Conseguir llevar a Pau de nuevo a la cabaña fue una experiencia de paciencia y diversión renuente. Varias veces se separó de él y comenzó a vagar a Dios sabe dónde. Dudaba que ella supiera. A mitad de camino de regreso a su cabaña, se quitó los zapatos de tacón. Cerca de la cabaña al lado de la suya, se sentó en medio del camino iluminado por el pálido resplandor de la luna.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Tomando un descanso.
Sacudiendo la cabeza, se acercó a ella por detrás. —No has caminado tanto.
—Parece que hemos caminado por siempre. —Inclinó la espalda contra sus rodillas y sonrió—. Soy una de esas chicas borrachas. Ya sabes, ¿el tipo que se sienta en el medio de la calle? ¡Dios... siento como si estuviera en la universidad de nuevo!
Él frunció el ceño. —¿Te sentabas en medio de la calle mucho cuando ibas en la universidad?
—Más veces de las que me acuerdo —respondió con una sonrisa.
—No me acuerdo de eso.
Levantó una mano y señaló hacia él, pero su objetivo era inestable, por lo que terminó haciendo estrellándosela en su cara.
Hizo una mueca y tomó su pequeña mano, dirigiéndola lejos de su rostro. —Ouch.
Pau no parecía darse cuenta de que casi le había. —Tú no estabas siempre por allí, ya sabes.
Pedro peleó con una sonrisa cuando se inclinó, puso sus manos debajo de sus brazos y la levantó de nuevo. —¿Voy a tener que llevarte? Si es así, sería completar mi acto de caballero-en-brillante-armadura contigo.
—No eres un caballero —Tropezó al frente y luego se dio la vuelta, dándole una palmadita en el pecho con tanta fuerza que él gruño—. Pero que tipo eres. Tienes un buen corazón, Pedro Alfonso.
Guau. Había pasado "s lo borracha”. —Está bien. Creo que voy a tener que cargarte.
Resopló. —Puedo caminar, muchas gracias. Quería descansar.
—Pensé que no estabas cansada.
—No lo estoy —argumentó.
La miró fijamente.
—Eres tan aburrido. —Paula se tambaleó a continuación y luego se detuvo, inclinando su cabeza sobre su cuello largo y elegante. Cuando su cabello estaba suelto, colgaba claramente hasta las caderas—. La luna es tan grande.
Había algo grande creciendo en sus pantalones. Y estaba bastante seguro de que lo convertiría en el peor tipo de bastardo. Pero no podía evitarlo. Pedro era todavía un hombre y, fuera de los límites o no, Paula era... era Paula.
Mirando por encima del hombro, sonrió. —Estoy muy feliz por mi hermano —divagaba—. Ellos van a tener bebés, y voy a llegar a ser una tía. Puedo llevarlos al Smithsonian , enseñarles acerca de la historia y... y esas cosas.
—Vas ha convertir a esos niños, que aún no existen, en nerds.
Ella levantó el dedo, colocándolo a un centímetro de su cara, y tuvo ganas de lamerlo. —Los empollones son geniales. Tú no lo eres.
Pedro rió mientras le tomó la mano, suavemente tirando hacia abajo del camino. —¿Qué tipo de cosas se les enseña?
—Oh, ya sabes, cosas... como la Guerra Civil y de lo importante que es cuidar de nuestros campos de batalla, conservar la historia... y voy a convencerlos para ser voluntarios.
—¿Lo harás? —Se encontraban casi en la puerta. A pocos pasos más.
Sacó su mano libre y lo empujó a la ligera. —Sí, lo haré. Soy buena en mi trabajo.
—No tengo ninguna duda. —Y no la tenía. Por supuesto, nunca le había dicho a Paula que se sentía orgulloso de todo lo que logró en la universidad o cómo ella siempre había estado en la lista del decano.
Tal vez debería haberlo hecho.
Confundido por eso, la siguió hasta la puerta. Una vez dentro, se dirigió a la orilla de la cama y se sentó pesadamente.
Encendió una pequeña lámpara con un tono fucsia en la esquina y luego, accionó el interruptor en la pared. Más luz era, probablemente, una buena cosa.
—Entonces, ¿cómo vamos a hacer esto? —Echó un vistazo a la cama y luego a él—. ¿Vamos a tener una fiesta de pijamas?
Pedro se endureció dolorosamente ante la idea de estar sólo en la cama junto a ella. —Voy a tomar el sofá.
Lo miró pero no dijo nada. Necesitando alejarse, se acercó a su equipaje, sacó un par de pantalones ligeros y una camisa. —Voy a cambiarme en el baño.
—¿Por qué?
¿Era en serio que tendría que explicarle eso? Por sus grandes ojos, sería un sí. —Cámbiate mientras yo estoy allí, Paula.
Ella apretó los labios. —Podría haber bebido una... o cuatro... demasiadas copas de vino, pero no estoy borracha o estúpida.
Pedro estaba seguro de la primera. Enviando una significativa mirada a su pasado, entró en el cuarto de baño, cerró la puerta, y se cambió rápidamente. Fue entonces, cuando se dio cuenta de su pequeña bolsa de objetos personales abierta en el fregadero.
Pasta de dientes, cepillo de pelo, algunos artículos de maquillaje.
Cosas pequeñas, pero todo de ella. Extendió la mano, pasando los dedos sobre el mango del cepillo. Una imagen extraña, totalmente inapropiada de sus cosas extendidas por todo el lavabo en su apartamento llenó su cabeza. Un dolor surgió en su pecho apretado y familiar.
Hombre, necesitaba medicinas o algo así. Era una fantasía agradable, pero era sólo una fantasía.
Cuando pasó suficiente tiempo, regresó a la sala principal.
Paula se encontraba todavía en la cama donde la había dejado, mirando la alfombra de oso en el suelo.
Suspiró. —Pau, ¿qué haces?
—Esa alfombra es realmente espeluznante, ¿no te parece?
Pasando al centro de la habitación, cruzó los brazos sobre el pecho.
—No es algo que me gustaría puesto en mi lugar.
Ella hizo una mueca. —Voy a tener pesadillas sobre la cosa cobrando vida y mordiendo mi pie mientras duermo. Totalmente arruinará mi pedicura.
Su mirada cayó a sus pies delicados. No le importaría morder uno de ellos. —Paula, debes cambiarte para la cama.
Poniéndose de pie, tomó al borde de su vestido. Cuando la había visto antes, pensó que la sombra de azul había sido el color perfecto para ella.
Paula suspiró. —Duermo desnuda, y no traje nada de ropa para dormir. No creo que sea un problema...
Oh, por el amor de Dios.
Imágenes de su piel brillante y lisa, roja como el satén, deslizándose debajo de las sábanas, llenó su cabeza. Su cuerpo sería como un arco tenso durante toda la noche, pero ahora su polla palpitante. El hambre en un nivel primitivo, crudo. Las cosas que haría con ella...
Y por eso no iba a hacer nada. No a Paula. Era demasiado buena.
Apartándose de ella, frenéticamente buscó una solución. —Tengo algunas camisas que serán lo suficientemente largas para que te las pongas. —Se dirigió en dirección a su equipaje, su miembro hinchado entre sus muslos, por lo que era difícil concentrarse en otra cosa que lo que deseaba, lo cual era extender esas piernas bonitas y hundirse dentro de ella, una y otra vez. No va a pasar, muchacho, por lo que sólo cálmate.
Tomó una camisa oscura y se volvió.
Paula se encontraba detrás de él. —Lo siento.
—¿Lo sientes por qué? ¿Ponerte un poco borracha? —Pedro sacudió la camisa—. Mantén los brazos hacia arriba.
Obedeció, levantándolos en el aire. —Lo siento por todo esto. —Su voz ahogada mientras la camisa de algodón se atascó por un momento por la cabeza, y no pudo evitar sonreír mientras la tiraba hacia abajo—. Debes odiar esto —dijo, mientras su cabeza apareció a través.
—¿Odiar qué? —Tiró la camisa hacia abajo, y gracias a Dios, que era tan larga como el vestido. Furtivamente sus brazos debajo de la camisa,buscó la cremallera en la parte posterior. Los laterales de los brazos rozaron la curva de sus pechos, y se acercó sin darse cuenta.
—Estás pegado conmigo —dijo ella, inclinando la cabeza hacia atrás para encontrarse con su mirada.
Él frunció el ceño. —No estoy pegado a ti, Paula.
Ella no dijo nada.
Sus dedos encontraron la cremallera y tiró. El vestido descendió hacia abajo, reuniéndose alrededor de sus pies y sus manos... Maldita sea, tenía las manos sobre la piel desnuda de su espalda. Como recordaba, su piel era tan suave como la seda.
Pedro necesitaba quitar sus manos y dar un paso atrás rápido, pero se tambaleó hacia delante, colocando sus pequeñas palmas en la cintura, rozando los muslos desnudos. Luego, ella colocó su mejilla contra su pecho y suspiró.
—Te he echado de menos —murmuró.
Sintió algo en su pecho estacado. —Nena, ¿cómo me extrañas? Nos vemos todos los días.
—Lo sé. —Un suspiro diminuto—. Pero no es lo mismo. Nosotros no somos lo mismo. Y te echo de menos.
Dios, ¿no era eso verdad? Desde aquella noche en su club las cosas habían sido diferentes. Y en este momento, él se sentía congelado, atrapado entre saber que necesitaba poner distancia y el deseo de tenerla en sus brazos. ¿Y cuántas veces la había tenido así? No en los últimos años, pero cuando era más joven, muchas veces.
El lugar extraño vacío en su pecho por lo general ignorado se calentó. Cuando era niño, él y sus hermanos no podían soportar estar en su casa fría, rodeado de sueños aplastados por su madre sobre el matrimonio y la ausencia de su padre, por lo que estar cerca de Gonzalo, Paula, y su familia habían aliviado siempre esa soledad.
Especialmente Paula. Tenía una forma suya, siempre moviéndose alrededor de su corazón. Incluso, durante los momentos en que no había hablado realmente, existía en el fondo de su mente como un fantasma constante, rondándolo.
Cerró los ojos y apoyó la barbilla sobre su cabeza. —Yo... yo también te extraño.
Levantó la cabeza y sonrió soñolienta, mirando hacia él con tanta confianza en sus hermosos ojos, y Dios, apuesto a que le dejaría hacer cualquier cosa con ella, aquí y ahora. Su cuerpo gritaba por ello, lo exigía, de verdad.
Con más fuerza de voluntad de la que sabía que tenía, la guió hasta la cama en forma de corazón, sacó la colcha, y suavemente la sentó. En un giro inesperado del destino, ella no discutió con él, pero deslizó las piernas curvas, sexy debajo de la manta y la puso abajo.
—¿Dónde vas a dormir? —preguntó ella, bajando los párpados.
Pedro se cernía sobre ella, bebiendo de la vista. Sabía exactamente cómo tenía muchas pecas en la nariz y las mejillas. Doce, para ser exactos.
Sabía que la pequeña cicatriz debajo de su labio inferior, una sombra más blanca que el resto de su piel, era de un accidente de moto cuando tenía siete años. Conocía esos labios, dependiendo de su estado de ánimo, podían ser tan expresivos.
Miró por encima del hombro. El sofá era largo y estrecho, sin duda, más cómodo que dormir en una pila de tablas.
—¿Pedro? —susurró.
Forzando una sonrisa, le apartó un mechón de pelo de la cara y luego, sin querer, su mano se quedó a lo largo de su mejilla, ahuecándola.
Ella se volvió hacia el gesto y otro suave suspiro escapó de sus labios entreabiertos. —El sofá tiene mi nombre en él —dijo.
—Hay más que suficiente espacio aquí. —Rodó sobre su costado, frente a él—. No muerdo.
El problema era, que tenía la esperanza de que lo hiciera. —Estoy bien.
Sorprendentemente, se quedó dormida antes de que pudiera decir nada más, lo que era una buena cosa, porque si le ofrecía la cama de nuevo, no estaba seguro de que pudiera negarse por segunda vez.
Pedro bajó sus labios a la mejilla y le dio un beso allí, antes de retroceder. Apagando la luz, se fue al sofá y se estiró, haciendo todo lo posible para sentirse cómodo. Ese dolor estaba en su pecho de nuevo, y esta vez, sabía que no era por la falta de sus abrazos.
Era por la falta de ella en su vida.
wow buenísimo,me encanto!!!
ResponderEliminarEspectaculares los 2 caps!!!!
ResponderEliminarHermosos capítulos! Ojalá Pedro se animé a reconocer lo q siente por ella hace tanto, y pronto!
ResponderEliminarQue lindooo ¡
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