbilla para decir—: Dime, ¿llamas a tus otras novias después de
besuquearte con ellas y te disculpas por tu actitud ebria?
El músculo en el mentón del muchacho pareció reventar.
Impasible, ella dio un paso al frente hasta ubicarse justo delante de su rostro. —Apuesto a que no lo haces. Probablemente obtienen llamadas que no incluyen una disculpa. Sino flores, en vez de ser desechadas como
basura.
Ira llameó en sus ojos. —Tú no eres basura.
—Bien, entonces supongo que no soy lo suficientemente buena. Pero oye, no te angusties, pronto tendremos nuestras habitaciones separadas y no vamos a tener que disculparnos con el otro de nuevo. —Giró sobro sí misma y caminó hacia abajo hasta encontrar un maldito lugar donde esconderse, sus lágrimas amenazaban con derramarse, y sabía lo celosa que había sonado.
Hacía una tonta de ella misma. Otra vez.
Paula apenas logró bajar un escalón cuando la mano de Pedro la sostuvo del brazo, obligándola a volverse de golpe. La fulminó con la mirada. —No tienes idea, ¿no es así?
Ella intentó soltarse, haciendo que él se aferrara con más fuerza. — ¿De qué hablas?
—Esto no es sobre ti no siendo suficientemente buena o yo no sintiéndome atraído hacia ti. Para nada.
—No estoy segura a quien intentas convencer, amigo. Tu historia conmigo habla por sí misma.
Un segundo ella se encontraba en medio de los escalones, y al otro, su espalda estaba contra la pared, con el cuerpo de Pedro nivelado al de ella tocándose en los lugares correctos.
—Dime —dijo él, su voz profunda e íntima—, ¿te parece que así se siente no estar atraído por ti?
Oh, oh, de acuerdo, definitivamente se sentía atraído por ella. Su aliento se escapó de entre sus labios, y su boca se secó por completo. Cada centímetro de su cuerpo se encontraba pegado al de ella, siendo capaz de sentir su erección, dura y abultada, contra su vientre. Una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo.
—Estoy… estoy comenzado a imaginármelo —dijo—. Es una gran imagen.
En cualquier otro momento, Pedro se hubiese reído, pero no hoy. Se sentía furioso, y había otras cosas, pero ella no tenía miedo. Miedo y el nombre de Pedro eran cosas que jamás irían juntas.
Ella intentó tragar, respirar, pero sus ojos encontraron los de él, encontrando dolorosa intensidad en su mirada. Y se sintió arrastrada por la atracción.
Tal vez ella de verdad no tenía idea de nada.
Pedro deslizó una cálida mano por su brazo desnudo, hasta el pequeño tirante de su camiseta sin mangas. Una ola de pequeños golpecitos siguió su tacto, y cuando la punta de sus dedos se coló por debajo del frágil material, sus piernas la hubiesen abandonado si su cuerpo no se encontrara presionado firmemente por el de él.
Él escondió su cara en su cuello, ubicando sus labios debajo de su oído. Alojando una pequeña mordida allí, desencadenó una ola de calor que recorrió todo su cuerpo a través de sus venas. Y entonces, sus labios se movieron hacia abajo, dejando un rastro cálido. —Me vuelves loco, completamente loco. ¿Lo sabías? Apuesto a que sí.
Silenciando la voz en su cabeza, la cual gritaba y vociferaba miles de advertencias, ella se apoderó de sus hombros mientras hacía caer su cabeza hacia atrás, entregándole todo el acceso que él deseaba.
Y lo deseaba demasiado.
Sus firmes labios viajaron hasta su cuello, deteniéndose sobre éste.
Ella respiraba con brusquedad, mientras él dejaba caer su mano hasta sus caderas, y clavaba sus dedos en la tela vaquera sosteniéndola en su lugar.
Sus ojos se encontraron.
—No deberíamos hacer esto —gruñó, y luego la besó profundamente, robándole su aliento, mordisqueándole su labio inferior mientras se separaba—. No porque no te encuentre atractiva. —Empujó su pelvis contra la de ella, intentando convencerla de lo que decía—. Y tampoco
porque no creo que eres lo suficientemente buena. Eres demasiado para mí, Pau, condenadamente buena, ese es el problema.
Paula no sabía a qué se refería con eso, y apenas era capaz de respirar cuando su muslo grueso empujó sus piernas, separándolas.
Haciendo rozar el material áspero contra la piel desnuda y sensible de su entrepierna, logró que soltara un suave jadeo. Averiguar por qué se suponía que no debían hacer exactamente lo que hacían tomó un segundo lugar detrás del dolor en su corazón, y el asalto de todos los sentimientos salvajes que había albergado por ese hombre durante tanto tiempo.
—Dios—gimió Pedro cuando volvió a ejercer presión con su pelvis—. Realmente tenemos que hacer algo con esta cosa que tienes de no usar ropa interior. De verdad, Pau.
Ella cerró los ojos arqueando su espalda, mientras hacía girar sus caderas creando una fricción con el muslo del chico, y su afán de encender la llama dentro de ella.
Cuando habló, su voz era un jadeo, irreconocible.
—¿Algo como qué?
Él sostuvo sus caderas con ambas manos, alzándola para poder colocarla sobre su muslo con más comodidad. Ella fue capaz de sentirlo ardiendo a través del delgado algodón de su remera.
—Esto es una locura —dijo él, lo cual no contestaba a su pregunta.
Pero no le importaba.
Sus ojos se encontraban en llamas cuando la levantó más cerca de él y la besó tan profundamente, que creyó que la devoraría por completo.
Ella enrolló sus manos detrás de su cuello, hundiendo sus dedos en el sedoso cabello de su nuca. Su cuerpo se movió con el de él, y lo único que esperó en aquel momento, lo único que quería, era que no se detuviera. Que jamás lo hiciera.
Demostrarle con su cuerpo lo que significaba, para él valía más que cualquier palabra.
***
¿Basura? Esa palabra retumbaba en su cabeza como un tambor. Su padre había dejado a su madre de esa forma, pudriéndose en su hogar de un millón de dólares, rodeada de joyas, pieles, chicos guapos, y todo lo que una mujer podría querer, a excepción de lo que ella más podría necesitar: el amor y fidelidad de su esposo. Paula jamás sería, jamás podría, ser basura.
Pedro aspiró aire entrecortadamente en el momento que ella volvió a fijar sus labios en los de él. Esto era una locura, pero su control se había roto en algún momento entre la acusación de que él no se sentía atraído por ella, y su ardiente muestra de ira.
Era incapaz de detenerse ahora, incluso si quisiera hacerlo no lo haría, no cuando el cuerpo de ella se sentía tan ardiente y ansioso contra el suyo. Su ansiedad aumentó cuando ella meció sus caderas en él,
dejando escapar de entre sus labios un jadeo.
Su mano se deslizó hasta su seno sintiendo su pezón rígido, lo cual hizo que toda su caballerosidad se perdiera en algún lugar fuera de aquella condenada bodega, acompañada de su sentido común.
Pedro podía sentir el cuerpo de ella estremecerse mientras la besaba y su mano se deslizaba por la suave y tersa piel de su muslo. Y a pesar de que su miembro se encontrarse rígido en sus pantalones, se las arreglo para detener aquella catástrofe. Porque, al final, ¿podía realmente tenerla?
Ella estaba tan por encima de él, y ni siquiera lo sabía.
Pero era como si hubiera perdido todo el control de sus manos. Sus dedos empujaron los tirantes de su camiseta sin mangas, deslizándolos hacia abajo a través de sus brazos, desnudándolos al frío aire y su hambrienta mirada.
—Dios, eres hermosa. —Ahuecando su seno en su mano, se permitió perderse a sí mismo un poco más cuando su pulgar acarició su pezón aún rígido—. Tan perfecta…
Un jadeante gemido de negación se quebró en la garganta de ella mientras su mano viajaba al sur de su cuerpo, más allá de la llamarada en sus caderas.
Entonces arqueó su espalda, lo que hizo que su falda subiera por encima de su muslo. —Por favor, Pedro, por favor.
¿Cómo podría decirle que no? ¿Sería capaz de hacerlo?
Su cabeza se sumergió para un pequeño roce, entonces chasqueó la lengua y atrajo su rostro al de él. No podía resistirse a su tentadora piel.
Su sabor… lo abrumaba.
La mano de Pedro curioseó debajo de su falda, recorriendo las curvas de su firme trasero hasta los lisos y húmedos pétalos de sus partes femeninas. Deslizó su dedo a lo largo del centro, el cual se sentía como la seda. Se encontraba fascinado, cautivado totalmente. Honestamente no era nada nuevo, pero…
Cielos, se sentía tan suave, y complaciente en sus brazos, condenadamente perfecta.
Y él la deseaba, completamente.
Pasos al otro lado de la puerta lo golpearon fuera de su fantasía, como si hubiese sido atacado con un arma nuclear.
Separándose con brusquedad, logró atrapar a Pau antes de que tropezara hacia abajo por los escalones. Lo miró fijamente. Su rostro conmocionado le demandaba que pusiera una barra en la condenada puerta y continuara. Que siguiera con lo que hacían.
En una hazaña milagrosa, ajustó la ropa de ella segundos antes de que la puerta se abriera por completo. Girando en el escalón, se colocó entre ella y la puerta, dándole tiempo a recuperar su compostura.
El guía se paró allí, sosteniendo una llave. Detrás de él, Patricio alzaba una ceja maliciosa. Genial.
—Oh —dijo—, aquí están. Supongo que la pequeña sombra detrás de ti es Paula, ¿no es así? Los hemos buscados por todas partes.
—Pues, estuvimos aquí todo el tiempo. Encerrados. —Remarcó las palabras, echando un vistazo sobre su hombro, encontrando un rostro ruborizado con los ojos muy abiertos. Enderezándose, enfrentó la mirada burlona de su hermano—. Les llevó bastante tiempo.
Patricio rió con disimulo. —Por alguna razón, tengo la impresión de que sucedió exactamente lo contrario.
Pedro ignoró el comentario sarcástico de su hermano.
Estaba más concentrado pensando en cómo diablos iba a ser capaz de mantener sus manos alejadas de Paula ahora.