martes, 16 de septiembre de 2014

CAPITULO 25




Los cubiertos tintineaban, el sonido casi silenciado por las risas y murmullos de conversaciones de la mesa principal y las más pequeñas que la rodeaban.


Pedro rió de algo que Pablo dijo mientras él escaneaba las filas de caras sonrientes. Sus ojos se detuvieron en un rostro en particular.


Paula.


Maldición, se veía absolutamente hermosa. El vestido carmesí acentuaba su piel de alabastro y cabello oscuro, por no mencionar que se aferraba en todos los lugares que provocaban que su sangre corriera a cierta parte de su anatomía. No es que hubiera dejado de correr a ese lugar desde que posó sus ojos en Pau ese fin de semana.



Dios, quería llevarla lejos, a algún lugar privado. Sus dedos ardían por rozar la línea del escote en forma de corazón. 


Mirar las cimas de sus pechos endurecerse bajo su mirada, sentir su ligero temblor cuando su mano se deslizara debajo de la ropa.


Pedro se removió en su asiento mientras la observó detrás de sus ojos entornados.


Una pequeña sonrisa cruzó por sus delicadas facciones y sus ojos parecían brillar bajo las tenues luces y velas, pero él sabía que algo le pasaba. Deseaba poder averiguar donde todo había salido mal. Podría haber jurado que cuando se levantó aquella mañana, ambos finalmente se encontraban en la misma página.


El ácido corroía su vientre con fuerza. Intentó convencerse de que era una úlcera. Diablos, una úlcera sería mejor que lo que realmente se revolvía en sus entrañas.


Durante toda la noche, Pedro dio vuelta sobre su cama como si hubiera bebido una cubeta de café. Las palabras de Pau permanecieron en él mucho tiempo después de haber sido dichas. Las repetía una y otra vez, analizándolas como una adolescente obsesiva. A eso lo había reducido. 


Maldición.


Pedro se echó hacia atrás en su asiento, sin hacer nada más que girar el tallo de su copa de champán.  


Los términos en que habían quedado no eran los mejores, y le provocaba todo tipo de picazón darle el espacio que ella obviamente quería.


Él se sentía como una mierda, sin saber si se trataba de algo físico o más. Durante todo el día, se convenció a sí mismo que cuando regresara a la ciudad, habría suficiente que hacer para distraerlo. Tendría la responsabilidad de dirigir sus clubes; planes para abrir un cuarto, lo cual significaba un montón de reuniones que ocuparían su tiempo; y habría mujeres…


El estómago de Pedro sintió nauseas ante la idea, y eso no le gusto.


Su mirada se deslizó de nuevo hacia donde ella estaba sentada, al lado de sus padres. Mierda. Tenía que dejar de mirarla como un perrito enfermo de amor. Alguien podría darse cuenta. Diablos, la gente ya se había dado cuenta, incluyendo a Gonzalo.


En contra de su voluntad y sentido común, estaba mirando
fijamente a Pau otra vez, casi deseando que ella levantara la mirada y lo observara.


Y así lo hizo.


Pedro contuvo el aliento, apenas consciente de que Gonzalo había estado y estaba haciendo un brindis por su nueva esposa. Él no escuchó absolutamente nada, excepto el pulso latiendo en sus oídos. Una simplemirada de ella y su cuerpo ya volvía a la vida. Estaba duro como acero forjado. 


Jodidamente ridículo. Ah, diablos, era más que eso, está
instantánea reacción física no desaparecería así de simple.

—¡Por nosotros! —Brindó Gonzalo, levantando su copa de champán—.¡Por nuestro futuro!


Paula levantó la suya, su mirada aún trabada con la suya. 


Sus labios se movieron, diciendo las mismas palabras que él murmuró—: Por nuestro futuro.

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