sábado, 6 de septiembre de 2014

CAPITULO 4



En el camino hacia el edificio principal, Paula hizo lo posible para no mirar a Pedro, no dejarse arrastrar por su contoneo y caer en una red que no tenía idea que él estaba tejiendo sólo por estar a su lado. Entonces, miró al frente y lo ignoró.


Una pareja de ancianos avanzaba por el sendero, sus manos unidas firmemente. Las miradas que compartían eran tan llenas de amor que Paula sintió una punzada de envidia. Esa era la clase de amor que había soñado cuando era una niña pequeña, amor que no se volviera aburrido después de las décadas, que sólo creciera más fuerte.


Los zapatos de suela gruesa de la mujer resbalaron en una de las piedras. Su marido la agarró del brazo con facilidad, pero su bolso se cayó, derramando su contenido a lo largo de las piedras blancas. 

Paula se adelantó, arrodillándose para recoger rápidamente las pertenencias de la dama.


—Oh, gracias, querida —canturreó la anciana—. Me estoy poniendo realmente torpe en mi vejez.


—No es problema —Paula sonrió, dándole su bolso—. Tenga un lindo día.


Volviendo al lado de Pedro, lo encontró sonriéndole. No una sonrisa que dejaba ver sus hoyuelos, sino una sonrisa pequeña y privada. —¿Qué? 

—Nada —dijo él con un ligero movimiento de su cabeza. 

En el momento en que Paula entró en la agradable habitación de Viñedos Belle, su familia la atacó. Abrazos rompe-huesos de sus primos hermanos, primos segundos, y algunas personas que no reconocía, y un tío. Abrazos que la levantaron y la dejaron un poco mareada.


Pero cuando vio a su hermano más allá, de pie ante varias mesas largas cubiertas de lino blanco, una amplia sonrisa estalló en su cara y corrió. 

Gonzalo era alto, como su padre, su cabello castaño estaba recortado cerca de su cráneo. Con su buen aspecto americano y su dulce disposición, por lo general tenía una legión de mujeres desmayadas a sus pies. Muchas de ellas incluso sus amigas. Sin duda las solteras estarían de luto este fin de semana, pero él sólo tenía ojos para Lisa.

La atrapó a mitad de camino y la hizo girar. —Comenzábamos pensar que estabas boicoteando la boda. 

—¡Nunca! —se rió ella, juntando sus brazos. Desde Navidad no había visto a su hermano. Él y Lisa se habían mudado al cercano Fairfax y con sus ocupadas carreras, quedaba muy poco tiempo para las reuniones familiares—. Te he extrañado.


—Vamos, no empieces a llorar sobre mí.


Ella parpadeó. —No estoy llorando.


—Bien —La envolvió en un enorme abrazo—. Creo que has crecido un par de centímetros.


Riéndose, ella se libero. —Dejé de crecer como hace diez años.


—Intenta hace veinte años —El vozarrón de su padre sonó desde la cabecera de la mesa. 


Por encima del hombro de Gonzalo, Lisa esperaba con una sonrisa de bienvenida. Apartándose de su hermano, Paula se acercó a la esbelta rubia y le dio un apretado abrazo.


—Estoy tan feliz de que estés aquí —dijo Lisa, al separarse.


Lágrimas llenaban sus ojos grises—. Todo es perfecto ahora. Ven, tu madre te está guardando postre.


Siguiéndola, Paula miró hacia atrás. Gonzalo tenía la mano en el hombro de Pedro y ambos se reían. Un latido de corazón pasó y Pedro levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los suyos.


Paula desvió la mirada y casi corrió directamente hacia Patricio.


El más grande y musculoso de los hermanos Alfonso, era sin duda el más intimidante. Los tres hermanos compartían los mismos rasgos fuertes y extraordinarios ojos azules, pero Patricio era el más grande de ellos por unos buenos ocho centímetros.


—Con cuidado, niñita —dijo él, dándole paso—. No quiero atropellar a una dama de honor.


¿Niñita? —Gracias, Godzilla. 

Luego, él tuvo el descaro de rizar su cabello como cuando ella tenía doce años.


Patricio rió mientras se unía a Gonzalo y su hermano. Hasta ahora, no había divisado al hermano del medio.Pablo era un bromista notorio y nadie estaba seguro cuando él rondaba cerca.


Alejandra Chaves se sentaba al lado del padre de Paula en la larga habitación abovedada, y era difícil de creer que su madre se acercaba a su cumpleaños número cincuenta y seis. No había ni un solo cabello gris en su masa de ondas castañas.


—Siéntate, cariño —dio unas palmaditas al asiento a su lado—. Te guardé un poco de pastel de queso.


Sin que se lo dijeran dos veces, Paula tomó su lugar, escuchando el flujo de la conversación a su alrededor mientras todos los demás se acomodaban entorno a las largas mesas. De vez en cuando, aparecía un primo o algún familiar de Lisa. Sus padres parecían agradables y Paula simpatizó con ellos.


El Sr. Grant, el padre de Lisa, incluso sonrió cuando el padre de Paula habló sobre la próxima ola de generadores que podían mantener el funcionamiento de un búnker de mil doscientos metros cuadrados.


Su madre rodó los ojos. —Sabes que a tu padre le gusta hablar de trabajo.


Sí, pero las conversaciones de trabajo de la mayoría de la gente que no giran alrededor del Apocalipsis.


Con todo el mundo ocupado, ella robó las últimas dos galletas de una fuente y prácticamente se las tragó enteras. Si esto se consideraba un “brunch”, Paula pensaba que solo podía tener una nueva comida favorita. 

—Fue muy amable de Pedro ofrecerse para recogerte, cariño —Los ojos de su madre brillaron—. Ni siquiera había estado aquí diez minutos, pero se fue de inmediato a por ti. 

Paula casi se atragantó con la galleta. —Sí, muy bonito de su parte.


Su madre se inclinó y bajó la voz—. Tú sabes, él sigue soltero. 

Aclarando su garganta, ella agradeció que Pedro no estuviera en ninguna parte cerca de la mesa. —Que bueno por él. 

—Y solías tener un flechazo con él. Fue muy lindo.

Paula abrió la boca para negarlo, pero el Sr. Grant respondió antes de que ella pudiera decir una palabra. —¿Enamorada de quién?


—Pedro—su madre asintió hacia el frente de la sala—. Ella seguía a Gonzalo y a él como un…


—Mamá —gimió Paula, con ganas de esconderse bajo la mesa—, no los seguí como un cachorrito. 

Su madre sólo sonrió.

—Eso es tan dulce —dijo el Sr. Grant, su mirada viajando hasta donde se encontraba Pedro y el resto de los hombres de pie—. Y él parece un hombre encantador. Gonzalo nos estuvo contando cuántos clubes nocturnos posee en la ciudad.


Mamá se lanzó a una detallada lista de los éxitos de Pedro, que eran bastante impresionantes. Durante los últimos siete años él había iniciado varios bares de lujo, eso lo colocaba como uno de los solteros más codiciados en el Distrito.


Pero su madre pasó por alto la bien conocida vida social de mujeriego de Pedro. Paula no había estado en ninguno de sus bares desde que tenía veintiún años, desde esa desastrosa noche cuando el alcohol y varios años de enamoramiento por un hombre subieron a su cabeza de una forma humillante.  


Después de tomar un sorbo de agua, ella se excusó para ver como estaba su reserva de habitación, se paseó entre las mesas y salió a un amplio vestíbulo de camino a la mesa de recepción. Una vez fuera de la zona de desayuno, se dio cuenta de que tenía compañía.


Pedro se puso a caminar a su lado, sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones. Él era una buena cabeza más alto que ella, y siempre se sentía como una enana estando de pie junto a él.


Ella le arqueó una ceja, tratando totalmente de parecer fría, aunque su corazón golpeteaba por estar caminando tan cerca de él. 


¿Siguiéndome?


—Se me ocurrió cambiar el patrón.


—Ja. Ja.


Él esbozó una sonrisa. —En realidad, iba a recoger la llave de mi cabaña.


—Yo también —Viñedos Belle tenía varías cabañas ubicadas a lo largo de la hacienda, y estaban reservadas para la mayoría de los asistentes a la boda programada para el sábado. Ella se mordió el labio, dándose cuenta de que no le había agradecido todavía—. Gracias por ir a buscarme. No hacía falta.


Pedro se encogió de hombros pero no dijo nada. Se abrieron paso a través de los pasillos de elegante diseño con paredes de madera y finalmente, llegaron a la recepción. 

Un hombre mayor que estaba detrás del mostrador con una etiqueta que decía “Bob” les sonrió. —¿En qué puedo ayudarles?

Pedro se apoyó en el mostrador. —Estamos aquí para recoger las llaves de nuestras habitaciones. 


 —Oh, ¿por la boda? —sus manos se detuvieron en el teclado, listo para teclear—. Felicitaciones. 


Paula ahogó una risa. —No somos nosotros. Quiero decir, no hay necesidad de felicitarnos. Él y yo no estamos juntos. Nosotros no… 


 —Lo que ella trata de decir es que no somos la novia y el novio — contestó Pedro, sonriendo. Dios no quiera que alguien pensara eso. Cielos. 


 —Estamos aquí para la fiesta nupcial. 


 Pedro dio sus nombres mientras Paula mentalmente se pateó a si misma por hablar como una torpe adolescente, pero estaba tan cerca de él que era una distracción. Su presencia, su olor picante que era en parte colonia y en parte hombre, tenía sus sentidos disparados de izquierda a derecha. Él siempre tenía que estar cerca. Como ahora, apenas había dos centímetros entre sus cuerpos. Podía sentir el calor natural que brotaba de él y si cerraba los ojos, estaba muy segura que podía recordar lo que se sentía tener su brazo a su alrededor, sosteniéndola contra su duro pecho mientras su mano rodaba bajo el dobladillo del vestido que había usado sólo para él, subiendo…. Paula se sacó a si misma del recuerdo. Mejor no ir en esa dirección.


 —Lo siento —dijo el recepcionista, atrayendo su atención nuevamente a lo que era importante—. Ha habido una lamentable confusión. De repente, ella recordó el mensaje de su padre. 


—¿Ocurrió algo? Las mejillas del recepcionista enrojecieron. 


—Tenemos otra fiesta de boda que termina el viernes, y, bueno, para decirlo directamente, uno de los empleados de tiempo parcial reservó más cabañas de las que había, lo que cancela las últimas dos reservaciones hechas. 


 Lo cual, por supuesto, serían las reservaciones de Pedro y Paula, porque si ellos tenían algo en común, era que siempre hacían las cosas a último minuto. Pedro frunció el ceño mientras se inclinaba más cerca. —Bueno, tiene que haber un arreglo. Tragando visiblemente, él miró el computador. 


—Tenía la impresión de que la Sra.Chaves ya les había comentado sobre este asunto. 


 Paula tenía un mal presentimiento. 


 —Le explicamos el problema cuando ella llegó. Sólo tenemos una cabaña disponible, la vieja suite de luna de miel a punto de ser remodelada.


 —¿Suite de luna de miel? —repitió lentamente Pedro, como si esas palabras no tuvieran sentido.


Mi estómago cayó. 

El recepcionista se veía visiblemente incómodo. —Dos personas pueden quedarse ahí. La Sra. Chaves dijo que no sería un problema.


Ella iba a matar a su madre. 

—Lo siento —Pedro enderezó su más de metro ochenta de altura, que era un montón para mirar. Su voz era firme—. Nosotros no podemos compartir una cabaña.


Ouch. Compartir una habitación con Pedro no estaba en su lista de cosas para hacer, pero maldita sea, ella no era la peor opción posible. 

—El dinero no es un problema —continuó él, sus ojos
oscureciéndose a un azul marino, un seguro de que signo su temperamento estaría a punto de aparecer—. Puedo pagar el doble o el triple para obtener dos habitaciones.


Bien, ahora esto era insultante. Lo miró. —Estoy de acuerdo. No hay manera de que pueda quedarme con él. 

Pedro la fulminó con la mirada. 

El recepcionista negó con la cabeza. —Lo siento, pero no hay más habitaciones disponibles. Es la vieja caba a de luna de miel… o nada.


Ambos miraron al empleado. Paula tenía la punzante sospecha de que Pedro estaba a punto de agarrar al hombre, voltearlo, y sacudirlo hasta que las llaves de la habitación cayeran. Ella podría estar detrás de eso.


—Las habitaciones deberían estar disponibles el viernes en la mañana, y nos aseguraremos que ustedes sean los primeros en la fila, pero desafortunadamente, no hay nada que pueda hacer.


Paula se pasó una mano por el pelo, aturdida. 


¿Alojarse con Pedro? De ninguna manera. Entre estar aturdida por su cercanía y querer golpearlo en la cabeza cuando abría la boca se volvería loca.


Los días previos a la boca se suponen que son divertidos y relajantes. No un viaje a Locolandia. Y su madre, su loca y casamentera madre, tenía una mano metida en esto. 


Enterraría a esa mujer en un refugio antibombas.


Paula miró la aún silenciosa forma de Pedro. Un músculo trabajaba en su mandíbula como si estuviera apretando los molares hacia la encía. Era horrible para ella, pero ¿para él? Dios, probable él ya estaba listo para hacer una oferta por la habitación del recepcionista. Sin duda,
esto pondría en un gran problema sus planes de seducir mujeres.


—Tienes que estar bromeando —Pedro se apartó,colocando sus manos en sus estrechas caderas. Maldijo por lo bajo—. Está bien, dame las malditas llaves.


Paula se sonrojó. —Mira, yo puedo… 

—¿Tú puedes qué? ¿Compartir habitación con tu madre, quién está en una segunda luna de miel con tu padre? ¿O tal vez prefieres estar con alguna otra pareja y arruinar su fin de semana romántico? —Una nota junto con dos llaves cayeron en su palma abierta—. ¿Incluso, dormir en tu auto? No tenemos opción —Sus ojos se encontraron con los muy abiertos ojos de ella—. Estamos atrapados hasta el viernes.



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