miércoles, 17 de septiembre de 2014

CAPITULO 28




Paula se sentó en su escritorio el lunes por la mañana,
frunciendo el ceño mientras examinaba a través de los cientos de e-mails que había perdido mientras estaba en el viñedo. Nada demasiado importante, pero hizo clic en el primero y empezó a leer metódicamente a través de él.


Teniendo ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, levantó la vista cuando Barbara colocó un café con leche humeante sobre la mesa. 


Sonrió. —Gracias. Necesito esto.


—Puedo decirlo —Barbara se sentó en el borde del escritorio de Paula, sosteniendo su bebida en una mano y jugueteando con sus lápices con la otra. No había duda que los estaba separando por color.


Azul en un recipiente. Negro en el otro—. Parece que no has dormido en una semana.


Con timidez alisando una mano sobre su cola de caballo baja, se estremeció. Ya había rellenado a Barbara sobre lo que había pasado en la boda y sus planes para el futuro.


—Me encontré con un agente de bienes raíces ayer en la tarde y revisamos algunas casas adosadas en Virginia. —Paró, odiando como de difícil fue decir esas palabras—. Estuve afuera muy tarde —y tampoco había dormido bien la noche anterior. Ella amaba el departamento— amaba la ciudad—pero esto tenía que hacerse. No había manera de que pudiera quedarse tan cerca de Pedro nunca más, el riesgo de toparse con él con una de sus novias torniquete. 


La mataría.


Barbara negó con la cabeza. —No puedo creer que te estés mudando.



Se encogió de hombros mientras pasaba el dedo por la raya delgada en la superficie del escritorio. —Creo que es hora de un cambio de escenario.


Su amiga parecía dudosa. —¿Y no tiene nada que ver con el que comparte el mismo edificio que tú? ¿O el todo tentador mejor hombre?


Paula se sonrojó, pero no dijo nada.


—Sé que para ti es duro verlo, pero Paula… ¿Mudarte? —Suspiró Barbara—. No estoy segura de que sea el movimiento correcto.


Tenía sus dudas, también, pero había tomado una decisión. 


Necesito empezar desde cero, Barbara. Y la única forma en que voy a conseguirlo es alejarme de él tanto como sea posible. Si tengo que seguir viéndolo, nunca lo voy a superar. 

Una mirada de simpatía cruzó por los rasgos de Barbara—¿Qué vas a hacer con las reuniones familiares?


—¿Esperar que no se presente? —tomó un sorbo de su café—. ¿Lidiar con ello? No creo que vaya a ser tan malo cuando no lo vea cada maldito día.


—Hmm. Sabes, para algunas personas, las distancias hacen que se encariñen.


—Sí, bueno, esas personas necesitan ser atadas de manos y pies y fusiladas. —Paula colocó su bebida en el escritorio y jugueteó con el ratón—. Es un movimiento drástico, lo sé, pero necesito hacer esto.


Y así lo hizo. Como le había dicho a Barbara, nunca superaría completamente a Pedro si tenía que seguir viéndolo, escuchando acerca de sus hazañas; y, a veces, presenciándolas. Mudarse de la ciudad ayudaría.


Ante todo, no se arrepentía de lo que había pasado durante la boda.


Esa noche fue algo que recordaría por mucho tiempo, probablemente tanto como viviera. Y quizás algún día, encontraría esa clase de pasión de nuevo.


Le dolía el pecho al pensar en eso y un pesado bulto se formaba en la parte de atrás de su garganta, pero no podía obligar a alguien a amarla.

 —Bueno, al menos la boda fue hermosa, ¿cierto? —preguntó Barbara regresando al escritorio que compartían en la oficina de Paula.


Paula asintió. —Fue una boda para recordar, es cierto.

—Suenas como una tarjeta de Hallmark  —se rió mientras Paula volvía a hojear sus correos—. Deberías escribirlo. Serviría para una cursi… oh, santa mierda.


Levantando la mirada, Paula le frunció el ceño a su amiga. — ¿Qué?


Los ojos azules de Barbara estaban muy abiertos. —Uh, mira por ti misma.


Confundida. Paula siguió la mirada de Barbara y su boca cayó abierta. —Oh por Dios…


A través de las paredes de cristal que rodeaban su oficina, no había duda de la oscura cabeza que merodeaba directamente hacia ella o los anchos hombros cuadrados con determinación y un propósito.


Pedro.


¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué? No había tiempo para llegar a esas respuestas, porque su puerta se abrió de golpe y Pedro se paró ahí, alto, oscuro, pecaminosamente sexy, y completamente cabreado.  


Paula se empezó a poner de pie, pero sus piernas estaban demasiado débiles. —Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?


Fuego iluminó sus ojos al posarse en ella. —Tenemos que hablar.


—Uh, ¿ahora? —miró alrededor de su oficina sin poder hacer nada— Creo que esto…


—No puedo esperar —casi gruñó—. Tenemos que hablar ahora.


Barbara se empezó a poner de pie. —Creo que les daré algo de privacidad. Hay otros escritorios afuera que estoy segura necesitan ser organizados.


Paula ya estaba de pie, pasando suavemente sus manos por el algodón de su camisa. Sobre los hombros de Pedro, podía ver un montón de sus compañeros de trabajo mirando desde sus cubículos. Esto se iba a poner incómodo. —No. No tienes que irte. Um, Pedro y yo podemos… 


Antes de que pudiera terminar la oración, él estuvo frente a ella. Sin decir una palabra, sujetó sus mejillas y llevó su boca a la de ella. Al inicio,demasiado aturdida como para reaccionar, se congeló con los labios apretados, por la lenta demanda de sus labios que su boca se abriera a la de él. 


Luego su cuerpo se fundió en su abrazo, en el beso que rápidamente profundizó.


La atrajo hacia él, levantándola en la punta de sus zapatos. 


La besó con toda la pasión y ansia desesperada que había llevado con ella por tantos años. La forma en que sus brazos temblaban contra los de ella le llegó muy adentro, rompiendo las paredes recién construidas alrededor de su corazón. 

Cuando él se retiró, mantuvo sus brazos a su alrededor. —¿Por qué… por qué hiciste eso? —preguntó.  


Una pequeña media sonrisa se dibujó en su rostro. —Lo siento.


Primero tenía que sacar eso del camino.


—Guau. Necesito palomitas para esto —murmuró Barbara.


Paula se sonrojó desde las raíces del cabello hasta las puntas de sus dedos curvados. De alguna manera, había olvidado que su amiga aún estaba de pie ahí… más una habitacion llena de personas mirando desde afuera a través de las paredes de vidrio. Tirándose hacia atrás, negó con la cabeza. —Pedro


—Déjame explicarme primero, ¿de acuerdo? Antes de salir corriendo o discutir conmigo.


—Yo…


—Paula —dijo, con los ojos brillantes.


—Mejor deja hablar al hombre. —Barbara volvió a sentarse en su silla, cruzando los brazos—. No puedo esperar para oír lo que tiene que decir.


Paula le disparó a su amiga una mirada asesina, pero parecía como si no fuese a ningún lado. Tampoco él. —De acuerdo —dijo.  


Pedro tomó una larga respiración. —No hay manera de decir esto con rodeos, voy a ir directamente a esto. He sido un idiota… un cretino. Una y otra vez, he hecho mal las cosas concernientes a ti.


Su boca se abrió.


—Y todo este tiempo he estado tratando de hacer lo correcto al no estar contigo. No quería traicionar a Gonzalo al engancharme con su hermana pequeña. Tampoco quería enredar de alguna manera nuestra amistad, porque has sido una enorme parte de mi vida. —tomó una respiración profunda—. Y nunca quise ser como mi padre… tratarte como él trataba a mi mamá. Y era estúpido… ahora lo entiendo. Pablo tenía razón. Padre nunca amó a nuestra madre, pero es diferente para mí… es diferente para nosotros. Siempre lo ha sido.


Todo el tiempo que habló, no apartó la vista de ella. Ella abrió la boca para decir algo pero se le adelantó. —Pero todo lo que he logrado hacer es arruinar las cosas. Esa noche en el bar… no estaba borracho. 

Pau se movió incómodamente. —Lo sé.  


—Era una excusa poco convincente, y lo siento. Esa noche… debí haberte dicho como me sentía realmente. Y cada noche después de eso — dijo, dando un paso adelante—. Debí haberte dicho como me sentí en esa maldita cabaña, también.  

Su corazón se hinchó mientras crecía la esperanza en una maraña de emociones que no podía desenredar. Todo esto parecía surrealista.


Lágrimas se precipitaron en sus ojos mientras iba hacia atrás, sujetando los bordes del escritorio. —¿Y cómo te sientes?


La sonrisa de Pedro reveló esos profundos hoyuelos que amaba, y cuando habló, su voz era ronca. —Aw demonios, Pau, no soy bueno en esta clase de cosas. Tú… tú eres mi mundo. Siempre has sido mi mundo, desde que tengo memoria.  


Ante la suave inhalación de Barbara, Paula colocó una mano temblorosa sobre su boca.


Dando un paso hacia a delante, puso su mano sobre la de ella, tirando de ella suavemente para alejarla de su boca. —Es la verdad. Eres mi todo. Te amo. Lo he hecho por más tiempo del que me había dado cuenta. Por favor dime que mi estupidez no ha arruinado las cosas más allá de la reparación para nosotros.


Paula no se movió por un momento, ni siquiera respiró mientras sus palabras caían dentro de ella y hacían su camino alrededor de su corazón, al igual que sus dedos hicieron su camino alrededor de los de ella. Y entonces saltó hacia adelante, colocando sus labios justo sobre los de él.  


La besó desesperada y apasionadamente de regreso, con sus brazos aplastándola contra su pecho. Podía sentir el fuerte calor que desprendía, desde las puntas de sus senos hasta la parte más dura, ardiente de él presionándose contra su vientre. Se deleitaba en su excitación, en la pasión en que la sostenía —aunque este no fuera el lugar para eso— pero lo hacía, porque este era el momento que había estado esperando toda su vida.


Esto era todo. El bulto estaba de vuelta en su garganta. A duras penas se dio cuenta de que Barbara se había deslizado silenciosamente fuera de la oficina.


—Te quiero —jadeó contra sus labios.


Se quedó sin aliento. —¿En serio?


Pedro asintió. —No hay nadie más… nunca ha habido alguien más para mí sino tú. Lo eres todo, Pau. Y te juro, nunca voy a tratarte como mi padre trataba a mi mamá. Demonios, no puedo. Simplemente no fui hecho como ese hombre.


Parpadeando para contener lágrimas calientes, envolvió sus brazos alrededor de Pedro y respiró su olor. —Oh, Dios, Pedro, te amo tanto.


Su risa era una mezcla de alivio y alegría mientras la sujetaba aún más fuerte, y podía sentir su corazón tronando contra el de ella. Colocó sus labios cerca de su oído y susurró—: Creo que necesito reportarme como enferma, porque hay algo que realmente quiero hacer en este momento.


La respiración de Pedro cambió a un apuro inestable. —No podría estar más de acuerdo, pero…


—¿Pero? —Paula se alejó con el ceño fruncido.


Él le sonrió. —Pero después vamos a la casa de tus padres.

—¿En serio? —una sonrisa cruzó por sus labios. Mareada, enrolló sus brazos alrededor de su cuello—. Tengo miedo si quiera de preguntar.


La sonrisa de Pedro igualó la de ella. —Creo que necesitamos darle la noticia a tus padres cara-a-cara, porque esto… —la besó de nuevo, su lengua enredándose con la suya, provocando un gemido entrecortado. Y ese beso se dirigió hasta sus dedos enroscados dentro de sus tacones y su corazón dio un vuelco pesadamente en su pecho.


Besar a Pedro —amar a Pedro— era algo de lo que nunca se cansaría.  

Yendo hacia atrás, su boca formó una sonrisa contra la de ella y dijo—: Esto es para siempre.
 
FIN


LA HISTORIA DE LOS HERMANOS ALFONSO SIGUE EN 
¿QUIERES JUGAR? CON UN CAMBIO DE PERSONAJES:


PABLO = PEDRO
BARBARA = PAULA
PEDRO = PABLO
PAULA = MARIANA
GONZALO = ARIEL
CHAVES = GONZALES

CAPITULO 27



Pedro no había perdido un momento después de que la feliz pareja partió al aeropuerto. Saltó a su auto, salió después de la pequeña bruja.



Debería haber tomado sólo menos de una hora en llegar a la ciudad, pero la suerte no ha estado de su lado.


Hubo un accidente en el peaje de carretera que lo retrasó por cuarenta y cinco minutos. Luego dos carriles estaban cerrados mientras se acercaba a la circunvalación, y otro maldito accidente en el puente. 

Cuando finalmente estacionó su auto en el garaje detrás de la Galería, había matado el motor y todo pero corrió a la entrada, podía huir de él, podía esconder todo lo que quería, pero ella vería la verdad. No podían ser amigos.  


No era suficiente. Nunca podría ser suficiente. 

Pau tenía uno de los más pequeños apartamentos en las plantas inferiores, y él estaba demasiado impaciente para esperar por elevador para bajar, así que tomó las escaleras, corrió rápidamente como un lunático.  


No le importaba.


Todo lo que podía pensar era que Pau se había ido sin decir adiós. Su Pau nunca lo había hecho. Ella tenía que haberse quedado y gritarle. Insultarlo. Infiernos. Incluso abofetearlo en la cara. Pero de ninguna manera hubiera corrido a menos que esté asustada y no enojada.


Corazón bombeando, él abrió la puerta del cuarto piso, casi chocando con una joven pareja con su perro muerde tobillos.  


—Lo siento —murmuró, pasando junto a ellos. Buscando la puerta de Pau, paró y golpeó en ella como si él fuera la policía a punto de llover infiernos en alguien. —¿Pau? Es Pedro.  


No hay respuesta.


Cada vez más irritado con la muchacha descarada, golpeó sus nudillos en la puerta, seriamente considerando patearla. 


Dudaba que ella lo apreciara.  


A través del pasillo, una puerta se abrió un apartamento que Pedro que sabía había estado funcionando durante arrendamiento. El superintendente caminó fuera, cubierto de pintura salpicada en su overol.  


—¿Está todo bien, Sr. Alfonso? —preguntó, usando un paño para limpiarse las manos.


Solo entonces se dio cuenta de que realmente se veía como un hombre loco golpeando la puerta de Pau. Bajó la mano y se aclaró la garganta. —Estoy buscando a Pau.


El superintendente sonrió con cariño. —La señorita Chaves no está en casa. Está fuera con el agente inmobiliario, comprobando en algunas casas adosadas al otro lado del río.


El corazón de Pedro cayó pesadamente. —¿Un agente inmobiliario?


Él asintió. —Sí, la señorita Chaves me llamó ayer, dejándome saber que estaba planeando mudarse. Algo sobre salir de la ciudad. Odio oír que ella se va, desde que es una gran inquilina, pero la presenté con el agente de bienes raíces que usamos. Parecía que quería irse rápido.  


Nada de esto tenía sentido. Su cerebro rotundamente se negaba a creer esto. Ella adoraba la ciudad y amaba el hecho de estar al lado para no tener que viajar al trabajo. 


Ella podría nunca dejar la cuidad. No era ella a menos que…


Mientras miraba al superintendente, la incredulidad dio paso a un dolor tan real que le sorprendió que no había caído de rodillas. El conocimiento hundiendo lentamente, girando sus tripas y volteando hacia afuera. Ella no había ido. Era algo más que simplemente esconderse de él.


Estaba decidida a dejarlo antes de que tuviera la oportunidad de realmente incluso tenerla.