domingo, 7 de septiembre de 2014

CAPITULO 6




Paula iba bien en su a camino a emborracharse.  


No una borrachera de quedarte-dormida-donde-sea o quítate-la- ropa, aunque con toda la familia alrededor esto podía haber sonado divertido, pero había sin duda un dolor de cabeza inducido por el vino acercándose.  


Sentándose en un banco a lo largo de la extensa terraza en el exterior del edificio principal, inhaló el aroma de aire de la montaña y uvas. Los miembros de su familia y de la de Lisa charlaban a su alrededor.


El zumbido de la conversación habría sido normalmente relajante ya que era una amante de todo tipo de ruido de fondo, pero ahora mismo, quería deslizarse a través de los estrechos espacios de la baranda de madera alrededor de la terraza y desvanecerse en la noche. Tomando otro sorbo,miró hacia el patio. Farolitos de papel colgaban de los postes a lo largo del camino de grava, lanzando una débil luz en los jardines.


Bajo la mirada a su tercera copa de Petit y reprimió una risita ahogada. Tan ligero, pero el fuerte repiqueteo en sus venas le ayudaba a facilitar la mezcla de vergüenza e insaciable lujuria que ardía en su estómago. Un sentimiento demasiado familiar después de un encontronazo bastante idiota con Pedro. 

La había besado. 

Y luego, en el último momento, él le pidió que lo olvidara. Él había estado allí, la besó, y ella definitivamente tenía el corazón herido como prueba de que ocurrió.


¿Por qué la besó si estaba tan obviamente disgustado por la idea? 

Quién sabía. ¿Quizás la respuesta se encontraba en el fondo de su oscuro vino de color púrpura?


Las risotadas de su padre trajeron una leve sonrisa a su cara, y ella se giró en el banco. Él estaba al lado de su hermano y dos de los tres hombres Alfonso. Pedro se escondía en algún otro lugar, muy probablemente de ella. 

Después de haberla besado —y sintió la necesidad de seguirse recordando a sí misma que fue él quien la besó a ella— no lo había visto.


Como la niña que él la trató, se escondió en el baño mientras él guardaba su equipaje en la  cabaña. No era su momento más orgulloso.


Paula no podía darle sentido a nada de eso, y no era justo. Con lo último con lo que quería lidiar durante la boda de su hermano era con esto. Era un momento para celebrar y reír, no un momento para añadir otra muesca en el cinturón de la humillación.


Pero, por supuesto, allí estaba ella, agradecida de que estuviera lo suficientemente oscuro para ocultar el rubor que aún no había desaparecido. Peor aún, ese beso la había enviado en una espiral atrás en el tiempo, a una noche que no quería volver a recordar, pero tampoco quería olvidar. Sólo que ahora no podía detener la avalancha de pequeños fragmentos repitiéndose de esa noche.


Había sido su primer año en la universidad, y como de costumbre, estaba en medio de novios, todavía locamente enamorada de su amor de la infancia, y la feliz propietaria de un sexy vestido negro que meses de su investigación a tiempo parcial en la universidad había pagado.  


La noche de la apertura de la discoteca de Pedro, Komodo, lo cambió todo. Todos estos años y parecía como si fuera ayer. Las bebidas. El baile. Todo el mundo había estado allí —su hermano, Lisa, los hermanos de Pedro, sus amigos. 


Había sido una gran noche, una para celebrar. La noche fue un éxito, y Paula había estado increíblemente
orgullosa. Mucha gente había dudado de él, pero ella nunca lo había hecho.


Fue pasado la hora del cierre. Su hermano y la mayoría de sus amigos se habían ido a casa cuando ella encontró a Pedro en su oficina del tercer piso, mirando el paisaje de la ciudad. La línea recta de su espina dorsal, el perfectamente adaptado corte de su traje a través de sus amplios hombros le habían robado el aliento. Ella había estado de pie allí durante lo que parecieron horas, pero fueron probablemente segundos antes de que Pedro se girara hacia ella y le sonrió…sonrio  solo para ella.


Paula se había adentrado en su oficina, felicitándole con
entusiasmo por el éxito del club, y escuchando sus planes para abrir dos más: una en Bethesda y otra en Baltimore. Se sintió especial porque él la hubiera incluido en dicho conocimiento. Era como si ella fuera su igual por primera vez y eso la emocionó.


Ambos habían estado bebiendo, pero ninguno estaba borracho.


Quizá había sido el valor proverbial en la botella, pero esto no podía ser la causante de lo que ocurrió después.


Ella se había movido hacia él, sólo para darle un abrazo de despedida, pero cuando sus brazos le habían devuelto este gesto y ella echó la cabeza hacia atrás, algo increíble y loco sucedió.


Pedro la había besado —suavemente, cuidadosamente, y tan dulcemente que en un instante, ella pensó que todos sus sueños se estaban haciendo realidad. Antes de darse cuenta, él se había sentado en uno de los sofás de cuero de su oficina y la atrajo hacia su regazo, y los besos… Oh, Dios, los besos entonces habían vuelto descaradamente carnales y demandantes, eróticamente prometedores. Sus dedos eran rápidos y hábiles, moviendo el cierre de su vestido, revelándole su mirada más caliente. Sus manos habían estado en todas partes, rozando sus pechos, furtivamente bajo su vestido, descubriendo por primera vez una de las rarezas de Paula: odiaba llevar bragas. Y él se había vuelto loco entonces, relajándose sobre su espalda, sus dedos encontrando sus lugares más recónditos y la penetro mientras su cuerpo y su lengua imitaban los movimientos.


Cuando ella gritó su nombre, él se había quedado increíblemente quieto, su respiración entrecortada un segundo antes de separarse de ella y terminar paseando a través de la habitación como un gato salvaje. No hubo tiempo para sentirse confusa. Pedro se había asustado, anunciando la salida de su oficina, y al día siguiente, la llamó, disculpándose por su comportamiento ebrio, y prometió que nunca volvería a suceder.


Y no lo había hecho…al menos hasta hace varias horas.

Por lo menos ahora, no podía culpar al alcohol. No tenía ninguna excusa, pero él rompió su corazón en aquel entonces, rompiéndolo en un millón de pequeñas piezas inútiles. Por triste que fuera, ella no se había recuperado totalmente de su obvio arrepentimiento. Este escoció, dejó una dolorosa perforación que golpeaba en su pecho cuando menos se lo esperaba.


Obviamente, él no había estado tan atraído por ella como ella por él. 

Claro, había algo entre ellos, pero era desigual. Ella quería más. Y él quería sólo una probada, la consiguió, y decidió que no quería saber nada más, el cuál solía ser su modus operandi. ¿Y hoy? Tal vez sólo se sentía aburrido. O tal vez quería ver si ella todavía lo quería y cuando lo comprobó, la descartó como lo hizo aquella noche. 

Paula respiró fuerte. Él no era un chico malo, sin embargo; sabía eso. Sólo que no era el chico para ella.


Estúpidas lágrimas quemaron sus ojos, y parpadeó para alejarlas.


Llorar por Pedro había sido un hecho casi todas las noches en la universidad, especialmente cuando él empezó a salir con todas las mujeres de la ciudad después de la noche en su club y la posterior disculpa. Hubo tantas chicas que él nunca se molestó en mantener un patrón. No ayudó que todas eran iguales: increíblemente altas, de piernas largas, rubias y de pechos grandes.


Todo lo contrario de Paula. 

Resoplando, tomó otro trago de su vino. Servido correctamente, supuso. Pedro era y siempre sería un no-al-alcance-de-Paula. El beso fue un golpe de suerte, una brecha en la cordura.


—¿Paula? —La suave voz de Lisa interrumpió sus pensamientos.


Ella levantó la vista y sonrió. —Hola.


—Estás muy callada esta noche —La prometida se sentó a su lado, resplandeciente en su vestido de verano blanco—. ¿Estás preocupada por tu coche? Gonzalo dijo que la grúa se lo llevó por unas pocas horas.


—Oh, no, el coche está bien. Papá cambiará el neumático para mí mañana. Yo... sólo estoy asimilando todo. —La mirada de Paula revoloteó sobre los invitados—. Esto es realmente hermoso.



—¿Verdad? —Suspiró Lisa—. Gonzalo y yo lo visitamos hace dos veranos, durante uno de los festivales que ofrecen un paseo en globo aerostático. Con la vista aérea, nos enamoramos del lugar.


—Puedo ver el motivo —Con Paula era más probable que se casara con un bebé en camino, que su culo entrara en un globo de aire caliente—. Debes de estar muy emocionada.


—¡Lo estoy! —Su sonrisa se incrementó en potencia, y Paula no pudo evitar devolver la expresión por encima del borde de su copa de vino. 

Las sonrisas de Lisa siempre eran contagiosas—. Tu hermano es un hombre maravilloso, y yo no podría ser más feliz o más afortunada. 

—Estoy segura de que él piensa lo mismo.

Sus ojos se empañaron. —Sí, creo que sí. Esto es en cierto modo perfecto, ¿verdad?


Un nudo se formó de repente en la garganta de Paula, así que lo bajó con el resto de su vino. —Sí.


La mirada de Lisa se deslizó hacia ella. —Te ves muy bien esta noche.


—¿En serio? —Cogió el vestido sin mangas de gasa azul que terminaba justo debajo de sus muslos. Era de un azul cobalto oscuro, pero no tenía nada de…Nego con la cabeza. Para no ir allí—. Gracias.


Un fuerte rugido varonil se levantó donde estaba su padre. paula se volvió y su aliento se atascó en su garganta. Pedro había llegado. 

Paula miró su copa vacía y gimió en voz baja.


Lisa le dio un codazo. —Él es algo más, ¿verdad?


Ella arqueó una ceja y murmuró—: Algo, está bien.


Confundiendo su comentario tan agradable, Lisa continuó. 


—Gonzalo me contó que los tres eran los más cercanos a los hermanos Alfonso. No puedo creer que sigan solteros. Cada uno de ellos es exitoso y guapo. —Su sonrisa se volvió maliciosa—. Tu madre dijo que habías tenido un flechazo con Pedro.


—¿En serio? —Paula desesperadamente comenzó a buscar al camarero que había visto antes con una bandeja llena de copas de vino.

Lisa asintió. —Tan pronto como oyó que tu coche estaba pinchado, él salió corriendo para rescatarte —Se rió, y Paula quería golpear algo—.Ni siquiera había estado aquí por cinco minutos. Todo eso fue muy dulce.


Igual que antes, se negó a leer demasiado en sus motivaciones.


Entonces, vio la impecable camisa blanca del sirviente. 


¡Bingo!


—¿Has considerado alguna vez…?


Paula se volvió caliente y luego fría. —¿Considerado qué? 

—Ya sabes, ¿ser más que amigos con Pedro? Sé que ustedes dos se han conocido desde siempre, pero algunos de los mejores amores comienzan como amigos. Míranos a Gonzalo y a mí, por ejemplo. Fuimos amigos al principio.


Oh, dulce Niño Jesús. Paula comenzó a agitar su brazo al camarero como una loca.


—¿Sedienta? —preguntó Lisa, sonriendo. 

—Mucho —Arrancó una copa de la bandeja con un rápido agradecimiento y una sonrisa, y luego consideró agarrar dos si esta conversación era lo que ella creía que era.


Los ojos de Lisa brillaron. —Y ya que ustedes dos se quedan juntos aquí, nunca habrá un mejor momento para explorar otras posibilidades que en un lugar tan romántico. 

Oh, qué demonios. Paula tomó otro copa antes de que el camarero se escapara. Lo iba a necesitar.

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