miércoles, 10 de septiembre de 2014

CAPITULO 12





Las palabras de su madre se quedaron mucho tiempo después de que Paula se instalara en la pequeña habitación en la parte trasera de la casa principal, sentada en el suelo, las piernas dobladas debajo de ella.


Dos pesadas cajas frente a ella. Una repleta de programas y la otra llena de pequeñas tarjetas y titulares.


Tal vez debería haber pedido ayuda... estaría aquí toda la noche. 


Lanzo una mirada a la cabeza de ciervo en la pared, se estremeció.


Suspirando, alcanzó la de los programas y comenzó a doblar los panfletos. 


Solo que él aún no lo sabe.


¿Podría ser la única cosa después de tantos años? ¿La quería? ¿Se preocupaba por ella? ¿Pero él no lo aceptaba? 


No había modo de que ella se creyera eso. Y tampoco creía en la influencia de su padre. O bien tú quieres a alguien o no. En su mente, no había mitades.  


Había pensado en llamar a Barbara, pero su amiga acababa de despotricar sobre lo idiota que Paula podía ser, cosa que probablemente se merecía. Hacer la cosa no platónica con Pedro era estúpido. Pero, maldita sea, no tenía fuerza de voluntad cuando se trataba de él.


Había una pila ordenada de diez programas doblados para cuando alguien llamó a la puerta cerrada. Un segundo más tarde, abrió, y Pedro estaba allí. —Hola.


Sorprendida de encontrar el objeto de su angustia de pie frente a ella, lo único que podía hacer era mirar y recordar lo maravilloso que se había sentido presionado contra ella.


—¿Hola?


Pasando una mano por su oscuro cabello, entrecerró los ojos. —Tu madre pensó que podrías necesitar un poco de ayuda.  

Maldita sea esa mujer entrometida. 

Respiró hondo, planeando mil maneras de cómo coser la boca de su madre. —Está bien. Yo me encargo. Estoy segura de que hay otras cosas que preferirías estar haciendo.  

Levantó una ceja sugestivamente y se ruborizó. Y ahora ella pensaba que había cosas que ella preferiría estar haciendo, también. Demonios.


Él hizo un gesto hacia las cajas llenas. —Desde aquí, parece que necesitas un poco de ayuda.  


Se encogió de hombros mientras doblaba un programa, agachando la cabeza y dejando que su cabello se moviera hacia delante y cubriera su flamante rostro.


Avanzando lento al interior de la habitación, él empujo la puerta. — Al paso que vas, estarás aquí sentada hasta la boda.  

Ella lo vio sentarse en el otro lado de las cajas. —Pedro, te lo agradezco... pero no tienes que hacerlo.


Él se encogió de hombros y cogió un programa. Su frente se arrugo


—¿Qué diablos? —Volteando el papel blanco con letras carmesí, el negó con la cabeza—. Este diseño no tiene sentido.


Riendo suavemente, a un lado de ella, se inclinó hacia delante. — ¿Ves esos pequeños puntos? —Cuando él asintió, ella se echó hacia atrás y cogió la suya—. Tienes que doblar los puntos, así de esta manera, como un folleto. ¿Ves?  


Tomo varios intentos conseguir que alineara los bordes
perfectamente. Mientras miraba el movimiento de sus agiles dedos mientras doblaba el segundo programa, sus mejillas se calentaron.  


Él levantó la mirada, sus dedos deteniéndose. —Entonces, ahora que estoy aquí, ¿Solo te vas a quedar sentada y… mirándome? 

Paula parpadeó y le arrebató otro programa. —No estoy
mirándote. 

—Claro. 

—¿Seguro que no tienes nada mejor que hacer? —Dividiendo el programa en dos mitades, tuvo ganas de estrangular de nuevo a su madre.  


—¿Mejor que molestarte? No existe tal cosa.


Paula trató de ignorar el tono de broma en sus palabras, pero era difícil. Una pequeña sonrisa se le escapó y después de un par de minutos, cayeron en un silencio cómodo, sociable, mientras trabajaban en los programas. 

El silencio fue roto por la risita Pedro, atrayendo su atención. 


— ¿Qué? —preguntó, preguntándose qué había hecho ahora. 

—Es extraño verte hacer esto. Las manualidades no son lo tuyo. 

Relajándose, estabilizó la pila cada vez mayor entre ellos. —Tú tampoco pareces del tipo que le gusta las manualidades. 

Se echó a reír de nuevo. —No tengo ni idea de lo que estoy haciendo.


—Te estás asegurando que la boda de Gonzalo y Lisa marche sin ningún problema.


—Y ayudándote.


Paula sonrió ante eso. —Y estás ayudándome. Por cierto, estoy muy agradecida de que me estés ayudando, porque esto me habría tomado una eternidad —Haciendo una pausa, ella puso otro sobre el montón y tomó uno más—. Pero lo siento si mi mamá te engatuso para hacer esto. 

Los dedos de Pedro se calmaron en las invitaciones, y su mirada encontró la de ella. Era una locura. Vestido en pantalones vaqueros azules y una camisa oscura, era el hombre más guapo que había visto. Y el momento era una especie de perfección. Incluso con la cabeza de venado mirando por encima de su hombro como una enredadera total.  

Su mirada se movió a las invitaciones en sus manos. —Tu mamá mencionó que estabas haciendo esto justo ahora. 

Su oración pareció cargada, como si omitiera el remate de un chiste o algo así. Inclinando su cabeza a un lado, ella esperó. —¿Y…? 

—Pero no me lo pidió. —Las puntas de sus mejillas se sonrojaron—.Pensé que podrías necesitar ayuda.


Ella abrió la boca, pero no salió nada. Claro, él sólo la ayudaba a plegar sus invitaciones por la bondad de su corazón, así que eso no sonaba como una declaración de amor, pero aún así...


Pedro se aclaró la garganta. —Y con todo este vino alrededor, alguien tiene que mantener un ojo en ti.


Paula se echó a reír. —No soy una borracha.


—Lo estuviste anoche.


—¡No! 

Él arqueó una ceja. —Bailabas en un banco con algún tonto. 

Negando con la cabeza, ella sonrió. —Su nombre es Bobby. 

—Creo que su nombre es Rob.


—Oh. —Se mordió el labio—. Es lo mismo. 

Él se inclinó hacia adelante, golpeando su rodilla con los nudillos. — Y te sentaste en medio del camino.


Lo recordaba. —Estaba cansada. 

—Y comenzaste a hablar de lo grande que era la luna. —Se echó hacia atrás, sonriendo. Y de repente... Dios, de repente eran cinco años atrás y todo... todo era normal entre ellos. 

Le dolía el pecho, pero en el buen sentido. 

—Fue como si nunca hubieras visto la luna antes. Me sorprende que todavía no creas que sea una bola de queso en el cielo. 

Lanzó sus panfletos doblados hacia él. —¡No tengo cinco años, Pedro!


Él agarró el papel. —Pero estabas ligeramente embriagada.

Riendo por su comentario, ella agarró la caja de papeles y se dio cuenta de que se encontraba vacía. Recorriendo un poco, metió la mano en el otro y sacó una docena de tarjetas de lugares partícipes. La decepción aumentó cuando se dio cuenta de que lo habrían hecho en una hora. 

Paula también recordó lo que le había dicho a él la noche anterior mientras la sostenía tan tiernamente en sus brazos, lo cual era una prueba de que no había estado tan borracha.


Admitió que lo extrañaba —que extrañaba esto— Sólo estar juntos, jugando entre sí o sentados en un silencio cómodo. 

De vuelta en el día, podrían pasar horas así. Era así por qué, por mucho tiempo, creía que estaban destinados a estar juntos. 

Parecía tonto ahora y tal vez incluso un poco triste, pero ella no quería que este momento terminara. Lo más importante es que no quería perderlo más.

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