martes, 9 de septiembre de 2014

CAPITULO 9



Después de varias Tylenol tratando de hacer su magia ante el dolor de cabeza inducido por el vino, Paula hizo una mueca detrás de sus gafas de sol mientras arrastraba los pies al lado de su madre. Visitar los viñedos sonaba divertido, probablemente habría sido muy interesante,también, si no estuviese segura de que un baterista psicótico decidió residir dentro de su cabeza.


Dios, realmente bebió demasiado anoche. ¿Bailando en un banco? ¿Tener que ser escoltada de regreso a la cabaña por un Pedro sorprendentemente racional? Avergonzada y más que un poco frustrada consigo misma, se mantuvo cerca de su familia, mientras se apilaban en los asientos de la parte trasera de la caja de un camión de ganado, donde verían el viñedo de cerca y personalmente.


¿Bobby? ¿Robby? Cualquiera fuese su nombre, había terminado en el otro coche, gracias a Dios. Ni siquiera podía mirarlo sin querer esconderse bajo la paja que cubría la cama del camión.


Cada golpe iba directo a la sien de Paula. Se agarró al asiento, sujetando su mandíbula firmemente mientras el vehículo se tambaleaba a lo largo de la estrecha carretera. 


Bajo el ala del sombrero de paja ancho de su madre, hizo una mueca. —Te ves un poco irritable.


Antes de que pudiera responder, Pablo interrumpió con una sonrisa. 


—Bebió, como, veinte copas de vino anoche.


—Paula —advirtió su madre, sus cejas cayendo de golpe. 


Ella puso los ojos en blanco. —No bebí veinte copas.


Su padre se frotó la barba recortada. —¿Cuántos tomaste? 

—No lo sé. —Le echó un vistazo a un silencioso Pedro—. ¿Tal vez cuatro...?


Su madre abrió la boca, pero Lisa se rió mientras el hermano de Paula sonreía y negaba con la cabeza. —Que borracha —dijo. 

Paula hizo una mueca y se volvió entonces. Por lo que alcanzaba a ver, había árboles de uva y colinas bajo el resplandor brillante del sol y cielos azules. Por suerte, la conversación pasó de la resaca a los planes de boda. El viernes por la noche habría un ensayo, ya que las despedidas de solteros se habían celebrado la semana anterior. Había un autobús lleno de programas de boda que necesitaban ser dobladas y, queriendo ser de alguna utilidad para el festejo, Paula se ofreció a hacerlo antes de la cena.


—¡Gracias! —exclamó Lisa, obviamente agradecida—. Vas a necesitar algo de ayuda. Hay un montón de cartas, además de las tarjetas pequeñas con los nombres. Estoy segura de que a alguna de las otras damas de honor le encantaría ayudar.  


Al ser dama de honor, esta era una de las clases de cosas que debería estar haciendo y realmente quería. Las otras chicas habían hecho mucho, interviniendo cuando Paula estuvo ocupada. —Está bien. Puedo hacerlo sola. Deja que se relajen. 

Lisa cedió, pero le dio una mirada a Gonzalo.


Paula aflojó su agarre y alisó sus manos sobre su falda vaquera.


Sentada frente a ella, se encontraba Pedro. A pesar de que no le había dicho más de dos palabras desde que salió de la cama, podía sentir sus ojos sobre ella.


Ayer por la noche... Dios mío, tuvo que ayudarla a cambiar su vestido y había admitido que dormía desnuda. Bueno, definitivamente agregó otra muesca al cinturón de humillación. Renunciando al vino para siempre, le robó un rápido vistazo.


Sus ojos se encontraron, justo cuando el guía turístico se detenía por un gran edificio de piedra. Todo el mundo descargo apresuradamente. 

Gonzalo y Lisa en el frente, con los brazos ajustadamente alrededor de su cintura. Sus padres eran tan tiernos. Al igual que Pedro había dicho antes, usaban el viaje como una luna de miel. No habían tenido una real después de casarse, así que Paula se alegraba de verlos con tanto romance y diversión.


—Aquí —dijo una voz profunda.


Paula levantó la vista, sorprendida de encontrar a Pedro junto a ella, sosteniendo una botella de agua. La tomó, ofreciéndole una sonrisa vacilante. —Gracias.


Él se encogió de hombros. —He visto muchas resacas peores que la que tienes, pero el agua debe ayudar.


Pedro lo sabrá, pensó, desenroscando la tapa y tomando un trago.


Además de haber manejado tres clubes en donde el licor se vertía hasta los techos, había sido casi como el fiestero en la universidad, y luego, había estado su madre... Pedro y sus hermanos probablemente aprendieron la forma de tratar la resaca a una edad temprana. Siempre le había parecido extraño que Pedro hubiese entrado en el negocio de discotecas, pero claramente, decidió probar "de tal palo tal astilla", supuso. Su padre había sido dueño de docenas de bares y discotecas. Parecía lógico que uno de los hermanos siguiera su ejemplo. 

Pero Pedro... No era como su padre, en realidad no. No era tan frío como el mayor de los Alfonso o tan egoísta. Un escalofrío rodó a través de Paula al recordar las pocas veces que estuvo en la casa Alfonso. Una vez, cuando era apenas una niña y luego, cuando tenía diecisiete años. En ambas ocasiones, la casa había sido estéril y fría. Su madre era una cáscara sin vida, viviendo de una botella de vino seguida por una píldora prescrita. La mujer había amado al padre de sus hijos hasta la muerte y su padre... a él no parecía importarle.


Discretamente espiando a Pedro desde detrás de sus gafas de sol, notó una vez más las diferencias de los tres hermanos, Pedro era el que más se parecía a su padre, pero incluso con los clubes, las chicas, y el éxito, era lo menos parecido a él. 

Simplemente no podía dejar de actuar como era. 

Cuando él la miró, ella miró al frente. ¿Por qué siquiera pensaba en estas cosas? No importaba, y si no empezaba a prestar atención, caería justo en los estrechos escalones por donde la guía los llevaba hacia abajo a una bodega, donde miles de botellas se encontraban almacenadas, y llenándolo todo desde el suelo hasta el techo.


Algo había cambiado el día de hoy con Pedro, mientras bromeaba con sus hermanos y Gonzalo. Como si la tensión de sus hombros que no había estado allí ayer por la mañana se hubiese puesto sobre ellos.


Esperaba que no fuese por dormir en ese terrible sofá. 

El aire era varios grados más frío en la bodega, y se frotó los brazos, alejando el frío. Como el almacenamiento de vino no era de mucho interés para ella, vagó, siguiendo el laberinto de botellas.


Dios mío, si fuera claustrofóbica, estar aquí sería un problema por como de estrechas y angostas y altas resultaban ser los estantes.


Su sandalia golpeó en el suelo de cemento, mientras trataba de leer los nombres de las botellas. La mayoría eran impronunciables y honestamente, iría a la tumba antes de tener otro sorbo de esas cosas.


Las voces del grupo se desvanecieron mientras sus dedos se arrastraban a lo largo de las botellas frías. No era una gran bebedora, obviamente. Anoche había estado fuera de la norma.


Al detenerse en el borde del bastidor, miró por encima del hombro, notando de repente que no podía oír a nadie. 


Frunciendo el ceño, dio marcha atrás a donde pensaba que los había dejado, pero no había nadie allí.


—Mierda —murmuró, corriendo por un pasillo. 

Esto no podía estar pasando. No la dejarían. Apretando su agarre en la botella de agua, se apresuró a dar la vuelta, y se golpeó justo al lado de una caja fuerte, y casi cayó de culo. 

Pedro, la tomó por su brazo antes de que terminara en su trasero.


—Guau. ¿Estás bien? 

Parpadeando, asintió con la cabeza. —No sabía que estabas ahí. — Dio un paso atrás, ignorando el repentino aumento en su frecuencia cardíaca. Su reacción era ridícula—. ¿Por qué estás aquí?


Él inclinó la cabeza hacia un lado. —El grupo se está moviendo para almorzar.


—¿Ah? —Desde que no rebotaba en ese camión horrible, su estómago se animó con alegría.


Una media sonrisa apareció. —Es un día de campo, escuché, en los viñedos reales.


Eso sonaba muy sabroso y romántico. —Bueno, date prisa,entonces. 

Haciéndose a un lado, Pedro la dejo caminar. Siguiéndola en silencio, y ella quería que dijera algo. Lo que sea. Pero, de nuevo, no tenía ni idea de qué decir, tampoco. La incomodidad que se desarrolló entre ellos apestaba. Prueba positiva de por qué los amigos de cualquier tipo nunca debían cruzar esa línea invisible... Por lo menos no a menos que planearan cruzar todo el camino.


Cuando llegaron a la entrada, Pedro maldijo entre dientes. 


—¿En dónde diablos están todos?


Una sensación horrible serpenteó su camino a través de la boca de su estómago mientras miraba de un lado a otro por los pasillos vacíos. No había otro sonido que el aliento suave de Pedro y su corazón latiendo con fuerza.


—¿Ellos no...? —Arrastró, incapaz de aceptar lo que sucedía.


—No. —Se acercó a su alrededor y golpeó los escalones al subir. Otra maldición fuerte y golpes le causaron una mueca de dolor.


Paula lo encontró en la parte superior de las escaleras, con las manos en las caderas. —Por favor, no digas lo que creo que vas a decir. 

—Estamos encerrados. —La incredulidad coloreaba el tono de Pedro.


—Tienes que estar bromeando. —Se apretó junto a él y empujó la puerta, moviendo la palanca. Nada. Quería golpear su cabeza contra la puerta pero pensó que dado a que su dolor de cabeza se había aliviado finalmente, no era una buena idea—. Nos dejaron.

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